Me detengo en sus rostros
concentrados, sin una mancha, sin una marca ni una arruga. La luz cae suavemente
sobre sus cabezas inclinadas hacia el papel. Abstraídos del mundo. La lluvia continúa y todo es más triste, más tranquilo.
Parece que el porvenir brillase
en sus rostros.
Los observo con detenimiento. Disfruto de ese momento mágico de
completo silencio. Los veo pelearse con las preguntas, con determinación. La
vida fluye con tantísima energía que no sé cuándo y cómo se va la adolescencia.
Sobre todo, cómo.
Son primavera imparable en mitad
del otoño. Creo que aquí dentro ya no queda ni un eco de eso.
Fijo de nuevo la mirada en esa
luz que los baña. El futuro es suyo, el presente está preñado de todas las
vidas posibles, todas aún por vivir. Y guardados en el fondo de su inmadurez,
aguardan sus proyectos a que las experiencias presentes los vayan perfilando.
Imagino sus vidas venideras, imagino qué pensarán cuando pasen los años y todo
esto sea un pequeño paso en un largo recorrido.
Nosotros, anclados en el día de
la marmota, repetimos la tarea de Sísifo día tras día. Los días se diluyen.
Ellos siempre tienen los mismos rostros, pero nuestro espejo dice otra cosa.
Quizá sea la ignorancia lo que
echo de menos, esos días en los que no me interesaba entender a los poetas al
hablar del carpe diem. Hoy estoy tan
cansada que me encantarían que me extirpasen la conciencia. No resisto el
sinsentido.
Ha pasado, todo ha pasado, nada era verdaderamente tan importante.
¿Era necesario sufrir? Las metas, las emociones tan intensas, las angustias.
Nada era tan importante. Los relatos
inventados ahora figuran como lo que son realmente, interpretaciones
transitorias para poder andar. El ser humano es asombroso.
Vuelvo a sus rostros, esconden al
yo que saldrá y que les irá profundizando la mirada, surcando la piel. Imaginan
vidas. ¿Qué quedará de todo eso? Qué ha quedado de todo eso.
Buceo ante la imperiosa necesidad
de seguir andando. Me vuelvo a preguntar qué queda de todo eso. Acuden a
raudales sensaciones dormidas en la garganta. ¿Qué queda de todo eso? Vuelve la
pregunta martilleante una y otra vez: ¿qué queda? Ante la nada, ante el vacío,
ante el absurdo, ante la angustia, queda la intensidad de la pregunta y la
persistente duda que aguijonea hoy de una manera diferente a como aguijoneaba entonces. Queda el asombro.
Necesito pensar que después de la
fugaz primavera quizá habite en nosotros un “verano invencible”.
Levanto la mirada. Ha dejado de llover.
Hermosa reflexión. Hija de una lluvia que atraviesa cristales e invade corazones.
ResponderEliminarLa primavera siempre es fugaz y precipitada, pero no más rápida que el verano esperado, también vencible y vencido por el otoño al que dará paso.
(Me encanta Satie, lo descubrí al comienzo de mi verano)
Salud
Decía Camus que andaba ya en pleno otoño, que al volver a Tipasa había descubierto dentro de sí el recuerdo de la luz, el verano invencible, quizá la esperanza.
ResponderEliminarPara mi la duda y el asombro son Tipasa. El otoño cae sin remedio, pero sigo buscando dentro los ecos del verano. Qué rápido pasan las estaciones.
A mi también me encanta Satie. Hace muy poco que lo descubrí. Cuántas veces lo habremos escuchado en el cine sin saberlo.
Muchas gracias por tu comentario.
Muy emotiva, y emocionante. Diría que es el comienzo de un relato, o de una novela, que está por escribir. Al comienzo de Los cuatrocientos golpes, el niño escribe en la pared de la clase algo así como "Aquí estuvo...." La vida, si es vivida, acaba siendo testimonio de ella misma...Quizá quede eso. Después de todo, ¿Por qué tendría que ser de otro modo? La peste, obra cumbre del sinsentido del mundo, nace como testimonio de ello. O quizá también quede la lucidez, y entonces ya te conviertes en testimonio, casi involuntario. Gracias por tan lúcida reflexión.
ResponderEliminarY entonces te conviertes en testigo, también como el coronel Kurtz cuando grita el horror, cuya exclamación es, precisamente, el último testimonio de humanidad.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu comentario.
ResponderEliminarMe parece muy interesante lo que dices sobre convertirnos en testimonios involuntarios. La vida como testimonio de su propia esencia... Abierta, arrojada.
En esa vida, una vez se mira de refilón el sinsentido, se requiere una fortaleza para la que difícilmente se está preparado. Pienso en Kurzt, en su aparente locura, en su lógica.
Pero debemos seguir, dotar de sentido, encontrarlo, no podemos bordear el abismo eternamente.
Siempre nos quedan los demás, la creación. En este sentido, a veces me ha parecido que habitaban en nosotros personajes con ganas de salir sobre el papel.
Ojalá algún día pueda yo entender la algo más de la vida a través de este personaje con el que llevo años conviviendo.
Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo.
Exacto, no podemos vivir en el abismo porque somos palabra. Y a veces, como las tuyas, y las de tantos otros, crecen en los demás. Abrazos.
ResponderEliminarParadójicamente, la desazón y el cansancio que rezuma tu hermosa reflexión me ha reconciliado con ellos, con esos rostros que unos exámenes muy pobres me han hecho sentir tan lejos. Pero nosotros formamos parte del presente que les acerca ese futuro ignoto en el que proyectan sus deseos y miedos.
ResponderEliminarLa nada?, el vacío, la duda? Muchas veces. Pero no son también estos los que nos hacen avanzar? No nace también de ahí el asombro?
Probablemente el sentido está en imaginar a Sísifo feliz.
Gracias amiga
Muchas gracias a ti, Rocío. Tienes toda la razón, del vacío y de la desazón nace el asombro y del asombro la creación. Es maravilloso comprobar como caminamos pese a todo.
EliminarUn abrazo muy grande.