En una novela de Murakami voy
transitando los días.
Anestesio la soledad del
desarraigo fijando instantes efímeros con letras . Fuerzo los pasos
por los mismos caminos por crear una falsa sensación de rutina,
creyendo que esto es lo cotidiano.
El vacío es tan grande que horada a
ratos la alegría de los nuevos acentos. La casa de una está donde
estén los pies, es una grata conclusión vestida de la necesidad de
tierra.
En esta novela los gatos son lo más
parecido a la sensación de estar en casa, porque los gatos
callejeros se repiten en todas las ciudades, su caminar, su terrible
indiferencia y desconfianza, sus costumbres, sus maullidos. Todo es
idéntico.
Encuentro en ellos el sosiego de la
tierra conocida, como si ya supieran quien soy y yo supiera quienes
son ellos. No les pido nada, quizá una mirada, ellos a mi comida o
quizá solo que les ahorre una paliza.
Me tranquiliza ver gatos, me entretengo
en su indolencia.