lunes, 16 de noviembre de 2015

Vecino

Gregorio pasaba de los 80 y su mujer había muerto hacía muchos años. Era alto, delgado, con muy poco pelo y con una risa constante en la boca cada vez que saludaba. Tenía una energía bastante contagiosa y un gran sentido del humor.
Cada noche, al pasar por delante de nuestra puerta en verano, cuando estábamos sentados en el fresco, paraba un rato a hablar con nosotros.
Le llamaban Porcelanas, Gregorio Porcelanas, y era nuestro vecino casi de puerta. Siempre me cayó muy bien, tenía una sonrisa sincera y esas cosas los niños las saben percibir como nadie.
Cuando se fue haciendo mayor, decidió irse a vivir a la Residencia de mayores. Físicamente estaba bien, pero supongo que se le caía la casa por las noches. La soledad es tremendamente difícil y supongo que la vejez también. De esas cosas uno no se da cuenta cuando es joven y rara vez deseamos empatizar con los ancianos.
Según parece, en la Residencia ayudaba a las auxiliares y enfermeras. Según dicen, era el alma mater del centro.Una vez fui a ver a otra vecina a la Residencia y allí estaba, con su eterna sonrisa, dando el punto de vitalidad a la decrepitud. Realmente, si me paro a pensar, nunca le vi otra expresión en la cara, siempre le conocí sonriendo.
Pues bien, este verano y para sorpresa de todos, Gregorio decidió ponerle fin a su vida. Escribir el último capítulo y ser él quien cerrara el libro y no el azar. El pueblo entero quedó conmocionado. Le pregunté a mi padre si se encontraba mal, me dijo que había hablado por la mañana con él, que le vio extraño, serio, pero que jamás hubiera pensado que podría suicidarse.
No sé lo que sucedió, y verdaderamente lamento muchísimo su pérdida. Una parte de nosotros se va con las personas que han formado parte de nuestra vida. Le recuerdo cada noche de los interminables veranos en el pueblo, yendo a casa a dormir, saludando efusivamente. Recuerdo cada vez se que iba en invierno y me saludaba aunque no se acordara de mi nombre.
Cuando algo así sucede, todos nosotros en el fondo nos sentimos culpables, incluso aunque no fuera una persona a la que viéramos en el día a día. ¿Qué hicimos mal? ¿Le podríamos haber ayudado? ¿No lo quisimos ver?
Según parece, Gregorio dejó las gafas y el bastón en el pozo y simplemente se fue.
Intento entender los motivos, supongo que la vida que quería vivir ya no era posible, que las limitaciones de la vejez no le hacían capaz de seguir el camino elegido, él era un hombre activo, independiente, un hombre de campo. 
Un haz de culpa, miedo y dolor nos suele atar los sentidos en estos casos, y un enorme tabú traspasa las culturas con relación al suicidio.
Quizá en algunos casos, muchas personas después de recibir ayuda psicológica, pueden gozar plenamente de la vida que quisieron segar. El suicidio en ciertas circunstancias puede que sea el recurso de alguien que no es capaz de encontrar la salida a una situación que la tiene y puede que no sea un acto libre.
La pregunta que me hago es, si siempre es así o por el contrario hay ocasiones en las que matarse el un acto libre y voluntario, es decir, decidir sobre la vida y nuestro modo de estar en ella. 
A lo mejor a mi vecino la vejez no le dejaba vivir como él quería, a lo mejor lo que hizo fue el último acto del hombre libre que siempre fue.
 Sea como fuere, descanse en paz.


NOTA: si algún familiar de Gregorio está leyendo el artículo, mi condolencias. Vaya por adelantado, que está muy lejos de mi intención juzgar. Nada sé de cómo fue, solo sé que fue un gran vecino cuya muerte lamento y al que siempre tendré en la memoria.

2 comentarios:

  1. Me agrada leer una entrada dedicada a un gran vecino y mejor persona, de los de toda la vida, de los sinceros, de los amables y simpáticos. Un detalle que te honra.

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    1. Leo ahora tu mensaje, por alguna razón estaba en spam.
      Muchas gracias Marti.Ojalá no le hubiera tenido que dedicar ninguna entrada.

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