Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 28 de mayo de 2013

Quietud




Quietud
            Conexión
                         Calma

Vacío


                                            Silencio
Silencio. Un vacío acontece en el cuerpo.
Extraña expansión matinal. Todo se relaja. Nace una calma profunda, abisal, en el centro mismo del vientre, bajo el ombligo.
Y la luz posada como un pequeño animal dormido, irradia una cálida calma a cada nervio, por cada rincón del cuerpo.
La respiración se hace más profunda y se acompasa. El aire llega más profundo a los pulmones.
Una corriente fluye suave a los brazos. De nuevo retorna hacia arriba.
No hay necesidad, no hay prisa, no hay miedo, no hay angustia, no hay deseo.
Calma. Quietud absoluta.
Y la luz traspasa el cuerpo como si fueran del mismo material.
Calma.
Serenidad efímera y atemporal.
Átomos silencio terapéutico
Posados en la percepción del mundo
Leve pérdida de noción del yo.
Ahora nos.
Silencio
Calma


domingo, 26 de mayo de 2013

Stand by me

Podía oír los primeros acordes desde la habitación con la puerta cerrada o dede la cocina. Entonces, salía corriendo y me pegaba a la tele porque en casa nunca se callaban. Me quedaba hipnotizada viendo ese anuncio, las puestas de sol, los niños andando por la vía del tren, todos sentados por la noche alrededor de una hoguera.
Eran tantos los libros de "Los cinco" que me había leído, que a esas alturas estaba convencida de que en otras partes del planeta la gente vivía aún en los años cincuenta. Viajar supondría conocer directamente a Buddy Holly o las faldas de vuelo.
Cada vez que veía ese trailer me quedaba extasiada con la canción, las imágenes. Ya sabía de antemano que la canción no acababa, pero ese último "Darling, darling stay...", me sobrecogía.
Hubiera dado cualquier cosa sobre la faz de la tierra por ir al cine a verla. Pero eso fue tanto como pedir un dinosaurio de verdad para Reyes. Afortunadamente, en esa época de mi vida no sabía que las películas no duraban eternamente en cartelera, así que no perdía la esperanza.
Quise crecer para ir al cine yo sola. Pero para cuando lo hice, la ilusión casi había desaparecido.
Pasó el tiempo, Agustín, el padre de mi amiga, se compró lo "Mejor de Soul", y me grabé la canción y la escuché hasta sacar la letra, saber cada acorde y en que punto respiraba el cantante.
Nunca nunca me he cansado de oírla desde entonces.
Siguió pasando el tiempo, tuve edad para ir a "Madrid Rock", iba con frecuencia a mirar los discos, ponerme los auriculares y oír música. De vez en cuando tenía dinero y me compraba algún cd. Un día de esos encontré la banda sonora de la película. Preciosa, pero la magia se había diluido...
Un buen día, en una macro tienda de pelis, la encontré. No daba crédito. Ya había dado el tema por olvidado. Dudé, había sido tanta la ilusión, que me daba miedo romper el hechizo.
Y la compré.
La vi una sola vez. Me gustó mucho, mucho, pero mi imaginación había rodado enterita y durante años otra película totalmente diferente.
Ahora, por un ataque de nostalgia (frecuente) me he dado cuenta de que el trailer podría estar en internet. Y lo está.
Lo he vuelto a ver. Por segundos saltaba en mi una luz que nunca se apaga.
Ha sido tan bonito, que si cierro los ojos puedo ver de cerca otra vez el anuncio en la tele.

viernes, 24 de mayo de 2013

EN OTRO PLANETA

Me imagino en otra realidad paralela a mi misma, bajando por la Avenida de la Albufera, de vuelta de la biblioteca, sandalias, una falda larga y un bolso enorme. Carpetas en la mano.
Me imagino soñando. Cansada.
Haciendo eterno el paseo y perdida en la luz agotada del sol.
Detrás de las orejas la sensación liviana y aérea de lo que estar por acontecer. Hambre de futuro.
Lejos, en otro planeta, la primavera se expande luminosa y preludia verano. Lejos en otro planeta me sueño en mi ahora. El abismo de los años venideros se extienden ante mis ojos como una oscuridad pertinaz. Me aferro a una imagen borrosa.
Lejos en otro planeta ya hace calor.
En una galaxia muy muy lejana aún no sé bucear.

jueves, 23 de mayo de 2013

DRAGÓN DE NIEBLA, MAR DE NIEBLA

Mi amiga keiko lo llama dragón de niebla, la imagen me pareció tan bonita y oriental como ella. Un inmenso dragón de niebla serpeando por los valles, extendiendo su enorme cuerpo etéreo por los pueblos, los bosques. Amenazando con cubrir el sol en las cimas. Un dragón que va venciendo la luz de sol, que poco a poco e implacablemente, se abre paso en su cuerpo mágico. Esperanza retornada, la espada solar vence.
Yo veo mares de niebla, atmósferas amnióticas que nos guardan el la oscuridad del vientre materno del valle. Luces lejanas e inciertas se asoman por encima de nuestras cabezas y tiñen de magia los espacios invisibles. Donde el ojo no ve, la imaginación crea. Y así, el sitio que es se convierte en el que podría ser.
Jirones prendidos de las ramas. El sol nos abre al mundo.
Nacemos del valle cada día.

sábado, 18 de mayo de 2013

UNA CUESTIÓN DE ORGULLO

A estas alturas de la película uno piensa que la diferencia entre el mundo rural y urbano ya casi ni existe. Mentira.
Podemos pensar que ya no hay prejuicios, que todos somos iguales y, que es un poco casposo, siquiera plantear la cuestión. Mentira.
No es lo mismo vivir en un pueblo que vivir en una ciudad, tremenda obviedad. Claro, el entorno no es el mismo, pero a lo que me refiero va un poco más allá. Tendría que reflexionar de un modo algo más sistemático acerca de ello y la verdad es que no me apetece. Pero así, a modo de boceto, me voy a aventurar a expresar ciertas sensaciones propias y ciertas impresiones de lo ajeno.
Tú eres una chica de ciudad, te consideras normal. Barrio obrero, familia de clase media baja, orgullo proletario. Niña de los ochenta y adolescente de los noventa, sexualmente has dado doscientos pasos por delante de la actitud rancia de tus padres. Culturalmente eres inquieta porque te criaste con el: “hija, tú que puedes, sé más lista que tus padres. Estudia”. Cuestión de orgullo proletario.
Te mueves en metro y en bus; vas a solucionar papeles al ministerio de no-sé-qué y confías en que ir a la universidad te lleve sólo una hora en metro; vas a ver libros a sitios donde están todos; si tuvieras dinero podrías ver todos los conciertos del mundo y comer en restaurantes de todas las nacionalidades, y si te aburres y no tienes pasta, pues al Reina Sofía el día que es gratis. Y todo esto sin ni siquiera plantearte que la vida no sea así en el resto del planeta. “Mi realidad se hace extensible a todo el país”. Pero todo esto, siempre por delante el orgullo proletario.
Bien, como has sido criada en una familia rural, desentonas. Tienes un acento raro. Y al orgullo proletario le añades el orgullo de pueblo pese a que no tienes ni idea de cómo será la vida de un pueblo en invierno. Y además en el pueblo se ríen de ti por ser de Madrid, se huele.
Vas conformando una identidad algo ecléctica, como la de la inmensa mayoría de la gente de Madrid. Nadie es de allí (en las casas de cada uno hay platos regionales que se hacen todos los días, comidas de pueblo) pero has nacido en Madrid, eres madrileño. No eres capaz de considerar que seas más guay que el resto de gente, porque tú eres de barrio obrero. En tu calle vienen a barrer cada quince días, hay un coche patrulla para todo Vallecas y la gente hace bromas acerca de la seguridad en tu zona. Claro no eres del barrio Salamanca. Pero tú con orgullo.
Siguiente paso, llegas a Galicia. Y de pronto eres la madrileña. El batiburrillo ecléctico de tu identidad se soluciona de un plumazo. Ahora sabes que eres madrileña. Entonces empiezas a ver comportamientos extraños y no, no son por parte del nacionalismo, que a rasgos generales se comportan de un modo bastante normal. “Hola, adiós, tes que conocer a Ribeira Sacra e probar o licor café. ¿Sabes o que significa enxebre?, Vente comelo pulpo”.
Es por parte de gente a la que de golpe le caes bien por ser de Madrid, ¡Toma ya!.  De entrada eres guay (jamás lo has sido), súper moderna (jamás lo has sido), sabes un montón de cosas europeas (jamás has salido de tu barrio) y estás como a la última (de hecho eres bastante hortera).
Luego claro, oyes críticas hacia la gente de Madrid, hablando de una realidad que no es la que tú conoces. Pero eso merece ser contado en otra ocasión.
Momento de… desconcierto. “¿Pero quién soy?, ¿qué somos?, ¿Tan arrogantes somos en Vallecas?”. ¿Y el orgullo proletario? ¿Y el orgullo de pueblo?.
Pasa el tiempo. Ahora llevas suficiente viviendo en un pueblo de Galicia como para decirte para tus adentros que eres una mujer de pueblo. Y digo para tus adentros porque he descubierto que de puertas para fuera cada uno ve a los demás proyectando su propia identidad sobre el otro, así que ya paso.
Persona de pueblo. Te pasas el día en vaqueros viejos y remendados. Jersey de estar por casa, zapatillas de goma para fuera (ojo, y digo fuera y no la calle) porque llueve. Y si no vas a la Vila o a la ciudad, te tiras con esa ropa una semana y tan agusto. Tienes barro en las botas y en los pantalones; tierra en las manos, trocitos de leña en el jersey, las uñas rotas. Una coleta de caballo y nada de maquillaje. La ropa de diario en Madrid pasa a ser la ropa de los domingos en un pueblo, así que casi ni la gastas. No compras ropa cada temporada porque está bastante bien, así que vas pasada de moda, pero total, para un rato te da lo mismo.
Además hueles a leña, si has sido tan incauta de tender la ropa cuando abonan, puedes oler a mierda de vaca (cosa que tiene a punta de pala las ruedas del coche). Como tendemos fuera, el olor del suavizante queda bastante diluido y la ropa limpia no huele a nada. Las cosas huelen a cosas.
Pero llega el gran día, vas a Madrid cargada de chorizos de la matanza y alguien te dice sin mala fe: “hueles a pueblo”. Y tú piensas, “no, huelo a chorizos”.  Vas a Lugo y ves un glamour propio de Serrano, pero algo más generalizado. La gente de la ciudad viste así. Tú no. Tienes barro en las botas, tu ropa está pasada de moda, tuviste la precaución de cortarte las uñas pero tienes las manos jodidas de la leña, los bajos del coche tienen mierda de vaca. No entiendes ciertas cosas que se compran y que se necesitan en la cuidad (eso es para otro artículo). Y no entiendes que las calefacciones estén tan altas. Pero es una ciudad desconocida, piensas “¿De verdad es necesario vestir de Adolfo Domínguez?. Esto no lo había en Vallecas”.
No sabes si avergonzarte por ser de pueblo o por ser de Madrid o pedir perdón por ser castellana después de lo que escribió Rosalía (Vaya aquí homenaje a los segadores gallegos y castellano manchegos que iban a Castilla León, entre ellos, mi abuelo). No sabes si cargarte en los muertos de alguien o mandalo a rañala. No sabes si lo tuyo es resistencia al capitalismo o adaptación al medio rural. No sabes si es síntoma de desidia (el ir con esa ropa) o más bien es que por fin te la pela y estás en plena forma mental.
Y el caso es que poco importa. Ahora estoy tranquila. Porque por fin sé lo que soy. Una mujer de pueblo gallego, madrileña, vallecana, castellano manchega y orgullosa.
La herencia de nuestros padres. Orgullo de pueblo y orgullo proletario.

viernes, 17 de mayo de 2013

TRES MUJERES

Así, sentada, en una hermosa tarde de miércoles. Vallecas está en silencio. El sordo rumor de los coches en la M30 imita el murmullo del mar; le gusta.
Son la cuatro de la tarde, quizá las cinco.
En la azotea del edificio está el patio del recreo, una parte del suelo está algo hundida. A la izquierda del patio están las porterías, es el sitio de Sergio L. A la derecha los baños y las ventanas. Su sitio. Es la parte cubierta, la más abrigada. Jamás transitaba la parte izquierda.
Y allí está, cerca de la puerta, mirando al suelo rojizo pulido, brillante de mil pisadas infantiles. Si levanta la vista ve el muro blanco que rodea toda la azotea y las verjas por encima del muro. Es tan alto que apenas llega a asomarme. Suele mirar hacia el puente de la m30, dirección oeste, hacia el pueblo, hacia donde atardece.
Se entretiene con una canica. Le gusta su redondez, los colores azules. Se la ha quitado de estrangis a su hermano.  De vez en cuando mira hacia la verja, su paciencia es grande, pero no infinita.
Hay una sensación permanente de dolor en el pecho, de hueco. Vacío. Le pesan las muñecas y, está creciendo tan deprisa, que le duelen las rodillas y los talones.
No piensa en nada, simplemente está algo triste.
Llega una mujer. Llega. Va. Se acerca hacia ella.
Levanta la vista del suelo. Le deslumbra la luz del sol y guiña los ojos con curiosidad, algo de precaución y cierto nerviosismo. Por fin ha llegado.
Se extienden la mano hacia sí mismas.
No duda. Alza la mano y se agarran. Es un momento importante, llevaba más de veinte años esperando. Ya era hora.
La adulta sonríe a la niña. La tiene que apaciguar, hay un leve rescoldo de enfado entre la tristeza.
Se agacha hasta ponerse a la misma altura y  le acaricia la cara, seca la lágrima que aún no asoma. No hace falta hablar, sabe que tiene un nudo en la garganta. Así que, le quita la diadema y le hace una coleta.
Se abrazan. La pequeña tarda en responder. Es un abrazo muy flojito, sin invadir. Se arrodilla a su lado y se sientan para dar un último vistazo al patio, la verja, la esquina de la portería, la pared de los José Manueles. 
"He tardado mucho en llegar pero aquí estoy".
Se retoman en ese punto. Bajan las escaleras del colegio deprisa, gritando. Sin mirar atrás. Último vistazo a los pasillos de las aulas.
Estamos fuera.