Al hilo de las ensoñaciones...

sábado, 28 de junio de 2014

Conchita y el nuevo traje del emperador

Escrito en Facebook: ” ¿Austria? ¿Polonia? Eurovisión ya no es lo que era”.
“Todos llevamos un homófobo dentro”, me decía esta mañana un gran amigo. Gran verdad, pero creo que la principal homofobia la dirigimos hacia nosotros mismos, no hacia los demás. Tendencias divergentes que se sofocan muchas veces antes de expresarse en el mundo exterior.
Siempre creí, toda mi vida sostuve, que exceptuando pocos casos, la mayoría de los seres humanos somos bisexuales por naturaleza. En una proporción mayor o menor hacia la heterosexualidad o la homosexualidad.
Hay gente que nunca tendrá relaciones heterosexuales y gente que nunca probará relaciones homosexuales, aunque en su interior se hubieran desarrollado inclinaciones. Hay grandes resistencias a cambiar. Miedos que afectan al núcleo duro de la identidad, pero por supuesto, lo que tiene un enorme peso es la homofobia interiorizada.
Pienso en la homofobia interiorizada como un conjunto de prejuicios y  una concepción de la homosexualidad como algo intrínsecamente malo y perverso (en el sentido literal y en el sentido habitual), que está presente en la sociedad, y que hemos asimilado en nuestro esquema de valores, sin percatarnos de que está presente en nosotros.
De este modo, pese a que aceptemos y queramos a cualquier persona gay del mundo, jamás veremos en nosotros inclinaciones homosexuales como nuestras. ¿Por qué?, porque en el fondo, la homofobia que hemos asimilado desde la infancia sigue siendo un valor que determina nuestras acciones. Es algo malo y no queremos ser malos. Sencillo.
Lo sé, lo sé. Quizá algunos de vosotros estéis pensando que tenéis muy clara vuestra perfecta y redonda (guiño parmenídeo) orientación heterosexual. Y no seré yo quien lo ponga en duda. Lo que digo es que, esa valoración profunda y silenciosa (de lo homosexual como algo malo moralmente hablando) determina que no se sea libre para aceptar una vivencia de tipo homosexual.
Cuando hablo de vivencias, pueden ser cosas muy sencillas no necesariamente un exacerbado y loco enamoramiento. Cualquiera de vosotros podría reinterpretar capítulos de su vida de otra manera si no existiera esa voz de pánico que nos alerta de alejarse del camino de la perdición. Una relación de amistad diferente, una admiración excesiva por un profesor o profesora, etc. Una inclinación, sólo eso.
La serie de Big bang Theory creo que tiene miles de ejemplos acerca de esto. Se transgreden las líneas heterosexuales constantemente.
La homofobia interiorizada es hipócrita. Al exterior se manifiesta con una suerte de tolerancia (¿¡ Tolerancia?!. Tiene un matiz tan perverso esta palabra), con un “a mí me caen muy bien los gays”, con una aceptación de lo homosexual en la casa del vecino pero no en la nuestra. Con una parte del colectivo LGTB aún invisibilizado, lesbianas, bisexuales y varones transexuales (de mujer a hombre).
Si  pasa algo que se salga de los márgenes establecidos para nuestra vida, se sofoca prontamente. Homofobia interiorizada.
Pero no, no en absoluto. No se me puede tachar de homófoba en el caso concreto de “Conchita Wurst”, la cantante austríaca de Eurovisión. Como tampoco se me puede tachar de retrógrada por el comentario que hice hacia las cantantes polacas del mismo festival.
En primer lugar me hizo mucha gracia ver cómo se pasó de un festival glamousoso en los primeros años (dejo a un lado cuestiones políticas, que si no, no acabo) a una especie de galería de frikis intentando llamar la atención de cualquier manera. Me hizo gracia y le está bien merecido al festival, de tan relamido que era, ha quedado como reducto kitsch . Y sé que esta opinión si que me puede traer problemillas con mi amigo.

En segundo lugar y con ánimo de transmitir esta idea, me referí a los dos conjuntos de artistas más representativos de este fenómeno. Polonia y Austria. Las unas estimulando con suaves movimientos ascendentes y descendentes una soberbia vara, y la otra con barba y un vestido de diva burbuja freixenet.
¿Me asusta la emulación de las polacas?, ¿y ver  a un hombre vestido de mujer?. No, estoy muy de vuelta de esas historias. No me voy a justificar. Me reí con un comentario y eso pudo herir alguna sensibilidad, por lo cual pedí perdón. Pero no, mi comportamiento no ha tenido como fundamento ideas sobre la sexualidad de cualquier miembro de la derecha más rancia.
Si esta mujer con barba u hombre vestido de mujer fuera por la calle, merecería mi más sincera admiración y mi profundo respeto, porque luchar contra toda la ignorancia hiriente de la sociedad es muy jodido. Pero de igual modo me sorprendería, me quedaría mirando e incluso seguro que con cara de asombro. Además necesitaría comentarlo con mis amigos.
En Eurovisión estoy segura que era parte de la campaña para ganar. A quien respeto es a todo el mundo que se ha sentido agradecido por ver en Conchita un apoyo.
¿Me convierte ello en homófoba? No. Rotundamente no. Si, lo confieso, me sorprende ver a un señor pintado como una puerta y con barba y un vestido de mujer hortera. Si, me da grima su enclenque cuerpecillo de niña. No lo puedo evitar. Veo el mundo a través de unos esquemas que no siempre he elegido, que no están bien y de los que no me siento orgullosa.
Pero señoras y señores míos, de sorprenderse, mirar  y quedarse estupefacta,  a insultar y denigrar, hay un salto muy grande que no creo que haya dado.
Lo curioso es que nadie me ha reprobado que hiciera exactamente la misma pregunta por Polonia. La misma. Nadie me ha tachado de antigua o retrógrada. Pero si de homófoba.
Hay cositas políticamente incorrectas y cositas políticamente invisibles (como todo el sexismo que destila el festival). Nadie ha dicho nada de la letra de la canción de Polonia o de lo apropiado de cantar festivamente una canción contra la violencia de género como Hungría.
Estoy casi segura de que Conchita quería sorprender, que se hablara de ella, cosa que lleva haciéndose meses y por supuesto ganar. Yo he entrado en el juego, un juego que me parece estúpido.  Pero lo acepté y esto me está merecido por entrar en estas gilipolleces horteras, por picar lo que sabía de antemano que era un anzuelo.
Hay cositas que son como el cuento de “El traje del emperador”, se ven, pero está mal decirlas. Se piensan pero no se dicen… La primera vez que vi a dos hombres besarse me impactó profundamente,  aún me asombro por el color de piel de las personas negras, sigo flipando con la perilla de esa protagonista de “The L Word”, y eso no me convierte ni en homófoba  ni en racista. Y hasta que no vea mil veces ejemplos de ese estilo seguiré flipando y mi concepción del género es muy amplia, pero percibo a través de unos esquemas, igual que todos. Y cuando la información se sale de los márgenes, nos sorprendemos. Ante algo que hemos aprendido que era gracioso, reímos.
Estoy teniendo más consideraciones de las que cabría teniendo en cuenta que probablemente sea un hombre sin ninguna gana de ir así, pero forzado por imperativos del concurso. Con el sólo propósito de llamar la atención y ganar y ha conseguido ambas cosas.
Dentro del marco de una mente abierta, sorprenderse y reír me parece natural y hasta sano, muestra de la humanidad y espontaneidad que falta nos hace a los adultos. Herir es otro cantar, y esa delgada línea roja no creo haberla cruzado.

El emperador va desnudo.