Me resulta fascinante la manera
en que nos perdemos y nos encontramos a nosotras mismas a lo largo de la vida.
A veces como si una niña se perdiera entre la multitud o en el bosque, en el
parque. De pronto, la adulta desorientada se angustia por hacerse cargo de nuevo. La ve, está
entretenida, decide olvidarse por un momento. Cuando vuelve a levantar la
cabeza, el momento han sido varios años y ha pasado casi una vida entera.
Nos perdemos a nosotras a lo
largo del tiempo, nos volvemos a encontrar, visiblemente cambiadas, como dos
viejas amigas por las que la vida ha pasado en todas sus formas. La sensación
es de cierto alivio y de sorpresa, de nuevo hay que comenzar a rescatar ese
idioma inventado que se fue gestando a lo largo de varios años, ese idioma que
solo nosotras y entre nosotras mismas hablábamos.
Otra sensación es la de volver a
estar en casa y hacer presentes sentimientos velados. Acordarse de lo que
queríamos, recordar qué nos gustaba y cuándo, cuáles eran los anhelos, dónde
queríamos ir, la sensación sólida y frágil de los pies descalzos.
El sol después de un largo
letargo invernal. Abrir los ojos y descubrir que la luz no había muerto
definitivamente. Siempre estuvo ahí la otra mitad de la vida por vivir. La
ineludible e inaplazable urgencia de vivir. Nuestro "verano invencible".