Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 21 de abril de 2020

Doblepensar. Salir al comprar en tiempos de coronavirus


No es peloteo, si hay algo que me gusta en general de las personas de Zaragoza es que son gente muy maja. La definición es algo amplia, demasiado general, lo sé, pero casi todos tenemos la imagen de una persona maja en la cabeza. Cuando se va a comprar a cualquier comercio pequeño, se va una con una sensación agradable, miran a los ojos (mucho, igual demasiado) sonríen, tienen un trato muy cercano y cordial… en fin, lo que hace la gente maja.
Otra cosa que me llama la atención (como madrileña, no lo olvidemos)  es lo mucho y muy alegremente que se saluda aquí. Ya he aprendido a darme cuenta de que no soy yo la que cae bien, son las personas de aquí las que se muestran así de agradables y efusivas. Las generalizaciones son mentiras, lo sé, pero necesitamos manejarnos por la vida con estas grandes etiquetas.
Pues bien, hace tiempo (desde el confinamiento) que vivo como en una especie de contradicción mental. Por un lado pongo la tele y los mensajes se dividen en dos bloques: los que dan las noticias (a su vez divididos en otros dos bloques) y la publicidad. Afortunadamente no soy usuaria de Instagram, Facebook o twitter, como ya he dicho alguna vez, lo fui  y mucho, pero “me estoy quitando” que diría el Robe. Me imagino que en redes los mensajes serán similares pero habría que añadirle lo feliz y productivo y en paz que está todo el mundo durante el confinamiento.
En las noticias por un lado, están los mensajes que alertan y los mensajes sobre la bondad humana, que tranquilizan. Dentro del primer bloque es llamativo no el contenido, sino la forma. Simplificando de nuevo, a diario y con distintas formas lo que llega es: “cuidado, si sales de casa sin motivo, serás de la peor calaña moral posible”, “cuidado: si vas al mercadona que está más lejos en lugar de ir al Dia que está al lado, estás infringiendo la ley”; “ojo, todo el mundo es contagioso”, “mantén la distancia” “no salgas” “muertos, contagiados” “mascarilla, alcohol, lejía, guantes”.
Lo interesante, como decía, no es tanto lo que dicen, sino la forma de decirlo. La gente sonríe, la orden se da siempre siendo muy positivo porque “de esto saldremos juntos”. Es el equivalente a ser amenazado pero de buen rollo. Es algo similar a cuando alguien insulta a otra persona pero uno se da cuenta a los dos minutos. La conciencia llega un poquito tarde.
Por otro lado, en las noticias se prodigan con información sobre las iniciativas solidarias, bocadillos, personas que llevan la compra, mascarillas. Todo el mundo colabora. Parece que el mundo es mucho mejor, que esto ha sacado nuestro mejor lado. No voy a entrar a valorarlo, que me caliento.
La publicidad es fabulosa: imágenes a cámara lenta, colores suaves, ocres, música emotiva, épica, familias felices jugando en el salón... Toda una estética de la humanidad más cálida y la exaltación a la heroicidad de andar por casa. Me viene la imagen de Bertín Osborne diciendo: “dentro de ti hay un héroe” (estoy al borde de la locura). Las empresas lo están dando todo altruistamente porque hay que arrimar el hombro. Y la música… Haría falta no tener corazón para no emocionarse.  El “Hallelujah” de Cohen vive sus mejores momentos (pobre Cohen).
Sin entrar de nuevo a valorar si me parece verdad o mentira, es tremendamente insultante para la inteligencia de las personas que consumimos, que piensen por un solo segundo que no sabemos que todo, absolutamente todo, son estrategias de marketing.  MI madre dice siempre que nadie da duros a pesetas.
¿Qué tiene que ver esto con lo majos y majas que son los zaragozanos? Que las pocas veces que he salido (ojo, “pocas”, no quiero ser de esas personas de dudosa catadura moral), me he preguntado en qué planeta he aterrizado porque aquí la gente no salta de alegría y mira con amor a los demás. ¿Echarán de menos el cierzo?. ¿Qué ha pasado con esas imágenes de un mundo feliz que veo en la tele?. Ay dios mío… ¿Pero no estamos siendo todos una sociedad unida y fraternal?. Lo que veo cuando salgo es gente muy maja y muy cansada.
 El hecho es que nos apartamos unos de los otros lo más lejos posible; que los trabajadores y las trabajadoras tienen miedo, el mismo que yo, pero ellos están expuestos de continuo. El hecho es que a muchas personas les han hecho un ERTE y a otras les han despedido y las más afortunadas estamos haciendo un máster autodidácta sobre cómo trabajar a distancia. Las personas que están en la caja están al borde del colapso, enfadadas. Aguantan con estoicismo, pero no veo a nadie moverse a cámara lenta sonriendo de placer por este mundo tan solidario. Lo que se percibe es una crispación muy patente. Yo misma salgo de casa incómoda y regreso deseando abandonar la calle. El miedo es un arma muy poderosa y se está usando a discreción.
Me decía una amiga con mucha razón, que el modelo que se está llevando a la televisión es el de grandes ciudades como Madrid, pero la realidad es muy diversa, las advertencias para una ciudad donde hay inevitables hacinamientos no pueden ser idénticas que para las de una población con diez habitantes como mi antiguo pueblo.
Y sin ser especialmente paranoica, cuando subo la compra en el ascensor me cruza por un segundo la idea de que será mi último día sana, cuando la meto en casa es como si llevara al caballo de Troya en el carro de la compra y luego como hubiera metido a Satanás en la nevera. Me tengo que mentalizar mucho para no quitarme la ropa como si me hubieran tosido encima doscientas personas infectadas con ébola. Cada paso que doy lo tengo que racionalizar para no obsesionarme. Acabo por pensar (con bastantes tacos de por medio) que me da igual ya el maldito coronavirus y que si lo cojo, pues mala suerte; salir a comprar con esta neurosis no puede ser sano. Me planteo si no desinfectar la ropa, ni a mí, ni a mis zapatos será un acto de temeridad o de salud mental. Elijo la salud mental.
Así que me siento después de colocar la compra pensando si es que yo he aterrizado en otro planeta o es otro planeta el que me llega por los medios de comunicación. Lo único que veo a mi alrededor es tensión y un ambiente muy desagradable con gente esforzándose por parecer solidaria y microbiológicamente aséptica.
Y es aquí donde la palabra doblepensar adquiere otro matiz. Estamos hartos de estar en casa, estamos asustados, estamos cansados de esta situación, salir a comprar es desagradable, las personas están nerviosas, miran mal, son impacientes. Hay gente que lo está pasando realmente mal. Pero esa realidad es desplazada, esas sensaciones son relegadas por la mística de la heroicidad cotidiana y de la solidaridad sobrevenida. Ni siquiera nos es permitido convivir con estas sensaciones de desagrado. El bombardeo mediático nos castra hasta la capacidad de ser conscientes y poder hablar con libertad de ello. Hemos desarrollado la capacidad de sostener una cosa y la contraria a la vez. ¿Magia? No, publicidad.
Escuchar música en el móvil es una basura, hacer clases de yoga mirando una pequeña pantalla es una basura, dar clase sin ver a los chicos y chicas no es dar clase, ir de cañas mirando una pantalla de ordenador no es ir de cañas (no es ir), correr en una baldosa no es correr, escuchar un coro grabado con Skype es destrozar la propia esencia de un coro. Da igual como lo vistan, el emperador va desnudo. Y no creo que podamos doblepensar durante mucho más tiempo.