lunes, 24 de diciembre de 2018

Whatsapp: un mar de mierda


Un día alguien abre el móvil y una persona conocida comparte un vídeo. La persona que lo recibe lo abre y en el vídeo se ve como un hombre maltrata a dos criaturas de no más de 5 años. En el vídeo no hay nombres, ni fechas, ni texto. Nada.
Otro día alguien a quien estimamos nos manda una fotografía con un chiste de mal gusto y humillante acerca de los refugiados sirios.
Ve el vídeo durante unos cinco segundos sin entender bien qué es lo que está viendo, le parece impensable que alguien pueda compartir un vídeo así, que alguien lo pudiera grabar y que alguien pueda hacer semejante brutalidad. Observa la fotografía con el chiste, lo borra.

¿Qué puede llevar a esa persona a compartirlo? quizá la necesidad de combatir la violencia haciéndola visible a todo el mundo. Quizá también es la incapacidad de distinguir que es un bulo ni una noticia falsa. La falta de empatía hacia todo un pueblo. ¿Cuál puede ser la causa?.
Durante mucho tiempo las noticias se contrastaban, los periodistas se documentaban y lo que llegaba de la prensa podía ser más o menos parcial, pero en cualquier caso había sido más o menos verificado aunque hubiera sido deformado. Hoy no solo se comparten noticias, se comparten “contenidos” y algunos medios como Whatsapp se han convertido en el imperio de la mentira, el bulo y los contenidos de ultraderecha enmascarada. ¿Cómo ha podido la inmundicia triunfar de un modo tan aplastante en las redes sociales?
Las redes nos han proporcionado el asilo de la comunidad del que nos ha despojado el capitalismo, la globalización y la nueva Weltanschauung. Podríamos decir que “es la falta de amor la que llena los bares”, la necesidad de unirnos, ser pueblo y el abrigo de los demás. Por ello, compartir porquerías que remueven los sentimientos más hondos nos acerca a los demás. Además es sencillo, a veces es tan sencillo como deslizar un dedo sobre una superficie lisa y suave. Mucho más sencillo que parase a reflexionar sobre las implicaciones de dicha acción. Es difícil asumir nuestra responsabilidad cuando ni siquiera somos conscientes de que un click es una acción o de que compartir algo sin contrastar o sin reflexionar es una acción, una acción que hace el mundo.
Navegando un poco más lejos o un poco más hondo, no lo sé, se me ocurre que, además de la falta de información, de la antigua fe en las noticias (poco operativa hoy en día) de la necesidad de unirnos, además, en el hecho de compartir vídeos como el que decía al principio, radica una especie de atracción a lo siniestro. Pensemos en película “Tesis”, al final de la película la periodista dice: “les avisamos de la dureza de las imágenes”, inmediatamente todo el mundo se queda mirando a la pantalla precisamente por la dureza de las imágenes.
En el primer capítulo de la primera temporada de “Black mirror” sucede algo similar: la performance como obra de arte solo es posible con la complicidad de los espectadores que critican lo que está sucediendo, mientras ellos mismos hacen posible que esté sucediendo eso terrible. Lo siniestro atrae.
Esta cuestión acerca de como las redes se han convertido en un vehículo de diseminar porquería, tiene tantos tentáculos que debería ser objeto de tesis. No obstante, me quedo como la pregunta, ¿cómo hemos llegado a convertir Whatsapp en la basura que es?
Decía mi amigo David aquí, que el límite posibilita nuevos caminos, yo diría que además posibilita la salud. La transgresión del límite ha sido históricamente el estímulo para ir más allá, hoy en este mundo deconstruido, creo que lo verdaderamente transgresor es redefinir los límites de nuevo porque nos hemos disuelto irremediablemente en un inmenso y fangoso mar de mierda.