Al hilo de las ensoñaciones...

sábado, 18 de abril de 2020

El zoo está demasiado lejos. Primer cuento.


La aplicación funcionaba a las mil maravillas y había logrado suplir mi carencia para escribir a ordenador.  Las pilas de hojas manuscritas se habían amontonado de una forma descomunal a lo largo de los años y cuando llamó el editor para pedir nuevo material no pude por menos que contener la respiración.
La solución claramente estaba en darle cierta cohesión a aquel viejo manuscrito que, por algún motivo que desconocía, aún permanecía inacabado en el fondo del cajón. Lo había comenzado a escribir cuando aún era muy joven y se había prolongado a lo largo de los años. El ordenador se convirtió en mi mejor aliado muy pronto, pero acerca de ese escrito siempre había sentido predilección por hacerlo a mano. Era un diario, ficticio pero un diario, y tenía mucho más sentido que siguiera siendo escrito a mano.
El caso es que los días habían pasado desde que le di la respuesta al editor y le había explicado que era una obra de juventud y que se podría vender como tal. A Sebastián le pareció muy buena idea.  El problema vino cuando vi que eran cientos de folios y pequeñas hojas, notas dispersas en una carpeta que habría que clasificar y pasar a ordenador. La mayoría de las veces con una letra ilegible.
Y así fue como llegué a esa maravillosa aplicación que pasaba un texto dictado a texto escrito. Al principio costó bastante cogerle el truco. Había que dictar con cierta fluidez y hablarle claro al micrófono. Luego había que corregir el texto, por supuesto. Pero había sido el descubrimiento del año.
El confinamiento había venido que ni pintado, ya que tenía días de sobra para poder ponerse a la tarea y tiempo para estar entretenida. Redescubrirme de nuevo en esas hojas, poder acercarme a la que fui y ver a lo largo de todo el escrito los caminos y vericuetos que había seguido. En el fondo era volver a transitar esas épocas de la vida, revivir los momentos buenos y los malos a la vez.
La novela giraba en torno al viaje de Simón en la España de los años 70. Viaje que comenzaba en Barcelona y acababa en la otra punta del planeta. Me había decidido a no tocar nada pero afortunadamente el oficio de escribir era eso, un oficio, y la experiencia como casi todo en la vida era un grado.
Simón se había llegado a convertir en una auténtica obsesión a lo largo de los años hasta que dejé dormir el manuscrito. Había cobrado cierta independencia de mi propia mente y parecía que no sabría distinguir donde empezaba yo y donde el personaje. Ahora que me acercaba de nuevo a él me percataba de que era una forma de sacar ciertos deseos y miedos, que por ser esenciales, no me permitía expresar de otra manera. Veía claro que era un punto de fuga y la otra mitad oculta. Al menos lo había sido, porque desde entonces mi vida había cambiado.
Todo empezó aquella tarde en que la concentración no quería aparecer. Me levantaría veinte veces en menos de una hora. El texto iba mal, muy mal, no tenía sentido, no tenía ganas, estaba aburrida y quería salir. Una vez a la nevera, otra vez a peinarme, otra vez a la terraza.
En uno de estos paseos, a la vuelta, pensé que el ordenador se había vuelto tarumba. Vi escritas varias palabras que ni había dictado ni estaban cerca de parecerse a las que tenía que escribir: “No. Quizás. Cobarde. Mañana tampoco. Puede ser. Qué comemos hoy”. Borré y empecé la tarea de nuevo con algo más de ritmo.
Al día siguiente sucedió algo bastante similar. Esta vez fue antes de desayunar. Me puse a dictar y paré para hacer el café. A la vuelta apareció escrito en la pantalla una serie de palabras que ya iban teniendo algo de coherencia. Aunque la coherencia bien se la podría haber dado mi imaginación y mis ganas de una historia:
“Hablamos. Aquí todo sigue igual. Quizá nunca te hayas dado cuenta”
En eso se hubiera quedado todo si yo no hubiera sentido la más mínima curiosidad y quizá si el confinamiento no me estuviera perjudicando la capacidad de raciocinio. Se me ocurrió responder a lo que había puesto como si nada sucediera:
“Puede ser que nunca me haya dado cuenta. Hablamos cuando quieras”
Recogí el desayuno y esperé una respuesta, pensando que alguien había interceptado mi ordenador de alguna manera y estaba usando el programa controlándolo. Pero el hecho era que yo estaba funcionando sin internet. El programa estaba instalado en el ordenador y no tenía WiFi. Eso no quitaba para que fuera un virus, pero esperé para ver si mordía el anzuelo.
No hubo respuesta así que seguí a mi tarea. El manuscrito iba avanzando lentamente pero sin pausa y lo días también fueron pasando.
Al cabo de la semana, una mañana que había tardado bastante en ponerme a la faena, encontré un texto la mar de desconcertante en el ordenador:
“¿No te has parado a pensar por qué no oyes la voz que dicta?”
No, ciertamente. Eso jamás había entrado ni en el más loco de mis delirios. Una voz sin cuerpo que yo no oía pero que captaba el micro de mi ordenador: no y no sabía cómo comunicarme ni si debía comunicarme. Esto se me estaba yendo de las manos. ¿Estaba pensando seriamente la posibilidad de que una especie de psicofonía se pudiera captar con mi ordenador? ¿Era el espíritu de alguien que quería comunicarse conmigo en una  ouija virtual? ¿Era que me estaba disociando definitivamente y un paso más hacia la enfermedad mental? ¿Qué diablos me estaba sucediendo?
Todo era demasiado loco. Nada tenía sentido. Decidí olvidar el tema y desinstalar el programa. Lo pasaría a mano como toda la vida se había hecho. Temía seriamente que hubieran hackeado el ordenador. Vaya estupidez sin sentido. Aún no podía dar crédito acerca de cómo se me pudo pasar por la cabeza que realmente fuera una voz y no un maldito hacker o un chat que por azar se había colado.
Decidida a olvidarlo todo hubo algo que no pude ignorar. Esa, esa, esa pregunta que no podía ser casualidad, exactamente esas palabras y no otras. No era casualidad ni un algoritmo de instagram. Eso no estaba escrito porque sí.
No lo dudé ni un momento. Había que concretar aquello. Así que, con toda la seguridad de la que fui capaz respondí a la voz sin sonido:
“El zoo está demasiado lejos”.