lunes, 20 de mayo de 2019

La urgencia de vivir.


Me resulta fascinante la manera en que nos perdemos y nos encontramos a nosotras mismas a lo largo de la vida. A veces como si una niña se perdiera entre la multitud o en el bosque, en el parque. De pronto, la adulta desorientada se angustia por  hacerse cargo de nuevo. La ve, está entretenida, decide olvidarse por un momento. Cuando vuelve a levantar la cabeza, el momento han sido varios años y ha pasado casi una vida entera.
Nos perdemos a nosotras a lo largo del tiempo, nos volvemos a encontrar, visiblemente cambiadas, como dos viejas amigas por las que la vida ha pasado en todas sus formas. La sensación es de cierto alivio y de sorpresa, de nuevo hay que comenzar a rescatar ese idioma inventado que se fue gestando a lo largo de varios años, ese idioma que solo nosotras y entre nosotras mismas hablábamos.
Otra sensación es la de volver a estar en casa y hacer presentes sentimientos velados. Acordarse de lo que queríamos, recordar qué nos gustaba y cuándo, cuáles eran los anhelos, dónde queríamos ir, la sensación sólida y frágil de los pies descalzos.
El sol después de un largo letargo invernal. Abrir los ojos y descubrir que la luz no había muerto definitivamente. Siempre estuvo ahí la otra mitad de la vida por vivir. La ineludible e inaplazable urgencia de vivir. Nuestro "verano invencible".