Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 24 de julio de 2018

Fracaso y deseo


Leía el otro día la siguiente frase: “A veces se gana y a veces se aprende” y pensaba sobre como ese tipo de mensajes fáciles van abriéndose camino. No es aprender es perder lo que sucede a veces.
Reivindico el derecho a llamar a las cosas por su nombre. Insto al abandono definitivo de los eufemismos analgésicos que enmascaran la realidad. Aunque alguien me diga que se trata de un enfoque más positivo ante la pérdida, en realidad se trata de sedación, morfina lingüística.
Lo contrario de “ganar” es “perder”, decir que es aprender es ocultar un hecho. ¿Quién emprende una acción para lograr que la vida le de una lección que nunca olvide? Seamos realistas, por favor. Nuestro objetivo no es una lección magistral, sino lograr un objetivo diferente. Tener éxito en la empresa que se acomete. 
Es posible que a veces se pierda y que de ahí se saque una lección, el premio de consolación. Estupendo. No obstante, cuando alguien no logra su propósito, de esa persona se dice que fracasa, hablemos claro.

FRACASO
Según la RAE
1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano

Me gusta especialmente la tercera acepción, caída con estrépito y rompimiento.
Rompimiento.
Vuelve a salir el sol de entre las nubes y por un segundo me parece absurdo hablar de fracaso. Pero me he tirado días releyendo a Schopenhauer y me parece que es sintomático de un estado de ánimo. Necesito hablar sobre el fracaso, sobre la voluntad de vivir y de poder y hacerlo a mi manera. Las reflexiones nacen de sensaciones corporales en las que, a modo de magulladuras, se manifiestan las experiencias vitales que se van teniendo.
Rompimiento.
Comparo la sensación que deja el fracaso a la que deja un golpe en el estómago. Cuando era pequeña,  con unos 8 años, alguien me dio un golpe tan fuerte en la boca del estómago que durante unos segundos no fui capaz ni de respirar,  ni de llorar. Estaba completamente inmovilizada.
Rápidamente vino Cortés, mi profesor, y sonriendo levantó tres dedos de su mano. Me preguntó cuántos dedos tenía en la mano, le dije que tres y me respondió que tenía cinco. Debí sonreír, porque me dijo: “si puedes sonreír, puedes seguir corriendo”. Me levanté y seguí corriendo. Aún hoy me sigue dando congoja el recuerdo de aquel dolor, palabra. El hecho fue que seguí corriendo aunque desee parar por tiempo indefinido. 
A veces el fracaso se presenta de un modo tan descarnado que apenas nos deja un segundo para hacer el duelo por el “resultado adverso de nuestra empresa”. Dolor, solo dolor paralizante.
¿Qué duele tanto del fracaso?, probablemente el espejo distorsionado que nos pone de frente. En él se magnifican los defectos y se invisibilizan las virtudes. Pienso que esto es así porque necesitamos entender qué ha pasado. Para ello amplificamos sonoramente los aspectos que nos han llevado al “suceso lastimoso inopinado y funesto”. Es decir, los defectos.
Cabe destacar que pese a que en el fracaso intervienen varios factores, de entrada uno dirige la mirada hacia sí mismo porque eso nos hace sentir menos vulnerables ante las variables que no podemos controlar. Si yo soy la culpable, entonces hay solución y depende de mí.
Solo cuando pasa el tiempo somos capaces de llorar. Quiero pensar que Schopenhauer tiene razón cuando dice que “no lloramos por el dolor sentido, sino por su repetición en la reflexión”. Cuando lo objetivamos y sentimos ese dolor como ajeno, entonces somos capaces de compadecernos de nosotros mismos y de llorar. No sé si cura, pero relaja.
El caso es que Schopenhauer, bebiendo del budismo, considera que la voluntad engendra dolor. En el libro IV de su obra El mundo como voluntad y representación (429) dice: “la vehemencia del querer es una perpetua fuente de sufrimiento”.
Desear algo, no lograrlo, sufrir. Una incesante rueda.
Se dice que Buda expuso en el parque de los ciervos en Sarnath las cuatro nobles verdades:
1.    La verdad de que existe la infelicidad (Dukkha)
2.    La verdad de que hay una causa de la infelicidad.
3.    La verdad de que la infelicidad debe cesar.
4.    La verdad del camino que lleva al cese de esa infelicidad.
Para los budistas la raíz misma de la existencia es el sufrimiento. Este sufrimiento es comparado con una cadena con doce eslabones que explican de qué forma estamos los seres humanos atados a dicho sufrimiento (a esta cadena se le llama Paticcasamuppada).
¿Cuál es la raíz del sufrimiento?: ignorar que la realidad está en constante cambio. Lo real es tratado como estable cuando realmente no lo es. Además,  este flujo de lo real produce sensaciones en nosotros, emociones que generan deseos; en función de si las experiencias son agradables o no, se buscarán o se evitarán ignorando el constante cambio de lo real.
 Lo importante es destacar que la realidad es un flujo constante y que nuestro deseo se dirige a esa realidad en contante cambio como si fuera estática. Ello implica el sufrimiento.
El deseo genera el sufrimiento.
El cese del sufrimiento se logra mediante un camino de renuncia, no tan extremo como el de los ascetas, pero renuncia a fin de cuentas. En este sendero, la compasión y el desapego tienen un papel fundamental. Este es el llamado óctuple sendero (por cierto, el último, el Samma samadhi, la recta concentración, ya estaba teorizada antes del Mindfulnes).
Schopenhauer, siguiendo esta misma línea habla de cómo nos representamos el mundo intelectualmente gracias al principio de razón, generando la misma ficción de estabilidad (“El velo de maya”)[i]. Para él igual que para Kant, el sujeto accede al fenómeno, esto es: lo que las cosas son para nosotros. En Kant, la cosa en sí, el noúmeno, nos es inaccesible. Es decir, sabemos lo que algo es para nosotros, pero no lo que es en sí.
Pues bien, para Schopenhauer, el nóumeno se hace patente en el cuerpo como querer. Es decir, accedemos a parte del noúmeno en forma de deseo (no sabemos lo que algo es mediante la razón, pero lo deseamos mediante la voluntad).
El problema está en que ese deseo genera sufrimiento y es imprescindible (¿?) liberarse de él. No obstante en el libro dice claramente que “la vida es inseparable de la voluntad de vivir y su única forma es el ahora”).
En el Libro III dice que el arte, en tanto que nos hace salir de nuestra individualidad, es un paliativo temporal a este sufrimiento.
Me parece especialmente interesante el análisis que hace de la maldad en el libro IV. Viene a decir que la maldad parte de una violenta voluntad, de un deseo muy fuerte, que alimentado por lo que nuestra razón es capaz de representase, puede hacer desear aquello que está más allá de lo posible. Ello provoca un dolor también muy grande y lo único que puede mitigar este sufrimiento es hacer padecer y observar el sufrimiento ajeno.
La bondad por el contrario es la salida de sí mismo  por medio de la compasión. La maldad nos aísla en nosotros mismos. Es decir, nos individualizamos y nos consideramos algo diferente y separado de las demás personas. En cambio, en la bondad desaparece el principio de individuación y somos uno y lo mismo que los demás, por eso no toleramos su sufrimiento. Compadecer, padecer con.
Bien, ¿Y esto qué tiene que ver con el fracaso y con Nietzsche? Relataré la maraña de pensamientos. Deseo, fracaso, sufrimiento.
La experiencia del sufrimiento le llevó a Schopenhauer y antes al Budismo, a intentar eliminar la voluntad, el deseo. Seguramente lo pensaron de un modo mucho más matizado de cómo estoy diciendo.
En cualquier caso, lo que he estado pensando al hilo de estas lecturas es que la anulación de la voluntad es imposible porque es intrínseca a la propia vida. La voluntad mueve y la vida es principalmente movimiento. Ojalá el mundo se detuviera después de un estrepitoso fracaso. Ojalá la realidad de pronto parara y con él, nuestro dolor. Pero a la inmovilidad momentánea le nace un deseo nuevo.
Entramos en el ciclo eterno del devenir y quizá la vida es un flujo constante bajo el cual subyace un Logos (¿?). Si la vida fluye y nosotros somos un hacerse, ¿Por qué detenernos en una especie de trance narcótico? ¿Cuánto sufrimiento explica la necesidad de deshacerse del motor de nuestra propia vida?
Más allá de la voluntad de vivir, somos voluntad de poder, como dijo Nietzsche (este concepto está lejos de la interpretación que de ella hicieron los nazis). Es la voluntad de crear, de hacer y de afirmarse.
Toda la vida me he situado en la contradicción  de intentar conjugar el Budismo y Nietzsche:  la anulación del deseo y la afirmación de la voluntad de poder. Hoy el golpe de un fracaso me inmoviliza y automáticamente me abrazo a mi misma en un intento de aplacar el dolor.
¿Quisiera no haber deseado? ¿Quisiera olvidarme de mí? ¿Quisiera liberarme en la contemplación estática de la majestuosa belleza que hay a mi alrededor? Sí, pero la vida se mueve y yo con ella. Lo bello cercano a mi me hace salir temporalmente de mi yo para volver a afirmarlo rotundamente. Quiero estar viva, crecer, superarme. No creo que sea posible anular el deseo, no creo ni siquiera que sea deseable.
Ojalá hoy se parara el mundo y yo con él, pero:
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar al cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: no, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos en el camino.
                                                                                Walt Whitman, Canto a mi mismo

BIBLIOGRAFÍA
SCHOPENHAUER, A., El mundo como voluntad y representación. Ed. AKAL
NIETZSCHE, F., Voluntad de poder. Ed. Edaf
SADDHATISSA, H., Introducción al budismo. Ed. Alianza


[i] Maya en el Hinduísmo es una diosa que personifica la ilusión, el engaño para los sentidos.

domingo, 13 de mayo de 2018

Vegetación gipsófila

Hoy he visto tantas plantas diferentes paseando por la Sierra de Armantes, que he sentido la necesidad de investigar. Acostumbrada a la vegetación atlántica, me han chocado las plantas pequeñas y robustas de esta zona. Poco llamativas, de flores pequeñas y de colores muy discretos, se abren paso donde es casi un milagro brotar.

Como no sé nada de botánica, (pese a que nunca pierda el asombro por ella) he estado buscando publicaciones que pusieran algo de orden a la aplicación que llevo en el móvil sobre reconocimiento de plantas. He encontrado un texto donde explica que la vegetación adaptada al yeso se llama gipsófila y, pese a ser un texto técnico, me ha parecido hasta poético. El texto dice:




"La vegetación de los yesares constituye por tanto una manifestación extrema de austeridad y ajuste adaptativo a condiciones excepcionales en la geografía física europea (...) La herniaria (Herniaria fruticosa), brotando entre cristales especulares de yeso, constituye una pura metáfora de la humildad vegetal(...)" Continúa el autor diciendo. " El paisaje asociado al sustrato de yesos junto a sus exclusivas formas de vida –el mundo gipsófilo– representan un sustrato simbólico de la identidad de las tierras de Ayud en su vínculo con el Magreb y Oriente Medio"  (texto de Alfredo Morilla Piñeiro, "La vegetación en la comunidad de Calatayud")
Leo "vínculo con Magreb y Oriente", vivo en un barrio que se llama Morería, cerca de una iglesia (san Andrés) que al parecer pudo ser antigua mezquita. Hablar de identidad nacional a estas alturas de la película me parece hasta cómico. No obstante, las cuestiones identitarias y nacionales se escapan a mi capacidad de comprensión, lo da el nomadismo, supongo.

Lo que está claro es que quizá Montesquieu tuviera razón cuando hablaba de la relación entre el clima, medio y diversidad cultural en el "Espíritu de las leyes". No somos tan diferentes de las plantas: los horizontes o la ausencia de ellos, frío extremo,calor extremo y vientos implacables han de moldear el carácter necesariamente.
Cuando me vine a vivir a Aragón, un amigo me recitó estos versos de Labordeta:
"Polvo, niebla, viento y sol, 
donde hay agua una huerta. 
Al Norte los Pirineos: 
esta tierra es Aragón"



El viaje está resultando fascinante.

viernes, 2 de febrero de 2018

El crucigrama

Sabía positivamente que la cultura era lo que distinguía claramente a las personas: a las cultas de las incultas, a las pobres de las acomodadas, a las trabajadoras de las holgazanas.
Era sobradamente conocido que dicho enriquecimiento cultural llevaba implícito (“incluido en otra cosa sin que ésta lo exprese”) la tendencia hacia el bien moral, el orden en la vida y el éxito en el ámbito profesional. La gente trabajadora siempre se preocupó de la cultura y de conservar las tradiciones, además de levantar el país y evitar desmanes libertinos. Gente de bien, de orden.
Por otro lado, estaba segura de que el éxito en el ámbito profesional manifestaba a modo de epifenómeno (“Fenómeno accesorio que acompaña al fenómeno principal y que no tiene influencia sobre él”), una elegancia en el vestir y en el comportarse, que era el fundamento de la distinción social. Un breve repaso a alguna de sus Lecturas de cabecera lo corroboraba.
La cultura y la erudición (“Instrucción en varias ciencias, artes y otras materias”) eran, no se podía olvidar, esas dos piezas angulares en el desarrollo de la sociedad, ya que sin cultura, la sociedad se vería reducida a la más pura animalidad. Ejemplos sobrados habían llegado de fuera para tener una muestra, más que representativa, de este hecho. Ni siquiera iban a misa.
Tenía que haber mujeres como ella, que contribuyeran a la mejora moral de su pequeña ciudad. Esa tarea ilustrada comenzaba por cultivarse cada día en cualquier lugar: en el trabajo, en la cafetería o en el casino antes de la reunión de los jueves.
Estaba esperando a que entrara su marido y se sentara en los bancos de detrás en la Iglesia y no lo dudó, aún quedaba un rato. Con mucha calma y cierta alegría, abrió por la página 26 sabiendo que en esas líneas horizontales y verticales había mucho en juego. 
El crucigrama nuevo era francamente difícil.

domingo, 28 de enero de 2018

Apología para permanecer en la zona de confort (si es que tal cosa existe)

(Esto pretende ser una charla de cafetería. Sería de lo que me gustaría dialogar si hubiera tiempo y espacio para ello. Ni pretendo sentar cátedra ni, como se verá, aspira a ser una disertación muy elevada)

Dicen los nuevos guías espirituales que hay que salir de la zona de confort para desarrollarnos a nivel personal y emocional (a lo cual por cierto, llaman éxito). También dicen que hay que alejarse de las personas tóxicas (Ojo, ojo, mueren cuatro personas por intoxicación personal en un restaurante de Málaga) y que hay que llenar la mochila vital de experiencias positivas y estimulantes, como si las experiencias se pudieran comprar y fueran objetos (¿o tal vez lo son?)
Según he leído en la Wikipedia, la zona de confort es un estado el cual la persona actúa “en una condición de ansiedad neutral, utilizando una serie de comportamientos para conseguir un nivel constante de rendimiento sin sentido del riesgo”. Además señala que en psicología es “un estado mental en el que el individuo permanece pasivo ante los sucesos que experimenta (…) desarrollando una rutina sin sobresaltos ni riesgos, pero también sin incentivos(...)pudiendo causar apatía y, en casos más graves, depresión”. Qué miedo da la zona de confort.
Parece ser que la ansiedad neutral es aquella que nos paraliza, pero de este término no he encontrado demasiadas referencias.
Habitualmente esta arenga para salir de la zona de confort viene acompañada de otra arenga para que emprendamos y “hagamos realidad nuestros sueños”.

Hace mucho tiempo que le vengo oliendo el tufo a podrido a estas nuevas oraciones, ya que, como casi todas las oraciones, probablemente podría implicar una religión. Y para la religión y otras superestructuras, me declaro abiertamente marxista. Como superestructura, no dejaría de esconder la legitimación de cierto orden de cosas no siempre (nunca) justo.
A nivel vital podría decirse que llevo una vida exiliada de lo que mucha gente consideraría mi zona de confort. Llevo mucho tiempo viviendo al año en al menos dos o más sitios; cambiando de centro de trabajo periódicamente, de panadería, de frutería y de cafetería. También cambio de registros lingüísticos y de usos del lenguaje, conozco mucha gente nueva (e interesante, por cierto). Hago actividades nuevas cada año e incluso el año pasado me subí a un escenario con un grupo increíble y un bajo eléctrico. Ahí es nada.
Ayer, hablando con una amiga que estaba en la misma situación. Acompañadas de una copa de vino y algo hartas de todo, comenzamos a añorar la tranquilidad, el sosiego y la permanencia. Añorábamos la rutina, a fin de cuentas, algo de lo que nos ha privado la precariedad laboral.
Y no es no querer ver lo que hay de fantástico en todas las cosas que nos ofrece este “exilio”, es agotamiento y hartazgo ante una idea absurda y perversa. Me intentaré explicar.
En primer lugar dudo, honestamente de la existencia de tal zona. Puede haber situaciones más o menos cómodas, más o menos problemáticas, pero en sentido amplio, la vida es problemática. La RAE define problema como: “conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin”. Dudo que haya seres humanos que, incluso en la rutina más tediosa, no se las tengan ver con la realidad o con los demás y, que de algún modo, no encuentren obstáculo para la consecución de sus fines.
Por otro lado y abundando en esta primera duda, la crisis económica que ha vivido este país, ha dejado a mucha gente en situaciones con diferentes grados de dificultad. Desde el paro hasta los desahucios, estafas bancarias, empezar de nuevo en un trabajo con un sueldo precario, volver a casa de los padres o tener que emigrar como ya lo hicimos en los años 60. Esto hablando solo de una ínfima parte de las situaciones socioeconómicas.
¿De qué zona de confort hablamos?
Ahondando en la cuestión más puramente individual, antropológica si se quiere, los seres humanos estamos dotados de sentidos que nos comunican con el mundo y de inteligencia para interpretarlo. Aristóteles decía en su “Metafísica” que los seres humanos teníamos por naturaleza deseo de saber. Incluso si nos vamos a un ejemplo extremo, una persona sin las más mínimas inquietudes intelectuales o culturales, tiene inquietudes. Esta viva, respira, siente y desea. Al margen de cuáles sean esas aspiraciones, existen, por poco... enriquecedoras que sean según un punto de vista “más elevado”.
El ser humano está diseñado para vivir en el mundo y para ello ha de conocerlo aunque éste sea muy pequeño.
Si analizamos la parte en la que la definición nos dice que: los individuos en dicha zona operan de modo que tengan un “nivel constante de rendimiento sin sentido del riesgo”, me pregunto: ¿qué habría de malo en operar sin sentido del riesgo? ¿Debemos vivir con “sentido del riesgo” constante?.
De nuevo vuelvo a la RAE, “riesgo” es: “ contingencia o proximidad de un daño”. Interpreto que sentido del riesgo quiere decir que hagamos cosas que pueden implicar un peligro (real o no). Me pregunto qué riesgos son los deseables para que los asumamos: ¿Beber agua sin potabilizar? ¿Jugar a la ruleta rusa? ¿Ir desnudo al trabajo? ¿Insultar a los clientes porque ya no los aguantas? ¿llevar una camiseta del Barça en la bancada de los ultras del Madrid?.¿ O estos riesgos se refieren más bien a dejarte todos los ahorros en un negocio incierto? ¿A hipotecar tu vida y la de tu familia para cumplir tu sueño de enseñar flamenco a las tortugas laúd?
El miedo, dejando a un lado comportamientos patológicos, suele ser una poderosa arma de reflexión acerca de los riesgos. No digo que haya que sentir miedo, hay que saber de dónde viene y lidiar con él muchas veces. De hecho las circunstancias nos empujan a actuar incluso con miedo. Pero antes que ensalzar el “sentido del riesgo”, sería estupendo cultivar la prudencia. Decía Aristóteles que : “El rasgo distintivo de la persona prudente es al parecer el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser útiles y buenas para ella” (Etica a Nicómaco, Libro VI, Capítulo IV)
Desde hace tiempo vengo pensando qué habría de malo en permanecer en esa zona de confort si esta existiera. Me pregunto esto porque veo (vivo, de hecho) que permanecer en un mismo estado de cosas permite conocer bien y a fondo tanto las actividades que se realizan, como a las personas que nos rodean.
Vivir en sitios o trabajar en sitios que no se conocen previamente significa que, hasta ir a comprar el pan o saber donde se guardan los clips, es un descubrimiento que implica esfuerzo; reconocer el sitio y ser capaz de adaptarse a él supone una ingente cantidad de energía; conocer gente nueva o hacer nuevas relaciones conlleva relacionarse indiscriminadamente con gran cantidad de personas hasta poder encontrar (con suerte) alguien afín y eso, creedme, desgasta; aprender idiomas o usos de lenguaje diferentes es un gran esfuerzo y va asociado a cierta soledad lingüística que, ya por sí misma, merecería un artículo.
Todo esto es, en resumidas cuentas, un estado de alerta permanente para algo tan básico como conocer la realidad y habitar en ella. Es decir, una alerta constante para poder aprender rápido y desarrollar estrategias que nos permitan adaptarnos al entorno.
Un paso imprescindible para el crecimiento personal es conocer esa realidad e interactuar con ella desde ese conocimiento, ya que solo esto puede hacernos agentes transformadores del mundo en el que vivimos.
Conocer y transformar profundamente nuestra realidad implicaría por tanto, permanecer tiempo en ella, examinarla y tener perfectamente integradas todas esas estrategias adaptativas. Implica establecer lazos sólidos y profundos con las personas y con los sitios y eso implica estar, hábito, estabilidad.
Somos con nuestra circunstancia, ya lo decía Ortega, y para salvarnos a nosotros tendremos que salvarla a ella. Necesitamos raíces, necesitamos estabilidad, necesitamos amar u odiar la circunstancia que habitamos y para ello, necesitamos conocerla y eso implica rutina.
La ideología que subyace a “la zona de confort”, a “atreverse a soñar” y a “no rendirse jamás” esconde un discurso neoliberal atroz. Pero me temo que por la extensión de esta reflexión, es una historia que merecerá ser desentrañada en otra ocasión.


jueves, 1 de diciembre de 2016

La cercanía de los gatos

En una novela de Murakami voy transitando los días.
Anestesio la soledad del desarraigo fijando instantes efímeros con letras . Fuerzo los pasos por los mismos caminos por crear una falsa sensación de rutina, creyendo que esto es lo cotidiano.
El vacío es tan grande que horada a ratos la alegría de los nuevos acentos. La casa de una está donde estén los pies, es una grata conclusión vestida de la necesidad de tierra.
En esta novela los gatos son lo más parecido a la sensación de estar en casa, porque los gatos callejeros se repiten en todas las ciudades, su caminar, su terrible indiferencia y desconfianza, sus costumbres, sus maullidos. Todo es idéntico.
Encuentro en ellos el sosiego de la tierra conocida, como si ya supieran quien soy y yo supiera quienes son ellos. No les pido nada, quizá una mirada, ellos a mi comida o quizá solo que les ahorre una paliza.
Me tranquiliza ver gatos, me entretengo en su indolencia.
A veces la comprensión de una novela viene cuando menos se espera, “¿Kafka en la Orilla?”

domingo, 5 de junio de 2016

Hola de nuevo, Adiós

Es más sencillo ser consciente del paso del tiempo cuando se cambia de tierra. Llega la despedida y la inevitable vista atrás. El repaso de las caras, los nombres, las expresiones y los cielos de este nuevo hogar temporal.
Las Bardenas

Y así, y dejando el rastro del fuego del hogar que pronto barrerá el nuevo otoño, los minutos van cerrando la melodía principal en una silenciosa cadencia.
Me entretengo en las luces, pensando que ellas podrán hacerme entender el sentido de todo esto. Voy mirando sombras buscando en el contraste un rastro del significado de la distancia. Pero nada lo tiene, lo único real es el momento, los momentos, el aquí, el “en este momento”.
En un collar de horas voy engarzando los recuerdos de este año para que no se me escape la vida. Siempre elegimos tareas prometeicas, la vida no son las fotografías de la caja del armario.
La chica del espejo y yo vamos buscando surcar el rostro de arrugas bonitas. Vamos diciendo adiós otro año más. Adiós a todas las personas que compusieron el día a día, a las que dieron cierta racionalidad a la soledad y contribuyeron a enriquecerla. Adiós al primer contacto con la terminación aguda de todas las palabras. Adiós a la estepa y a las aves que nos acercaron a la idea de lo sublime. Adiós a las rocas pacientes.
Hola de nuevo, Adiós.


lunes, 2 de mayo de 2016

La eterna navegación

Crecer sin raíces como una planta aérea, alimentando las ramas a base de aire. Trasplantada en tierras ácidas, calcáreas, en terrenos pedregosos, sobre el asfalto, en el asfalto. Crecer aprovechando el sol o soportando lluvias eternas, medrar al amparo de refugios móviles.
Los abedules crecen en casi cualquier tipo de terreno, son adaptativos, pero hasta ellos tienen raíces.
Ulisses i les sirenes, quadre d'Herbert James Draper
Fuente: Wikipedia
La sensación de no saber situar la cabeza al norte y de no saber dónde están los pies, es tan agradable como peligrosa, es una sirena.
No se puede navegar eternamente.
Todos necesitamos raíces.
Llegar a puerto.
Descansar
.