domingo, 10 de noviembre de 2019

"Come, gentle night"


Las encrucijadas como los momentos de tránsito nos acercan a ese punto en el que hay que mirar tanto dentro como fuera en busca de una luz que guíe. Esos momentos de tránsito atan a una libertad deseada y temida a partes iguales, a veces libertad accidental.
En medio de un páramo, sin nada que pueda ocultar la silueta que recorta el horizonte, sin el abrigo de la mentira ni el calor de las ficciones, así yermos y expuestos a los vientos y al frío gestado durante años, así se muestran los espacios de tránsito.
El camino lo borraron hace tiempo el viento y la lluvia y la mano descuidada que no quiso dejar migas de pan para que pudiera volar con las demás cometas.
Ese punto exacto sin carteles, sin pisadas, sin rastros pero con un enorme peso de “por si acasos” a la espalda. No caminamos nunca solos, no, caminamos cada uno con nuestros fantasmas, con todo el bagaje que nos han dejado acumular y con su ausencia presente. Nunca viajamos solos, siempre está el ruido sin contestar de las pisadas y las manos que aprendieron los trazados de una piel que ya no está. La piel que queda recuerda con estelas de frío allí donde una vez algunos dedos dejaron calor. La piel recuerda las ausencias y el pecho anida los vacíos. Y así, demasiado ligera y demasiado cargada hay que echar a andar, con miedo de salir volando sin dirección y con miedo de nunca poder avanzar.
Pesa tanto el vacío y el páramo es tan frío, que la encrucijada se demora más de la cuenta ante los ojos, más de lo que nadie debería estar expuesto. Confiar en el calor del propio cuerpo y mirar de nuevo al insondable azul aéreo en busca de alguna pista.
En mitad del páramo se acercan las grullas desconfiadas. Un pequeño momento de éxtasis antes de volver a otear el horizonte. Sería bueno recordar de nuevo cómo era eso de volar, si es que alguna vez se supo.