Al hilo de las ensoñaciones...

domingo, 27 de enero de 2019

Sabor amargo

No me preocupa el sabor amargo que va adquiriendo el alma, me preocupa más que la costumbre se adueñe del resto de sabores y los toque a todos. Me preocupa no saber distinguir si es el sabor normal de los frutos de otoño, que vienen algo tempranos, o si es que se ha deslizado una gota que ha enturbiado la corriente.
La luz no es tan intensa como al mediodía, no es tan cegadora y permite mirar de frente. ¿Alguna vez lo hice de otro modo? Hasta ahora creía que no.
Va cayendo la tarde, con ella la fe y a ratos, la esperanza. Se va apagando la alegría ingenua a fuerza de ir diciendo adiós, sopesando que la regularidad en el tiempo no es tan cíclica como se pensaba. Una espiral va empujando hacia fuera los días, la infancia, el verano.
No es el sabor amargo, que quizá sea fruto del otoño o de la tierra que va ocupando los huecos que antes eran aire y fuego, es el temor a olvidar cómo era cuando todo sabía de otra manera. Es quizá el miedo a no poder volver atrás.
Nadie pasa por la vida sin vestirse algo de negro por dentro y no, no es el negro, lo que me preocupa es olvidar los colores.
Los frutos de otoño son telúricos, la esencia última del sol del verano. Todos los elementos caben en una semilla. ¿Sabré encontrarla?
No es el invierno lo que me preocupa, es no saber entender lo que me tenga que decir el sabor amargo y el color crepuscular del final del verano.