Al hilo de las ensoñaciones...

jueves, 6 de febrero de 2020

Segundo


Estoy en calma, el ruido ha cesado y solo oigo mi propia respiración amortiguada por lo que quizá sea un líquido. Ya no se oye nada, me gusta oír la forma en la que va variando la profundidad de las inspiraciones. A mí alrededor una soledad como un regalo. Inspiro y espiro, cada vez más lentamente. Mi cuerpo se va relajando aunque algo me dice que debería ser prudente y atender a lo que está pasando fuera. Algo me inquieta de pronto.
El ruido ha cesado pero me percato de que no sé muy bien quien soy y probablemente jamás llegue a saberlo. Debería sentir cierta angustia, pero esa sensación no es del todo desconocida, parece que he lidiado con esto antes. Y sin embargo algo me dice que debería estar alerta más bien por el momento presente, las cuestiones de identidad pasan a un segundo plano. ¿Qué me está sucediendo y por qué debería estar atenta?
La sensación de vacío me mantiene en un limbo de consciencia. ¿Estaré en coma? ¿Habré muerto?
Me quedo suspendida en una concentración extraña, mentalmente cojo un poco de arcilla y agua, hago una bola que encierra un universo entero. Eso siempre me ayudó a pensar, es curioso, aún no sé si tengo cuerpo, no sé si estoy viva o muerta, pero quiero amasar algo de arcilla con las manos, me fuerzo a llevar a mi mente a un estado de concentración porque entiendo que hay algo que debo ver y no veo. Unos dedos infantiles amasan con destreza la arcilla, hacen bolas, tiras. De nuevo la respiración se acompasa. El mundo se reduce a ese momento hasta que el hocico de un animal me retira la mano del barro. 
Un perro, ¿Mi perro?. Su pelaje claro y sus ojos negros son totalmente conocidos para mi, más que yo misma. Le quiero, le quiero mucho. Iría con él a cualquier sitio del mundo porque sé que con él está mi hogar. Pero el perro me mira con impaciencia, podría decir hasta que está enfadado. Me aparta de nuevo la mano del barro. Le acaricio y parece que se tranquiliza. No tumbamos sobre la hierba. Me gusta su aliento cálido, me gusta acariciarle, me gusta tanto su presencia que estaría ahí toda la vida.
De pronto algo urgente se remueve en mi estómago. Algo va mal, algo va muy mal. No puedo seguir ahí. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?. Debería abrir los ojos, debería despertar. ¿Estoy dormida? Indago en el único fragmento de realidad accesible para mí en este momento, mi propio dolor, la angustia. Algo en el pecho me hace tanto daño que necesito que cese, no puedo ni respirar. Me duele tanto que creo que voy a morir. Quiero salir y tengo miedo de hacerlo. Miro al precipicio y no sé si saltar es la salida o más bien el final de todo. El final. La sensación de vértigo me tiene bloqueada. Me acuerdo de la primera voltereta en el agua, de la montaña rusa, de sus labios. El estómago me vuela y me preparo para da el paso al vacío.
Abro los ojos. Piso el freno a tope e intento mantener la dirección del volante. Todavía es muy pronto para rendirse.

4 comentarios:

  1. Pero qué bien descrito está el segundo. Bravo. Yo quiero más. Me encanta cómo juegas con al tiempo y su relatividad.

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  2. El final me ha consolado. No sueltes el volante, por favor.
    La necesidad del barro en las manos, la bola de arcilla lúbrica y templada... para mí, más allá de ayudarme a pensar, es lo que me hace ser real y estar en la realidad.
    Sigue compartiendo, gracias.

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    1. Muchas gracias, Miguel Ángel. Confío en no soltar nunca el volante, el barro en las manos me gusta demasiado.
      Un abrazo y gracias a ti por acercarte.

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