Elegante, ágil, grácil, fiero, valiente, hedonista. Una
criatura que sabe obtener placer de todo cuanto hay en su entorno, un tejado al
sol, en el mejor sito del sofá, en un pajar escondido y cálido, a la sombra de
una parra en verano, a los pies de la cama, sobre el cuello de su alimentadora.
Come lo que quiere y cuando quiere. Genios del chantaje emocional que nos controlan y lo sabemos.
Inquilina |
Gatos, esos seres sin término medio, excesivos y
voluptuosos.
Evalúan el peligro de manera bastante acertada, pelean o
huyen, pero huyen enseñando los dientes. No se someten, como mucho te adoptarán
como parte de su territorio, nunca por debajo. Puede que te hagan creer que
mandas tú, pero sólo cuando necesitan que tu ego se sienta agradecido para
conseguir algo para ellos.
Si saben que tú eres su alimentadora en la vida, que siempre
que quieren tendrán una caricia garantizada o la puerta libre, serán animales
felices y despreocupados.
A diferencia de un niño pequeño, los gatos aprenden mucho
más rápidamente qué persona les va a proporcionar comida, refugio y amor. Es
cuestión de vida o muerte para ellos. Las señales no son equívocas, o me cuidas
o no, y en tal caso nada me une a ti, puedo buscarme la vida.
Un niño en cambio, es un ser mucho más dependiente y durante
más tiempo. De que reciba atención cuando lo precisa, puede depender su propia
supervivencia.
Esta debilidad estructural es en lo que se basa nuestra
sociabilidad y en cierta medida es nuestro talón de Aquiles. Quedamos a
expensas de la pericia como padres de nuestros progenitores, y bajo el
imperativo de sobrevivir, se irá modelando el carácter.
En cierto sentido, la infancia a veces se convierte en el
largo trayecto de la domesticación y la sumisión. Por nuestro bien, claro está,
pero sometimiento a fin de cuentas. Hay
un aprendizaje que atormenta a madres y niños, la comida. Una forma primitiva
de relación, quizá la más básica que comienza con el amamantamiento y que se
prolongará en algunos casos hasta el resto de la vida. Madres proveedoras.
La educación, salvando honrosas excepciones, acaba siendo una perversa forma de dominación. Aprendemos cuándo hay que tener hambre, qué comer y cuánto comer. Un hecho que podréis pensar que estoy sacando de quicio, pero no respetar[1] ciertas alertas como el hambre o el asco profundo a un alimento y obligar, es dominar no educar.
Turing y Hobbes |
Ignorando
sistemáticamente nuestras propias (y eficientes) alertas fisiológicas, las
sensaciones corporales más básicas acaban siendo algo a lo que ignorar y una
herramienta “inútil”.
La domesticación pasa por saber cuánta agua beber aunque no
se tenga sed, cuándo hay que dormir aunque no se tenga sueño, cuándo ser
fuertes aunque lo que queramos sea llorar y salir corriendo. Aprender a callar
para no molestar, a decir si aunque queramos decir no, a taparnos porque el
desnudo es feo, a no tocarnos porque eso no se hace, a tener vergüenza del
cuerpo, a follar según los paradigmas dominantes y a decir “hacer el amor” en
vez de follar; a tener miedo, porque el
miedo se aprende y si no, que se lo digan al pequeño Alberto.
Como todos estudiamos alguna vez, hay un tipo de aprendizaje
que se basa en recompensar las conductas, de tal manera que tenderán a
repetirse aquellas que van seguidas de un refuerzo positivo o evitadas las que
van seguidas de uno negativo. También os sonará lo de “la letra con sangre
entra”. “Vurro”, capón “vurro” capón, “Vurro”, capón. A la tercera, “Burro”. O “Te
lo comes todo”, beso, “te lo comes todo”, beso, “te lo comes todo”, beso. A la
tercera: revientas, pero te lo comes todo.[2]
El gato quiere comida, sabe hasta dónde comer y es libre de
hacerlo, si es que le dan comida. Sabe que no le van a querer más o menos por
lo que ingiera, y de ser así, probablemente le diera igual. Nuestro amor no es
básico para su supervivencia, sólo nuestra comida.
Pero… ¡Ay amigo!, un niño eso no lo tiene tan claro, el amor
de sus padres, durante un tiempo va a ser crucial para que sobreviva o no. Es
un ser dependiente, frágil y va a perseverar en la existencia sea como sea, y
si es mediante la sumisión, amén.
Pasa la vida y aprendemos,
a fin de cuentas, a ser adultos e ir olvidando cuanto de gato pueda haber en
nosotros. Saber porqué no tiene miedo el
gato puede ser un punto de partida, ese o encontrar un buen motivo, un buen
lugar, una buena compañía, una buena comida y ronronear…
[1] Por
favor, no desearía que pensarais que estoy incitando o defendiendo que un niño
coma lo que quiera, ya sea una cocacola a las 10 de la mañana o desayunar
pizza. Sino el respeto a sus sensaciones de hambre y saciedad con amor, afecto,
cuidado y dentro de una educación acerca de comer de un modo saludable
adaptándose a gustos y motivando a probar nuevos sabores.
[2] Es
simple lo sé, pero esto daría para un libro y hay que acotar. Un día si quieres
lo hablamos tomando un café.
Qué ingrata y frustrante tarea enfrentarse a la resistencia del niño, que busca el placer inmediato de la golosina nada sana o se niega a alimentarse por la repugnancia que le produce el alimento que el adulto considera que le conviene para mantener su salud. Un enfrentamiento entre la emoción y la razón en un combate desigual, porque al niño o niña le falta razón habitualmente y al adulto la situación le lleva a que le desborden las emociones.
ResponderEliminarYo nunca he confiado en el manido "el cuerpo es sabio", porque el cuerpo es un imbécil de cuidado y como te despistes te convence de que lo alimentes a base de chorizo y cerveza exclusivamente, que es "lo que te pide el cuerpo".
Bueno, lo de comer chocolate porque me lo pide el cuerpo (por decir algo), es una excusa tan antigua y barata como "mama no puedo ir al cole me duele la tripa". Cada uno aplaca sus demonios como puede. Evidentemente no podemos abandonar la salud a una premisa tan... ambigua o difícimente discernible. Hablo de la enorme dificultad que representa para algunas personas reconocer las sensaciones reales tan básicas como la de estar suficientemente saciado, por ejemplo. Sin meterme en otras sensaciones más complejas.
EliminarVisto lo visto hasta ahora, tengo mis dudas acerca de quien es realmente imbécil en el binomio cuerpo-mente. Hay señales inequívocas físicas, el miedo, la pena, la ira, el amor, tienen respuestas muy evidentes, y muchas veces ignoradas. Lo que está clarinete, es que la dualidad platónica y judeocristiana ha hecho mucho, pero que mucho daño.
Creo que no he expresado claramente lo que quiero decir, o al menos una serie de matices, que perfilarían más mi punto de vista.
Ni defiendo el naturalismo ni la nueva era de acuario, defiendo el placer en el sentido epicureísta de la palabra.