Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 24 de julio de 2018

Fracaso y deseo


Leía el otro día la siguiente frase: “A veces se gana y a veces se aprende” y pensaba sobre como ese tipo de mensajes fáciles van abriéndose camino. No es aprender es perder lo que sucede a veces.
Reivindico el derecho a llamar a las cosas por su nombre. Insto al abandono definitivo de los eufemismos analgésicos que enmascaran la realidad. Aunque alguien me diga que se trata de un enfoque más positivo ante la pérdida, en realidad se trata de sedación, morfina lingüística.
Lo contrario de “ganar” es “perder”, decir que es aprender es ocultar un hecho. ¿Quién emprende una acción para lograr que la vida le de una lección que nunca olvide? Seamos realistas, por favor. Nuestro objetivo no es una lección magistral, sino lograr un objetivo diferente. Tener éxito en la empresa que se acomete. 
Es posible que a veces se pierda y que de ahí se saque una lección, el premio de consolación. Estupendo. No obstante, cuando alguien no logra su propósito, de esa persona se dice que fracasa, hablemos claro.

FRACASO
Según la RAE
1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano

Me gusta especialmente la tercera acepción, caída con estrépito y rompimiento.
Rompimiento.
Vuelve a salir el sol de entre las nubes y por un segundo me parece absurdo hablar de fracaso. Pero me he tirado días releyendo a Schopenhauer y me parece que es sintomático de un estado de ánimo. Necesito hablar sobre el fracaso, sobre la voluntad de vivir y de poder y hacerlo a mi manera. Las reflexiones nacen de sensaciones corporales en las que, a modo de magulladuras, se manifiestan las experiencias vitales que se van teniendo.
Rompimiento.
Comparo la sensación que deja el fracaso a la que deja un golpe en el estómago. Cuando era pequeña,  con unos 8 años, alguien me dio un golpe tan fuerte en la boca del estómago que durante unos segundos no fui capaz ni de respirar,  ni de llorar. Estaba completamente inmovilizada.
Rápidamente vino Cortés, mi profesor, y sonriendo levantó tres dedos de su mano. Me preguntó cuántos dedos tenía en la mano, le dije que tres y me respondió que tenía cinco. Debí sonreír, porque me dijo: “si puedes sonreír, puedes seguir corriendo”. Me levanté y seguí corriendo. Aún hoy me sigue dando congoja el recuerdo de aquel dolor, palabra. El hecho fue que seguí corriendo aunque desee parar por tiempo indefinido. 
A veces el fracaso se presenta de un modo tan descarnado que apenas nos deja un segundo para hacer el duelo por el “resultado adverso de nuestra empresa”. Dolor, solo dolor paralizante.
¿Qué duele tanto del fracaso?, probablemente el espejo distorsionado que nos pone de frente. En él se magnifican los defectos y se invisibilizan las virtudes. Pienso que esto es así porque necesitamos entender qué ha pasado. Para ello amplificamos sonoramente los aspectos que nos han llevado al “suceso lastimoso inopinado y funesto”. Es decir, los defectos.
Cabe destacar que pese a que en el fracaso intervienen varios factores, de entrada uno dirige la mirada hacia sí mismo porque eso nos hace sentir menos vulnerables ante las variables que no podemos controlar. Si yo soy la culpable, entonces hay solución y depende de mí.
Solo cuando pasa el tiempo somos capaces de llorar. Quiero pensar que Schopenhauer tiene razón cuando dice que “no lloramos por el dolor sentido, sino por su repetición en la reflexión”. Cuando lo objetivamos y sentimos ese dolor como ajeno, entonces somos capaces de compadecernos de nosotros mismos y de llorar. No sé si cura, pero relaja.
El caso es que Schopenhauer, bebiendo del budismo, considera que la voluntad engendra dolor. En el libro IV de su obra El mundo como voluntad y representación (429) dice: “la vehemencia del querer es una perpetua fuente de sufrimiento”.
Desear algo, no lograrlo, sufrir. Una incesante rueda.
Se dice que Buda expuso en el parque de los ciervos en Sarnath las cuatro nobles verdades:
1.    La verdad de que existe la infelicidad (Dukkha)
2.    La verdad de que hay una causa de la infelicidad.
3.    La verdad de que la infelicidad debe cesar.
4.    La verdad del camino que lleva al cese de esa infelicidad.
Para los budistas la raíz misma de la existencia es el sufrimiento. Este sufrimiento es comparado con una cadena con doce eslabones que explican de qué forma estamos los seres humanos atados a dicho sufrimiento (a esta cadena se le llama Paticcasamuppada).
¿Cuál es la raíz del sufrimiento?: ignorar que la realidad está en constante cambio. Lo real es tratado como estable cuando realmente no lo es. Además,  este flujo de lo real produce sensaciones en nosotros, emociones que generan deseos; en función de si las experiencias son agradables o no, se buscarán o se evitarán ignorando el constante cambio de lo real.
 Lo importante es destacar que la realidad es un flujo constante y que nuestro deseo se dirige a esa realidad en contante cambio como si fuera estática. Ello implica el sufrimiento.
El deseo genera el sufrimiento.
El cese del sufrimiento se logra mediante un camino de renuncia, no tan extremo como el de los ascetas, pero renuncia a fin de cuentas. En este sendero, la compasión y el desapego tienen un papel fundamental. Este es el llamado óctuple sendero (por cierto, el último, el Samma samadhi, la recta concentración, ya estaba teorizada antes del Mindfulnes).
Schopenhauer, siguiendo esta misma línea habla de cómo nos representamos el mundo intelectualmente gracias al principio de razón, generando la misma ficción de estabilidad (“El velo de maya”)[i]. Para él igual que para Kant, el sujeto accede al fenómeno, esto es: lo que las cosas son para nosotros. En Kant, la cosa en sí, el noúmeno, nos es inaccesible. Es decir, sabemos lo que algo es para nosotros, pero no lo que es en sí.
Pues bien, para Schopenhauer, el nóumeno se hace patente en el cuerpo como querer. Es decir, accedemos a parte del noúmeno en forma de deseo (no sabemos lo que algo es mediante la razón, pero lo deseamos mediante la voluntad).
El problema está en que ese deseo genera sufrimiento y es imprescindible (¿?) liberarse de él. No obstante en el libro dice claramente que “la vida es inseparable de la voluntad de vivir y su única forma es el ahora”).
En el Libro III dice que el arte, en tanto que nos hace salir de nuestra individualidad, es un paliativo temporal a este sufrimiento.
Me parece especialmente interesante el análisis que hace de la maldad en el libro IV. Viene a decir que la maldad parte de una violenta voluntad, de un deseo muy fuerte, que alimentado por lo que nuestra razón es capaz de representase, puede hacer desear aquello que está más allá de lo posible. Ello provoca un dolor también muy grande y lo único que puede mitigar este sufrimiento es hacer padecer y observar el sufrimiento ajeno.
La bondad por el contrario es la salida de sí mismo  por medio de la compasión. La maldad nos aísla en nosotros mismos. Es decir, nos individualizamos y nos consideramos algo diferente y separado de las demás personas. En cambio, en la bondad desaparece el principio de individuación y somos uno y lo mismo que los demás, por eso no toleramos su sufrimiento. Compadecer, padecer con.
Bien, ¿Y esto qué tiene que ver con el fracaso y con Nietzsche? Relataré la maraña de pensamientos. Deseo, fracaso, sufrimiento.
La experiencia del sufrimiento le llevó a Schopenhauer y antes al Budismo, a intentar eliminar la voluntad, el deseo. Seguramente lo pensaron de un modo mucho más matizado de cómo estoy diciendo.
En cualquier caso, lo que he estado pensando al hilo de estas lecturas es que la anulación de la voluntad es imposible porque es intrínseca a la propia vida. La voluntad mueve y la vida es principalmente movimiento. Ojalá el mundo se detuviera después de un estrepitoso fracaso. Ojalá la realidad de pronto parara y con él, nuestro dolor. Pero a la inmovilidad momentánea le nace un deseo nuevo.
Entramos en el ciclo eterno del devenir y quizá la vida es un flujo constante bajo el cual subyace un Logos (¿?). Si la vida fluye y nosotros somos un hacerse, ¿Por qué detenernos en una especie de trance narcótico? ¿Cuánto sufrimiento explica la necesidad de deshacerse del motor de nuestra propia vida?
Más allá de la voluntad de vivir, somos voluntad de poder, como dijo Nietzsche (este concepto está lejos de la interpretación que de ella hicieron los nazis). Es la voluntad de crear, de hacer y de afirmarse.
Toda la vida me he situado en la contradicción  de intentar conjugar el Budismo y Nietzsche:  la anulación del deseo y la afirmación de la voluntad de poder. Hoy el golpe de un fracaso me inmoviliza y automáticamente me abrazo a mi misma en un intento de aplacar el dolor.
¿Quisiera no haber deseado? ¿Quisiera olvidarme de mí? ¿Quisiera liberarme en la contemplación estática de la majestuosa belleza que hay a mi alrededor? Sí, pero la vida se mueve y yo con ella. Lo bello cercano a mi me hace salir temporalmente de mi yo para volver a afirmarlo rotundamente. Quiero estar viva, crecer, superarme. No creo que sea posible anular el deseo, no creo ni siquiera que sea deseable.
Ojalá hoy se parara el mundo y yo con él, pero:
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar al cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: no, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos en el camino.
                                                                                Walt Whitman, Canto a mi mismo

BIBLIOGRAFÍA
SCHOPENHAUER, A., El mundo como voluntad y representación. Ed. AKAL
NIETZSCHE, F., Voluntad de poder. Ed. Edaf
SADDHATISSA, H., Introducción al budismo. Ed. Alianza


[i] Maya en el Hinduísmo es una diosa que personifica la ilusión, el engaño para los sentidos.