Al hilo de las ensoñaciones...

viernes, 23 de noviembre de 2018

Après la pluie. Un día de examen.


Me detengo en sus rostros concentrados, sin una mancha, sin una marca ni una arruga. La luz cae suavemente sobre sus cabezas inclinadas hacia el papel. Abstraídos del mundo. La lluvia continúa y todo es más triste, más tranquilo.
Parece que el porvenir brillase en sus rostros. 
Los observo con detenimiento. Disfruto de ese momento mágico de completo silencio. Los veo pelearse con las preguntas, con determinación. La vida fluye con tantísima energía que no sé cuándo y cómo se va la adolescencia. Sobre todo, cómo.
Son primavera imparable en mitad del otoño. Creo que aquí dentro ya no queda ni un eco de eso.
Fijo de nuevo la mirada en esa luz que los baña. El futuro es suyo, el presente está preñado de todas las vidas posibles, todas aún por vivir. Y guardados en el fondo de su inmadurez, aguardan sus proyectos a que las experiencias presentes los vayan perfilando. Imagino sus vidas venideras, imagino qué pensarán cuando pasen los años y todo esto sea un pequeño paso en un largo recorrido.
Nosotros, anclados en el día de la marmota, repetimos la tarea de Sísifo día tras día. Los días se diluyen. Ellos siempre tienen los mismos rostros, pero nuestro espejo dice otra cosa.
Quizá sea la ignorancia lo que echo de menos, esos días en los que no me interesaba entender a los poetas al hablar del carpe diem. Hoy estoy tan cansada que me encantarían que me extirpasen la conciencia. No resisto el sinsentido. 
Ha pasado, todo ha pasado, nada era verdaderamente tan importante. ¿Era necesario sufrir? Las metas, las emociones tan intensas, las angustias. Nada era  tan importante. Los relatos inventados ahora figuran como lo que son realmente, interpretaciones transitorias para poder andar. El ser humano es asombroso.
Vuelvo a sus rostros, esconden al yo que saldrá y que les irá profundizando la mirada, surcando la piel. Imaginan vidas. ¿Qué quedará de todo eso? Qué ha quedado de todo eso.
Buceo ante la imperiosa necesidad de seguir andando. Me vuelvo a preguntar qué queda de todo eso. Acuden a raudales sensaciones dormidas en la garganta. ¿Qué queda de todo eso? Vuelve la pregunta martilleante una y otra vez: ¿qué queda? Ante la nada, ante el vacío, ante el absurdo, ante la angustia, queda la intensidad de la pregunta y la persistente duda que aguijonea hoy de una manera diferente a como aguijoneaba entonces. Queda el asombro.
Necesito pensar que después de la fugaz primavera quizá habite en nosotros un “verano invencible”.
Levanto la mirada. Ha dejado de llover.