Un día alguien abre el
móvil y una persona conocida comparte un vídeo. La persona que lo
recibe lo abre y en el vídeo se ve como un hombre maltrata a dos
criaturas de no más de 5 años. En el vídeo no hay nombres, ni
fechas, ni texto. Nada.
Otro día alguien a quien
estimamos nos manda una fotografía con un chiste de mal gusto y
humillante acerca de los refugiados sirios.
Ve el vídeo durante unos
cinco segundos sin entender bien qué es lo que está viendo, le
parece impensable que alguien pueda compartir un vídeo así, que
alguien lo pudiera grabar y que alguien pueda hacer semejante
brutalidad. Observa la fotografía con el chiste, lo borra.
¿Qué puede llevar a esa
persona a compartirlo? quizá la necesidad de combatir la violencia
haciéndola visible a todo el mundo. Quizá también es la
incapacidad de distinguir que es un bulo ni una noticia falsa. La
falta de empatía hacia todo un pueblo. ¿Cuál puede ser la causa?.
Durante mucho tiempo las
noticias se contrastaban, los periodistas se documentaban y lo que
llegaba de la prensa podía ser más o menos parcial, pero en
cualquier caso había sido más o menos verificado aunque hubiera
sido deformado. Hoy no solo se comparten noticias, se comparten
“contenidos” y algunos medios como Whatsapp se han convertido en
el imperio de la mentira, el bulo y los contenidos de ultraderecha
enmascarada. ¿Cómo ha podido la inmundicia triunfar de un modo tan
aplastante en las redes sociales?
Las redes nos han
proporcionado el asilo de la comunidad del que nos ha despojado el
capitalismo, la globalización y la nueva Weltanschauung.
Podríamos decir que
“es la falta de amor la que llena los bares”, la necesidad de
unirnos, ser pueblo y el abrigo de los demás. Por ello, compartir
porquerías que remueven los sentimientos más hondos nos acerca a
los demás. Además es sencillo, a veces es tan sencillo como
deslizar un dedo sobre una superficie lisa y suave. Mucho más
sencillo que parase a reflexionar sobre las implicaciones de dicha
acción. Es difícil asumir nuestra responsabilidad cuando ni
siquiera somos conscientes de que un click es una acción o de
que compartir algo sin contrastar o sin reflexionar es una acción,
una acción que hace el mundo.
Navegando un poco más
lejos o un poco más hondo, no lo sé, se me ocurre que, además de
la falta de información, de la antigua fe en las noticias (poco
operativa hoy en día) de la necesidad de unirnos, además, en el
hecho de compartir vídeos como el que decía al principio, radica
una especie de atracción a lo siniestro. Pensemos en película
“Tesis”, al final de la película la periodista dice: “les
avisamos de la dureza de las imágenes”, inmediatamente todo el
mundo se queda mirando a la pantalla precisamente por la dureza de
las imágenes.
En el primer capítulo de
la primera temporada de “Black mirror” sucede algo similar: la
performance como obra de arte solo es posible con la
complicidad de los espectadores que critican lo que está sucediendo,
mientras ellos mismos hacen posible que esté sucediendo eso
terrible. Lo siniestro atrae.
Esta cuestión acerca de
como las redes se han convertido en un vehículo de diseminar
porquería, tiene tantos tentáculos que debería ser objeto de
tesis. No obstante, me quedo como la pregunta, ¿cómo hemos llegado
a convertir Whatsapp en la basura que es?
Decía mi amigo David aquí, que
el límite posibilita nuevos caminos, yo diría que además
posibilita la salud. La transgresión del límite ha sido
históricamente el estímulo para ir más allá, hoy en este mundo
deconstruido, creo que lo verdaderamente transgresor es redefinir los
límites de nuevo porque nos hemos disuelto irremediablemente en un
inmenso y fangoso mar de mierda.