lunes, 7 de enero de 2019

Divagaciones pesimistas para una tarde de invierno


Me vuelvo con la intuición (a falta de una palabra que lo defina mejor) de la vida como un caminar en precario equilibro. Todo se puede desmoronar rápidamente y sin avisar porque, aunque parezca una vida sólida, estamos a merced de fuerzas más intensas que cualquiera de nosotros. La muerte y la vida se abren camino al margen de nuestra voluntad. Como decía la canción, somos “polvo en el viento”, aunque a veces nos sintamos en la cima del universo.
Asomo la cabeza a esa intuición con más miedo que valor. Ciertamente, sé que si tuviera la fortaleza necesaria para enfrentarme a esa Verdad, quizá sería capaz de vivir de un modo más libre. Me sobrecoge pensar en la fragilidad de nuestras vidas mecidas implacablemente por el transcurso del tiempo. Un foto tomada ayer por la mañana anunciaba la alegría, pocas horas más tarde todo ha quedado barrido sin piedad instante tras instante. Ya solo queda la fotografía.
Y sin embargo nos quedamos agazapados atemorizados como un animal deslumbrado por los faros de un coche en mitad de la noche. En el mejor de los casos corremos de nuevo hacia la oscuridad, en el peor la verdad nos pasa por encima. Pero ahora que lo pienso bien, es mentira que nos pase y nos arrolle, porque tarde o temprano podremos seguir andando como si nunca lo hubiéramos pensado. La verdad que remueve cimientos se olvida pronto. 
No es el paso del tiempo, estrictamente hablando, lo que me asusta, sino la fragilidad de nuestros castillos de naipes. Y ojalá fuera capaz de no aferrarme a su forma, ojalá pudiera vivir sabiendo que igual que ahora camino sobre la cuerda, podría caer en cualquier momento; que la más leve brisa se puede llevar el castillo que voy construyendo. Si fuera capaz de vivir sabiendo que a veces caemos y a veces nos levantamos y alguna vez nunca lo haremos, quizá le miraría de otra forma a la vida. Pero amar es acariciar una imagen, es abrazar el calor aquí y ahora, es desear más. Amar implica que el tiempo se detenga y dejar que nos ilumine igual que la verdad, pero creyendo que nunca cesará. Luego la vida nos reposiciona de nuevo en la fugacidad.
¿Cómo se puede seguir viviendo sabiendo que nada tiene más sentido que lo que ahora hacemos, queremos y pensamos? ¿Cómo seguir viviendo sabiendo que nada durará? Caminando en ese precario equilibrio y con bastante miedo a saltar, no como lo hizo el funambulista de Así habló Zaratustra. A fin de cuentas somos “demasiado humanos”.


6 comentarios:

  1. Me ha encantado tu reflexión. Me ha remontado a mis lecturas juveniles de Casares y su invención, aquella por la que se "retenía" el tiempo reproduciéndolo infinitamente. Se vencía lo fugaz, pero sólo aparentemente. ¿Qué diferencia habría entre vivir una sola vez y vivir lo mismo repetidamente? Me temo que desde el punto de vista psicológico, personal, singular, que es al fin y al cabo lo que cuenta, ninguna diferencia. La eternidad y los absolutos sí que pesan, y lastran, en su forma positiva, inventando paraísos; pero también en su forma negativa, condenando al tiempo a ser huidizo y fugaz. Porque lo fugaz y pasajero sólo lo es para quien mira el mundo desde el prisma de lo que permanece y yace. Un prisma, quizá, armado de deseo de ser más.

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    1. Siempre vas a los cimientos, cosa que te agradezco muchísimo. La mayor parte de las veces, cuando escribo aquí lo hago casi a ciegas. Luego,hablando contigo tomo cierta distancia y puedo ponerle algo de orden y sentido a este caos.
      Es justo, justo lo que dices, el el absoluto es que condena al tiempo a ser fugaz, el situarnos en ese ángulo de la eternidad.
      Pero a veces pienso, si ese deseo de ser más del que hablas, no nos condena a ser menos. Si nos perdemos el vivir los instantes mirando desde tanta distancia.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo :)

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  2. Exacto. Al hilo de lo que dices, cito a Gary Snyder, de La práctica de lo salvaje: "Ser verdaderamente libre es aceptar las condiciones esenciales tal como son: dolorosas, transitorias, abiertas e imperfectas, y al mismo tiempo, agradecer esa transitoriedad y la libertad que nos concede, porque la libertad no existiría en un universo preestablecido." Claro, la libertad es saber ver y agradecer justamente aquello que desde romas educaciones se ha negado. Abrazos

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  3. Y lo complicado que es aceptar lo transitorio... Parece que caminemos siempre en el anhelo de la libertad y el pavor ante ella.
    De verdad que el apego, la negación de lo efímero de la vida, me parece tan consustancial al ser humano como el ansia de libertad.
    Muchas gracias por la cita y el comentario.

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  4. A ti por compartir tus reflexiones, siempre tan sugerentes

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