viernes, 20 de febrero de 2015

Bocadillo, libro y manta.

Pura promesa y libertad de todo lo que está por acontecer, el ahora más radical.
Años que no pasan y guardan un fragmento de verde y luz en un rincón cálido de la memoria.
Está almacenado en el cuerpo y permanece intacto porque hace siglos que nos olvidamos de él. Quizá por eso resistió al desaliento y la amargura no penetró en su esencia. Reside como ese pequeño grano de arena aguardando a que en algún momento construyamos un castillo.
Indago en ese trozo de luz de cuando éramos pequeños.
Como si la Emperatriz Infantil nos lo hubiera regalado a todos bajo la súplica de construir de nuevo Fantasía, lo posamos fervientemente con los libros de aventuras y la goma de saltar, para empezar a crecer.
Hasta hoy. Hoy ha sido nítido, un recuerdo que ha desbordado las alertas de adulta superada. Esa cálida sensación se ha alojado el tiempo suficiente como para excavar en la memoria. Sólo estaba dormida.
La alegría infantil de la tarde del viernes. Diáfana.
El bocadillo, el libro y la manta.