Amontonas kilómetros como quien amontona lecturas convulsas. Van decantando en algún lugar entre el ojo, la memoria y por descuido, el pecho. Están desprovistos de contornos los lugares y las palabras. “En este saco desordenado es fácil perderse”, piensas.
Te empeñas: amontonas imágenes desordenadas sabiendo que no has digerido bien el libro, que era largo y que no siempre supiste leer. Así que ahora, para la cartografía de tu atlas humano, queda si acaso el sabor del pescado fresco y del pan de maíz al peso; queda el olor indeleble de la ría y un mediodía vertical.
Andas perdida en el mes de abril.