Al hilo de las ensoñaciones...

domingo, 23 de junio de 2013

Del miedo y el sentido telúrico ancestral

Miedo: huída, dientes o parálisis. Hacerse el muerto o seguir hacia delante, atacar, ir de frente. ¿De qué depende la reacción? ¿Es aprendida?.
Instintos dormidos que se despiertan por una décima de segundo haciendo que el cuerpo reaccione solo. Todos los sentidos alerta, los músculos en tensión, más torrente sanguíneo, el corazón late fuerte. Imperceptiblemente nuestra espina dorsal también se eriza. Correr, huir si el enemigo es más fuerte y tenemos escapatoria. Atacar si consideramos que el enemigo es más débil. Quedarse inmóvil y fingir morir si no podemos usar las opciones anteriores.
Simplemente reaccionamos. El dolor y el placer activan la misma parte de nuestro cerebro. Pura acción. Una parte ancestral que ha sobrevivido a siglos de adaptación y quizá es la más adaptativa de todas. Cerebro de reptil. Ahí está la clara prueba de que somos uno más, no uno por encima.
Curiosamente veo a diario como, pese a todas las alarmas, pese a esa imperiosa necesidad de huída, muchas veces perseveramos en permanecer impasibles ante la voz que nos reclama la fuga. Amortiguamos con mil razonamientos lógicos, lo que sin palabras nos dice ese sentido telúrico ancestral.
Lomo erizado, orejas alertas. Pero tenemos razones como losas, que nos anclan al suelo. Que nos lapidan.
Entonces la agresión invisible empieza. Sangre transparente manando a chorro por venas que ya no vemos. Hemos decidido quedarnos aún sabiendo que va a doler. Esa es la palabra, decisión. Argumentos parole, parole, parole.
Mientras, nuestro tótem amordazado, pugna por salir. Se remueve dentro, lo notamos, pero le cantamos para espantar el mal. Parole.
Ante la inminente caída al abismo, el animal totémico se libera. Es esa luz resiliente, que persiste en nuestra vida. Entonces corremos, corremos como alma que lleva el diablo, eso si, dejando un rastro de sangre de la que nos ocuparemos cuando estemos en un lugar a salvo.

Ya no hay palabras sino estupefacción. Una pregunta constante ¿por qué?.