Al hilo de las ensoñaciones...

jueves, 7 de mayo de 2020

Paisajes soñados

Hoy me pregunto si es posible que lo que nunca se ha vivido, lo que de hecho es una mera ensoñación tenga algún tipo de entidad en tanto que es o ha sido fuente de sentimientos, depósito de anhelos, esperanzas, objetivos. Si aquello que se amaba sin que existiera, al tener la capacidad de provocar un cierto estado emocional, puede decirse de algún modo que sea.

Me pregunto en fin, por el estatuto ontológico de los paisajes soñados, esos que solo existen intactos en algún lugar de la mente que se niega a abandonarlos. ¿Son? ¿Existen de alguna forma? Paisajes soñados, vividos en la intimidad de una pequeña habitación y recorridos en toda su extensión sin necesidad de piernas ni botas. Si la realidad material es tan pequeña que casi no deja espacio para el oxígeno y estos paisajes permiten respirar ¿existen? Si cargan las acciones de intención, si motivan, si tuercen o enderezan el rumbo entero de una vida, ¿son?

Al final la realidad no era así, el universo privado nunca puede ser compartido en el exterior. Los leguajes que se han aprendido a hablar a solas permanecen en silencio. Esos paisajes son el universo simbólico que dota de sentido la vida y conforma la identidad. Pero no tienen un correlato fuera. Son la madeja que anuda las experiencias y conforma un tapiz interior imposible de mostrar.

La soledad no es estar solo, es no poder llegar a mostrar lo bonitos que son esos paisajes: verdes, ocres imposibles trascendiendo las tres dimensiones. Son tan hermosos que nos llenan la mirada incluso cuando miramos hacia fuera. Son la belleza que ha germinado en ese pequeño rincón donde late el deseo.

Hoy pienso en la proeza que es lanzarse a buscar el paisaje soñado aún sabiendo que se está despierta. La realidad nos trae de vuelta al redil y tercamente nos obstinamos en mirar un poco más lo que en algún momento nos ha colmado la mirada, lo que de algún modo nos ha vinculado a la vida.


domingo, 3 de mayo de 2020

"The power of love"


Me acuerdo de esos días como si hubieran sido un sueño evanescente. Fueron días que pasaron demasiado rápido. Aún no estoy muy segura de que fueran reales, de que todo eso fuera real. Es inevitable pensar cómo hubiera sido mi vida si no me hubiera ido nunca en Enero. Mi vida allí todavía reposa en el futuro que nunca fue y que nunca será.
Me acuerdo de esos días con una mezcla extraña de incandescencia, libertad y miedo. Picando la piedra de muros que no acertaba a ver, dando martillazos a ciegas, con una sonrisa, con el sabor de todos esos besos en la boca, los reales y los soñados.
Recuerdo esos días y acuden en la misma medida el llanto y la alegría, todo a un tiempo, una compleja mezcla que no sé digerir. Y es que lo dejé aparcado, cerré la puerta de todas las tardes y noches, la cerré de golpe sin mirar atrás. Me subí al coche, salí de mi ciudad y de mi vida hacia la intemperie, sin posibilidad de retorno.
Allí quedó Madrid y mi vida entonces. Para siempre.
Recuerdo esos días libres. Nos recuerdo a todas nosotras y mi fuerza ciega, sin control. Hacía las cosas porque no sabía que eran imposibles. ¿Será esto una crisis de madurez? No lo sé, pero pienso en mi vida entonces y el caso es que estoy llorando como hacía tiempo que no lo hacía. Me echo de menos entonces. No sé que echo de menos, no sé qué he perdido. Quizá he perdido la ignorancia, la suave inconsciencia. Ahora me busco en esa libertad. Busco el camino de vuelta a casa.
Me acuerdo tanto de sus cuerpos, de mi deseo, me acuerdo del amor que me quemaba, literalmente, me abrasaba: las horas ardían como papel entre nuestras pieles, se deshacían los nudos que nos pudieran atar a lo convencional. Miro y no sé qué he perdido por el camino. ¿Qué he perdido? ¿Por qué se me ha instalado esta color en la mirada? ¿Por qué no soy capaz de vez la vida así, como la veía antes, rellenando de sueños lo que desconocía? No soy capaz de engañarme más. Echo de menos mis mentiras, echo de menos las calles, echo de menos lo imposible, echo de menos tirar muros, todos.
Por eso no soporto las lecciones de libertad. No soporto más la superficialidad, no aguanto las mentiras de los otros, porque yo ya viví las mías. Mis mentiras y mis verdades. Transgredí los límites mentales tantas veces que no quiero más lecciones de librepensamiento. Quiero algo mucho más sencillo: mi camino, el camino que los años y yo misma hemos ido llenando de maleza.
La tarde es cálida, levanto la mirada y ahora con serenidad intuyo, que incluso con maleza, es muy probable que ese camino me haya llevado hasta aquí.

sábado, 2 de mayo de 2020

"No pido otra alegría, nado en ella como en el mar"


Cuando se comienza  a correr (en mi caso es al cabo de los diez minutos, depende de cómo esté de forma), hay unos instantes en los que la sensación corporal es de poder correr indefinidamente. Hay un momento en el que una se nota más ligera y más fuerte, por segundos incluso cierta sensación de ingravidez. Si no se tuviera experiencia previa y se pudiera juzgar solo por esos dos o tres segundos (en mi caso), podríamos llegar a creer que seríamos capaces de correr indefinidamente.
En ese instante si se conjuga el viento fresco, una buena canción y la luz adecuada, hay momento de placer difícil de explicar: un escalofrío recorre la columna vertebral y el vello se eriza, poco a poco parece (obviamente solo parece) que, cuando ambos pies están suspendidos en el aire, todo durase una eternidad. El tiempo, el espacio y la ley de la gravedad no operan durante menos de un segundo.
No conozco una sensación de libertad ni remotamente parecida. Nada se le puede comparar, porque no es un estado mental, sino un estado físico. Lo más parecido sería flotar en el agua, pero esto es mucho más intenso y a que se le añade la acción.
Poder sentir de nuevo la libertad hoy es un regalo que espero no olvidar. El encierro ha de servir de horizonte para poder vivir de una forma más auténtica, más responsable y más consciente en la medida de lo posible.
Y como Walt Whitman una vez más "canto al cuerpo eléctrico"
Me he dado cuenta de que basta estar con los que uno quiere,
Me basta demorarme al atardecer con aquellos que quiero,
Me basta sentir cerca la hermosa carne, la carne que es curiosa, que respira y que ama.
¿Pasar entre la gente y tocar alguno, o rozar con el brazo el cuello de un hombre o de una mujer, no es esto mucho?
No pido otra alegría, nado en ella como en el mar”

“I have perceiv’d that to be with those I like is enough,
To stop in company with the rest at evening is enough,
To be surrounded by beautiful, curious, breathing, laughing  flesh is enough,
To pass among them or touch any one, or rest my arm ever so lightly round his or her neck for a moment, what is this then?
I do not ask any more delight, I swim in it as in a sea.


Walt WHITMAN, "Canto al cuerpo eléctrico" en  Hojas de Hierba.