martes, 27 de agosto de 2013

Treinta y pico y a la deriva o de la reinventación

Me decía un señor el otro día, sin darse cuenta del daño que podía hacer y desde el cariño: “me dais mucha pena hija, vais a ser una generación perdida”.
Efectivamente, no lo vamos a ser, lo somos. Somos una generación que se encuentra perdida, sin horizonte, sin saber lo que es un trabajo estable, sin saber lo que repartir clandestinamente propaganda del PCE, sin saber lo que es la postguerra, sin haber conocido un ordenador hasta los 15 y un móvil hasta los 20. No hemos rotos tabúes sexuales porque ya lo habían hecho antes, no hemos vivido la dictadura, no peligramos con la heroína, no vivimos la movida, y el botellón lo conocimos con bastante más edad de la que se conoce ahora. Nacimos en democracia, vimos la “Bola de Cristal”, “Barrio Sésamo” y el “Planeta imaginario”.
Nunca tuvimos porqué pelear, porque nacimos en un país libre, y cuando crecimos, a ninguno de nosotros le extrañaba ir a la universidad. De hecho esas frases de “ahora los hijos de los obreros también van a la universidad”, nos podían llenar de orgullo, pero no acertábamos a calcular la profundidad de su significado.
Si señores, no tuvimos que pelear, ni ocultar la chapa del del Ché Guevara. Podíamos hablar de política, podíamos ir a la universidad, podíamos aspirar a tener dinero, (era a lo que había que aspirar). No tuvimos que pelear porque a lo que se nos enseñó fue a estudiar, estudiar y estudiar. “Tú estudia para ser alguien en la vida”. “¡Glups!”, “pues si es una cuestión de ser algo o no ser nada, prefiero ser algo”, piensas, y dices “¡hala!, a estudiar”. Estudias la EGB, estudias, BUP, porque hay que ser alguien, estudias la carrera, porque hay que ser alguien. Una licenciatura. Movida por la inercia, por los sueños, por las pajas mentales o por el ansia de pelas. Tu estudias porque es lo que hay que hacer. Y además sales de marcha. Pero señores, podíamos salir, sin problemas, sin censuras, nos podíamos dar el filete por la calle con quien nos diera la gana. Podíamos beber (las mujeres digo), y podíamos decir lo que nos diera la gana.
Toda la sociedad fue caminando hacia la opulencia, hacia el tener frente a la austeridad. Al progreso entendido como montañas de cosas, tecnología como bien en si mismo, destrucción de todo vestigio pasado de tradición, leyenda o explicación que sonara a rancio. Los colores de los ochenta eran los imposibles fluorescentes, en los noventa el vinilo, líneas depuradas. Larga vida al plástico.
Fuimos avanzando todos, progres, carcas, fachas e izquierdosos hacia una sociedad glotona, ignorante, devoradora, mitómana de la tecnología, sacralizamos (todos) a nuestra bendita democracia, a nuestra bendita constitución y al bendito estado del bienestar. Y ahora, díganme señores ¿Por qué coño tendríamos nosotros, las almas cándidas de 18 años, que pelear? ¿Contra qué? ¿Contra las becas con las que estudiamos? ¿Contra la sanidad de la que disfrutábamos? ¿Contra las bibliotecas públicas donde podíamos sacar y leer “El manifiesto comunista”?. Mi primer alcalde, señores, fue Tierno Galván.
“La gente de tu generación no pelea”. No, y les voy a contar qué nos pasa por la cabeza cuando acertamos a pensar un poco.
Estudiamos para ser alguien, mamamos la opulencia y el estado del bienestar (cuando ya fracasaba en el resto de Europa) en el que nos educaron. Acabamos hasta las narices de discursos que por lógica no entendíamos (emocionalmente era imposible entenderlo), de tipo “Cuando íbamos a las manifestaciones del 1º de Mayo” o “cuando corría delante de los grises”.  ¿Y a mi qué más me da? Acabas de comprarte un coche super caro, quieres un piso en la playa como todo el mundo, y quieres que yo estudie para que gane mucha pasta y sea alguien( de lo cual se deduce que el que no la tiene no es nadie). Bien señores, prediquen con el ejemplo, ¿De qué pelea hablamos? ¿Qué coherencia hay en sus vidas? ¿Ir a una manifestación legal cubre el expediente de llevar una vida de excesos?. Y Ahora, díganme. Si quitamos ciertos ritos progres, como los antes mencionados, ¿Qué nos queda?. Efectivamente, un capitalismo fagotizador, que, como un potente opiáceo hemos inhalado desde el momento de nacer, en 1979.
En primer lugar, como decía Luckács, hace falta una conciencia de clase. Es imprescindible tomar conciencia. Pero no, sepamos algo, conciencia y seguir en este sistema son cosas contradictorias.
En segundo lugar, estamos mal. La gente de mi generación está mal. Nos sentimos estafados. Lo hicimos todo bien, sacamos buenas notas y no somos nadie. Un puto parado en tierra de nadie que ve como se le echa el tiempo encima. Una mujer a la que le enseñaron que ser ama de casa estaba pasado de moda y ahora se ve recluída en el hogar. Nadie nos preparó para ello, a diferencia de nuestras abuelas o madres, nosotras teníamos reservado un futuro diferente.
No somos la generación más joven, no somos la de mediana edad (40, ¿no?). No fuimos niños digitales ni niños de posguerra. No hemos conocido (la mayoría de nosotros) lo que es tener la tranquilad de echar raíces, el futuro asegurado. Y me diran que ahora no lo tiene nadie. Ya, ya, pero nosotros o al menos muchos, no hemos saboreado nunca esa sensación. Y lo peor es que no tenemos esperanza de poder hacerlo, ni de cobrar pensiones, etc.
Así qué, como un gato panza arriba, pateamos, bufamos, sacamos la uñas, e intentamos sobrevivir al desencanto, a la desesperanza, a la tremendísima hostia que nos hemos dado. Y nos buscamos la vida.
Puerta cerrada, y ahora, ¿Qué?. Buscamos una salida, buscamos la esperanza, la dejamos olvidada en algún rincón. Buscamos nuestro sitio.
No mira, no, no me reinvento, sobrevivo. Nunca me inventé, para mi estaba todo dicho, carrera, matrimonio, hijos, casa en la playa y monovolumen,  y ahora resulta que no era así. Camino cerrado, busco un atajo. Pero no hago borrón y cuenta nueva, como dice mi amigo Jose, “siempre cargas con tu pasado”. No me reinvento, me busco las habichuelas.
Y benditos sean los cielos, porque no todo el mundo puede pararse y saber si caminaba en la dirección correcta.

Eso si, al próximo que me diga que me dedique a la agricultura ecológica le parto la cara.

jueves, 8 de agosto de 2013

De la mediocridad y otras enfermedades comunes

La Real Academia de la Lengua Española define lo mediocre como algo"de calidad media" o bien "de poco mérito tirando a malo".
Tirando a malo...
La mediocridad, por paradójico que parezca, se me antoja una peculiaridad del ser humano. Algo que no por común, deja de ser excepcional. Aunque para ser sincera, es más bien la manera de abordar la propia mediocridad lo que me parece fascinante.
Tal y como entiendo aquí la mediocridad, es en su segunda acepción: la propiedad de ser de calidad baja tirando a malo. Común, vulgar, sin brillo, sin genialidad, de una inteligencia y habilidad limitada, del montón, sin nada por lo que destacar especialmente, anodino, amorfo, aburrido, insignificante, que pasa desapercibido, que aporta poco o nada nuevo.
Decía que me parece fascinante la forma en que la abordamos, porque realmente, la negación de nuestra propia mediocridad nos espolea, impulsándonos a salir de ella, al tiempo que dejamos patente de esa manera, lo mediocres que somos.
Esbozaré algún estereotipo de mediocre, de modo que se entienda esto que digo.
- El mediocre intelectual.
Busca ideas geniales que ya pensaron otros para hacerlas suyas y sorprender en tertulias. Tertulias y diálogos que busca para dejar claro que no pertenece a esa ralea de gente mediocre que no habla de grandes temas. Diálogos que monologa para que no se le vea que son ideas copiadas, que difícilmente es capaz de defender con la fuerza de sus propios argumentos.
Busca libros sobre pensadores, sobre "la breve historia del mundo para dummies", "el manual del existencialista", "recopilación de grandes clásicos de la música", "como ser rarito y que se te note", "desprecia a tu vecino el de Lady Gaga con Pink floyd en 15 días", "chistes y bromas de los Monty Phyton para que no te pillen en un renuncio".
Y es que anda a la zaga de los no mediocres y como periodista ávido/a de exclusivas, lleva el bloc de notas mental para apuntarlas todas. Porque aunque no es genial, huele la genialidad a leguas, sabe arrimarse a buen árbol.
Podría engañar a cualquier polígrafo, porque está tan acostumbrado/a a creer que ciertas ideas las piensa por sí mismo, que se ha llegado a convencer de que es listísimo/a.
El problema es leerse el "Ulises" de Joyce o "Rayuela"... Pero bueno, se lía la boina negra a la cabeza y para delante...
- Mediocre modernilla/o (Hipster)
Es una versión Apple de todo lo anterior con barba (en caso de tener suficiente testoterona), gafas de pasta y pañuelo al cuello hasta en verano en Sevilla.
- La/ el mediocre "puedo pagar la excepcionalidad"
En general es una persona que piensa que la mediocridad es un mal que se cura con dinero. Este tipo de mediocre tiene muchas variantes, desde gente que se esfuerza en leer revistas de moda y tiene la habilidad de copiar las recomendaciones, hasta los archifamosos dientes de oro, cenas en restaurantes de comida molecular, partidos de golf, viajes de fin de semana en Japón con compañías de bajo coste para luego fardar, etc.
La característica fundamental de este tipo de mediocre es que intenta imitar en la medida de sus capacidades, el estilo de vida de las personas que tienen más dinero que ellos, o consideran de una cualidad humana superior.
- El/la mediocre carne de gimnasio
Son literalmente carnes de gimnasio, depilados/as, hidratados/as, tonificados/as, y con alimentación a base de pienso compuesto en forma de batidos. Algunas de estas personas encuentran la razón de su existencia en cultivar el cuerpo (y a veces la mente) como el que siembra tomates. Objetivo: "lograr el cuerpo que me han dicho que es perfecto". Las excusas son varias, pero en cierto grado de obsesión por el musculito, las operaciones de tetas y el colágeno, late (en parte) una necesidad de no ser uno más, la necesidad de que alguien se gire y nos mire por la calle.
Este último punto no es suficientemente explicativo de ciertas actitudes con respecto al cuerpo, pero eso lo dejo para otro artículo.
Uno tras otros vamos cayendo en los tópicos (en todos los tópicos), porque necesitamos ser especiales, necesitamos un poco de atención, afirmar una identidad que nos ha protegido durante mucho tiempo. Porque sin saber muy bien porqué, la mediocridad tal como la entendemos, es un cíclope del que hay que huir. Cada uno se escapa por el camino opuesto al que considera que sería el marcado para su mediocre vida.
Pues bien, desde aquí reivindico la mediocridad, el término medio, la sencillez, lo insignificante. La simpleza que caracteriza a muchas personas y las hace realmente especiales, como diría Heidegger, "auténticas". Gente que no pelea contra lo que considera mediocre porque simplemente es como es. Personas que disfrutan con una chancletas viejas, comiendo pipas, leyendo un comic, viendo una peli romántica, sacándose las pelotillas de los pies, que se aburren leyendo el "Ulises" de Joyce y no entendieron "2001".
Reivindico la mediocridad, la presencia, la sensualidad, la sencillez, el placer. Porque a fin de cuentas, "nada de lo humano me es ajeno"