Al hilo de las ensoñaciones...

lunes, 27 de abril de 2020

La punta de la lengua


Sí, hoy sí,
Ha sido con total precisión.
El polen de los chopos flotando
Y un agua enorme:
El Ebro.
El calor cada vez más intenso haciendo florecer sin descanso.
Es muy probable que haya sido todo en su conjunto.
Quizá también la ausencia.
Con una nitidez que no dejaba lugar a dudas,
me ha venido el sabor de esa piel a la punta de la lengua.

jueves, 23 de abril de 2020

Bagdad Café, el cierzo y las golondrinas de la tarde


Miro hacia arriba asumiendo que el cielo no está a mi alcance y tampoco lo está el oler la humedad de la lluvia que se avecina. Asumo que la libertad ya no me pertenece. Quizá nunca lo hizo.
He descubierto con alegría que hay golondrinas revoloteando como locas, con su ruido caótico y alegre. Hay un azul muy débil devorado por nubes densas. Quizá las golondrinas me pudieran decir si un poco más allá hay azul o no. Si llueve…
Sentada en la minúscula terraza en un rincón chill out improvisado escucho la canción principal de Bagdad café. Me asusta la sensación de haber vivido siempre en estas cuatro paredes. Al salir el otro día me percaté de que estaba en Zaragoza... el confinamiento unido a una vida nómada pueden haber hecho que viva exiliada en mi propio planeta interior. ¿Hay mundo ahí afuera?
Abro la ventana para dejar que entre el viento. Son las nueve y cuarto de la noche y me gusta oír el ruido de la gente haciendo la cena, alguien está haciendo tortilla. Y de pronto algo respode mi pregunta: el viento, un ligero cierzo que se está levantando,  un regalo. El cierzo es de pronto algo libre que me visita lo único libre… quién me hubiera dicho que me iba a gustar tanto el cierzo cuando volvía del trabajo en bici. La bici…
Me tapo con la manta y pongo la canción en bucle para intentar mantener este momento. Quiero otro soplo de viento que me recuerde que hay exteriores, algo a lo que nadie le puede poner rejas ni barrotes. Me asombro de nuevo ante este descubrimiento. Hay viento, se cuela y nadie le detiene.
Cierro los ojos y recuerdo aquella estación de servicio en algún punto que desconozco de Albacete... La gasolinera estaba vacía, me quedé un rato ensoñando con esta canción. Una carretera desierta en mitad de la nada, “cualquier sitio es mejor que donde has estado” decía la cantante. Parecía que me hubieran puesto en el mismo escenario. El cielo era azul de finales de primavera y el sol presagiaba una verticalidad despiadada sobre el horizonte infinito de la Mancha.
La ensoñación continúa: las Bardenas, el viento, los buitres, el desierto… Me quedo hechizada en esa imagen. Suspendida por un momento deseando que no se vaya de la retina.
Es como si mi vida se hubiera reiniciado y ahora me tocara vivirla en un plano virtual. Afortunadamente tengo recuerdos en la piel que son sensibles a los cambios de la luz. 
El viento ha cambiado la dirección de mis letras y me ha hecho darme cuenta de lo mucho que añoro el azul inabarcable y el olor de la higuera de mis padres.
Ojalá el viento pudiera quedarse conmigo está noche.


martes, 21 de abril de 2020

Doblepensar. Salir al comprar en tiempos de coronavirus


No es peloteo, si hay algo que me gusta en general de las personas de Zaragoza es que son gente muy maja. La definición es algo amplia, demasiado general, lo sé, pero casi todos tenemos la imagen de una persona maja en la cabeza. Cuando se va a comprar a cualquier comercio pequeño, se va una con una sensación agradable, miran a los ojos (mucho, igual demasiado) sonríen, tienen un trato muy cercano y cordial… en fin, lo que hace la gente maja.
Otra cosa que me llama la atención (como madrileña, no lo olvidemos)  es lo mucho y muy alegremente que se saluda aquí. Ya he aprendido a darme cuenta de que no soy yo la que cae bien, son las personas de aquí las que se muestran así de agradables y efusivas. Las generalizaciones son mentiras, lo sé, pero necesitamos manejarnos por la vida con estas grandes etiquetas.
Pues bien, hace tiempo (desde el confinamiento) que vivo como en una especie de contradicción mental. Por un lado pongo la tele y los mensajes se dividen en dos bloques: los que dan las noticias (a su vez divididos en otros dos bloques) y la publicidad. Afortunadamente no soy usuaria de Instagram, Facebook o twitter, como ya he dicho alguna vez, lo fui  y mucho, pero “me estoy quitando” que diría el Robe. Me imagino que en redes los mensajes serán similares pero habría que añadirle lo feliz y productivo y en paz que está todo el mundo durante el confinamiento.
En las noticias por un lado, están los mensajes que alertan y los mensajes sobre la bondad humana, que tranquilizan. Dentro del primer bloque es llamativo no el contenido, sino la forma. Simplificando de nuevo, a diario y con distintas formas lo que llega es: “cuidado, si sales de casa sin motivo, serás de la peor calaña moral posible”, “cuidado: si vas al mercadona que está más lejos en lugar de ir al Dia que está al lado, estás infringiendo la ley”; “ojo, todo el mundo es contagioso”, “mantén la distancia” “no salgas” “muertos, contagiados” “mascarilla, alcohol, lejía, guantes”.
Lo interesante, como decía, no es tanto lo que dicen, sino la forma de decirlo. La gente sonríe, la orden se da siempre siendo muy positivo porque “de esto saldremos juntos”. Es el equivalente a ser amenazado pero de buen rollo. Es algo similar a cuando alguien insulta a otra persona pero uno se da cuenta a los dos minutos. La conciencia llega un poquito tarde.
Por otro lado, en las noticias se prodigan con información sobre las iniciativas solidarias, bocadillos, personas que llevan la compra, mascarillas. Todo el mundo colabora. Parece que el mundo es mucho mejor, que esto ha sacado nuestro mejor lado. No voy a entrar a valorarlo, que me caliento.
La publicidad es fabulosa: imágenes a cámara lenta, colores suaves, ocres, música emotiva, épica, familias felices jugando en el salón... Toda una estética de la humanidad más cálida y la exaltación a la heroicidad de andar por casa. Me viene la imagen de Bertín Osborne diciendo: “dentro de ti hay un héroe” (estoy al borde de la locura). Las empresas lo están dando todo altruistamente porque hay que arrimar el hombro. Y la música… Haría falta no tener corazón para no emocionarse.  El “Hallelujah” de Cohen vive sus mejores momentos (pobre Cohen).
Sin entrar de nuevo a valorar si me parece verdad o mentira, es tremendamente insultante para la inteligencia de las personas que consumimos, que piensen por un solo segundo que no sabemos que todo, absolutamente todo, son estrategias de marketing.  MI madre dice siempre que nadie da duros a pesetas.
¿Qué tiene que ver esto con lo majos y majas que son los zaragozanos? Que las pocas veces que he salido (ojo, “pocas”, no quiero ser de esas personas de dudosa catadura moral), me he preguntado en qué planeta he aterrizado porque aquí la gente no salta de alegría y mira con amor a los demás. ¿Echarán de menos el cierzo?. ¿Qué ha pasado con esas imágenes de un mundo feliz que veo en la tele?. Ay dios mío… ¿Pero no estamos siendo todos una sociedad unida y fraternal?. Lo que veo cuando salgo es gente muy maja y muy cansada.
 El hecho es que nos apartamos unos de los otros lo más lejos posible; que los trabajadores y las trabajadoras tienen miedo, el mismo que yo, pero ellos están expuestos de continuo. El hecho es que a muchas personas les han hecho un ERTE y a otras les han despedido y las más afortunadas estamos haciendo un máster autodidácta sobre cómo trabajar a distancia. Las personas que están en la caja están al borde del colapso, enfadadas. Aguantan con estoicismo, pero no veo a nadie moverse a cámara lenta sonriendo de placer por este mundo tan solidario. Lo que se percibe es una crispación muy patente. Yo misma salgo de casa incómoda y regreso deseando abandonar la calle. El miedo es un arma muy poderosa y se está usando a discreción.
Me decía una amiga con mucha razón, que el modelo que se está llevando a la televisión es el de grandes ciudades como Madrid, pero la realidad es muy diversa, las advertencias para una ciudad donde hay inevitables hacinamientos no pueden ser idénticas que para las de una población con diez habitantes como mi antiguo pueblo.
Y sin ser especialmente paranoica, cuando subo la compra en el ascensor me cruza por un segundo la idea de que será mi último día sana, cuando la meto en casa es como si llevara al caballo de Troya en el carro de la compra y luego como hubiera metido a Satanás en la nevera. Me tengo que mentalizar mucho para no quitarme la ropa como si me hubieran tosido encima doscientas personas infectadas con ébola. Cada paso que doy lo tengo que racionalizar para no obsesionarme. Acabo por pensar (con bastantes tacos de por medio) que me da igual ya el maldito coronavirus y que si lo cojo, pues mala suerte; salir a comprar con esta neurosis no puede ser sano. Me planteo si no desinfectar la ropa, ni a mí, ni a mis zapatos será un acto de temeridad o de salud mental. Elijo la salud mental.
Así que me siento después de colocar la compra pensando si es que yo he aterrizado en otro planeta o es otro planeta el que me llega por los medios de comunicación. Lo único que veo a mi alrededor es tensión y un ambiente muy desagradable con gente esforzándose por parecer solidaria y microbiológicamente aséptica.
Y es aquí donde la palabra doblepensar adquiere otro matiz. Estamos hartos de estar en casa, estamos asustados, estamos cansados de esta situación, salir a comprar es desagradable, las personas están nerviosas, miran mal, son impacientes. Hay gente que lo está pasando realmente mal. Pero esa realidad es desplazada, esas sensaciones son relegadas por la mística de la heroicidad cotidiana y de la solidaridad sobrevenida. Ni siquiera nos es permitido convivir con estas sensaciones de desagrado. El bombardeo mediático nos castra hasta la capacidad de ser conscientes y poder hablar con libertad de ello. Hemos desarrollado la capacidad de sostener una cosa y la contraria a la vez. ¿Magia? No, publicidad.
Escuchar música en el móvil es una basura, hacer clases de yoga mirando una pequeña pantalla es una basura, dar clase sin ver a los chicos y chicas no es dar clase, ir de cañas mirando una pantalla de ordenador no es ir de cañas (no es ir), correr en una baldosa no es correr, escuchar un coro grabado con Skype es destrozar la propia esencia de un coro. Da igual como lo vistan, el emperador va desnudo. Y no creo que podamos doblepensar durante mucho más tiempo.

sábado, 18 de abril de 2020

El zoo está demasiado lejos. Primer cuento.


La aplicación funcionaba a las mil maravillas y había logrado suplir mi carencia para escribir a ordenador.  Las pilas de hojas manuscritas se habían amontonado de una forma descomunal a lo largo de los años y cuando llamó el editor para pedir nuevo material no pude por menos que contener la respiración.
La solución claramente estaba en darle cierta cohesión a aquel viejo manuscrito que, por algún motivo que desconocía, aún permanecía inacabado en el fondo del cajón. Lo había comenzado a escribir cuando aún era muy joven y se había prolongado a lo largo de los años. El ordenador se convirtió en mi mejor aliado muy pronto, pero acerca de ese escrito siempre había sentido predilección por hacerlo a mano. Era un diario, ficticio pero un diario, y tenía mucho más sentido que siguiera siendo escrito a mano.
El caso es que los días habían pasado desde que le di la respuesta al editor y le había explicado que era una obra de juventud y que se podría vender como tal. A Sebastián le pareció muy buena idea.  El problema vino cuando vi que eran cientos de folios y pequeñas hojas, notas dispersas en una carpeta que habría que clasificar y pasar a ordenador. La mayoría de las veces con una letra ilegible.
Y así fue como llegué a esa maravillosa aplicación que pasaba un texto dictado a texto escrito. Al principio costó bastante cogerle el truco. Había que dictar con cierta fluidez y hablarle claro al micrófono. Luego había que corregir el texto, por supuesto. Pero había sido el descubrimiento del año.
El confinamiento había venido que ni pintado, ya que tenía días de sobra para poder ponerse a la tarea y tiempo para estar entretenida. Redescubrirme de nuevo en esas hojas, poder acercarme a la que fui y ver a lo largo de todo el escrito los caminos y vericuetos que había seguido. En el fondo era volver a transitar esas épocas de la vida, revivir los momentos buenos y los malos a la vez.
La novela giraba en torno al viaje de Simón en la España de los años 70. Viaje que comenzaba en Barcelona y acababa en la otra punta del planeta. Me había decidido a no tocar nada pero afortunadamente el oficio de escribir era eso, un oficio, y la experiencia como casi todo en la vida era un grado.
Simón se había llegado a convertir en una auténtica obsesión a lo largo de los años hasta que dejé dormir el manuscrito. Había cobrado cierta independencia de mi propia mente y parecía que no sabría distinguir donde empezaba yo y donde el personaje. Ahora que me acercaba de nuevo a él me percataba de que era una forma de sacar ciertos deseos y miedos, que por ser esenciales, no me permitía expresar de otra manera. Veía claro que era un punto de fuga y la otra mitad oculta. Al menos lo había sido, porque desde entonces mi vida había cambiado.
Todo empezó aquella tarde en que la concentración no quería aparecer. Me levantaría veinte veces en menos de una hora. El texto iba mal, muy mal, no tenía sentido, no tenía ganas, estaba aburrida y quería salir. Una vez a la nevera, otra vez a peinarme, otra vez a la terraza.
En uno de estos paseos, a la vuelta, pensé que el ordenador se había vuelto tarumba. Vi escritas varias palabras que ni había dictado ni estaban cerca de parecerse a las que tenía que escribir: “No. Quizás. Cobarde. Mañana tampoco. Puede ser. Qué comemos hoy”. Borré y empecé la tarea de nuevo con algo más de ritmo.
Al día siguiente sucedió algo bastante similar. Esta vez fue antes de desayunar. Me puse a dictar y paré para hacer el café. A la vuelta apareció escrito en la pantalla una serie de palabras que ya iban teniendo algo de coherencia. Aunque la coherencia bien se la podría haber dado mi imaginación y mis ganas de una historia:
“Hablamos. Aquí todo sigue igual. Quizá nunca te hayas dado cuenta”
En eso se hubiera quedado todo si yo no hubiera sentido la más mínima curiosidad y quizá si el confinamiento no me estuviera perjudicando la capacidad de raciocinio. Se me ocurrió responder a lo que había puesto como si nada sucediera:
“Puede ser que nunca me haya dado cuenta. Hablamos cuando quieras”
Recogí el desayuno y esperé una respuesta, pensando que alguien había interceptado mi ordenador de alguna manera y estaba usando el programa controlándolo. Pero el hecho era que yo estaba funcionando sin internet. El programa estaba instalado en el ordenador y no tenía WiFi. Eso no quitaba para que fuera un virus, pero esperé para ver si mordía el anzuelo.
No hubo respuesta así que seguí a mi tarea. El manuscrito iba avanzando lentamente pero sin pausa y lo días también fueron pasando.
Al cabo de la semana, una mañana que había tardado bastante en ponerme a la faena, encontré un texto la mar de desconcertante en el ordenador:
“¿No te has parado a pensar por qué no oyes la voz que dicta?”
No, ciertamente. Eso jamás había entrado ni en el más loco de mis delirios. Una voz sin cuerpo que yo no oía pero que captaba el micro de mi ordenador: no y no sabía cómo comunicarme ni si debía comunicarme. Esto se me estaba yendo de las manos. ¿Estaba pensando seriamente la posibilidad de que una especie de psicofonía se pudiera captar con mi ordenador? ¿Era el espíritu de alguien que quería comunicarse conmigo en una  ouija virtual? ¿Era que me estaba disociando definitivamente y un paso más hacia la enfermedad mental? ¿Qué diablos me estaba sucediendo?
Todo era demasiado loco. Nada tenía sentido. Decidí olvidar el tema y desinstalar el programa. Lo pasaría a mano como toda la vida se había hecho. Temía seriamente que hubieran hackeado el ordenador. Vaya estupidez sin sentido. Aún no podía dar crédito acerca de cómo se me pudo pasar por la cabeza que realmente fuera una voz y no un maldito hacker o un chat que por azar se había colado.
Decidida a olvidarlo todo hubo algo que no pude ignorar. Esa, esa, esa pregunta que no podía ser casualidad, exactamente esas palabras y no otras. No era casualidad ni un algoritmo de instagram. Eso no estaba escrito porque sí.
No lo dudé ni un momento. Había que concretar aquello. Así que, con toda la seguridad de la que fui capaz respondí a la voz sin sonido:
“El zoo está demasiado lejos”.

martes, 7 de abril de 2020

Pesadilla recurrente


No logro recordar lo que decía el mensaje exactamente. Algo así como: "hasta que finalice el estado de alarma sanitaria, la actividad de la empresa queda suspendida…" Pero sé si lo mandó Juan o fue Ángel. Lo debí de borrar medio dormida, porque por más que lo busqué en la bandeja de entrada no estaba, ni en la papelera. Ahora ya poco importa. Un mes de inactividad no venía mal. Era lo que más deseaba. Parecía un sueño hecho realidad.
Madre mía. Son las 6,45. Tengo el reloj biológico a prueba de bombas. Llevo tanto tiempo confinada y aún me sigo despertando pronto. Bajo un poco más la persiana. Lo mejor será dormir un par de horas más porque sino el día se me va a hacer muy largo, como ayer y el día anterior. Ya queda menos para verano.
Mi plan: vida austera, algo de ejercicio, nada de móvil, nada de tele ni radio, mucha lectura, poner en orden los escritos y seguir con las acuarelas. No es un castigo, ha de ser una forma para hacer de esto la oportunidad de crecer interiormente. Tengo la compra hecha para las dos semanas siguientes. Y con los ahorros puedo tirar otra temporada. El despido es temporal pero nunca se sabe.
Es cuestión de aguantar algo más esta situación. Al principio lo más complicado fue lo del móvil, de eso no cabe duda. Pero ya avisé a todo el mundo de que me iba a desconectar. Apagué antes de que me dieran respuesta, fue lo más sensato porque me habrían convencido de lo contrario. Pero ya me conocen, saben que soy un poco excéntrica a veces. Tuve la prudencia de eliminar WhatsApp, me daba miedo que se me bloqueara el terminal cuando lo volviera a encender. Muy bien Mari, eres una tía madura, hecha a ti misma. Muy bien.
Así pues, hoy cuando me levante haré limpieza, un poco de yoga. Esta limpieza digital ha sido muy saludable para mi mente. Quizá encienda el móvil, ya ha pasado un mes desde la última vez. A seguir durmiendo. Aunque los vecinos están mucho más ruidosos que de costumbre. Llevan así muchos días. Ya he perdido la cuenta. Menos mal que el petardo que me llamaba al portero automático ya ha dejado de dar la matraca.
Avena con manzana para desayunar, un par de nueces y el saludo al sol. Fabuloso, voy recuperando el ánimo. Alguna vez tendré que hacerlo, voy a encender el móvil pero lo dejaré en silencio.
Una llamada, es Antonia:
-Tía, ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien? Pero en serio tía esta vez se te ha ido la pinza del todo. Creo que tienes que ver a un médico o algo. Joder llevas un mes desaparecida. Ni me abrías el portero ni nada. Estaba preocupada. ¿Dónde coño has estado?
- ¿Eras tú la del portero a las ocho todos los putos días? Joder Antonia, ya te lo dije, necesitaba paz y reposo. Alejarme de todo.
- Pero tía, esto te ha costado el trabajo. ¿Dónde has estado todo este tiempo?
- Donde todos, supongo. ¿El trabajo? ¿Me ha costado a mi? ¿Por qué a mí? ¿Por qué al resto no?
- ¿Dónde todos? No bonita, todos hemos estado currando. Tía, llevas sin aparecer por el curro un mes. Un puto mes. Tú y tus mierdas trascendentales… y tan tranquila ahí, hala, desaparecida un mes. Mandas un mensaje que nadie entiende, que necesitas paz mientras esto dure y vas y te desconectas y sales de los grupos, Todo súper misterioso. Sin decir nada más. Es que no son formas. ¡¿Me oyes?!, no son formas. Estábamos todos preocupadísimos. Tu madre me llamó llorando. Me dijo: "esta hija mía, mira que es rara". Joder, no se hacen las cosas así.
- Qué dices, Tía, estás haciendo de esto una montaña. A ver, todos hemos faltado a currar, no sé por qué me despiden a mi sola, no porqué te pones así. Tía, No ha sido para tanto. He decidido vivir esto a mi manera. ¿Habéis ido a trabajar? En serio, ahora soy yo la que no entiende nada.
- Pero todo esto qué coño es, Mari. Tía no entiendo nada.
- Antonia, el confinamiento era de obligado cumplimiento para todo el mundo. El 16 de marzo todos recibimos el mismo mensaje: todos a su casa hasta el 26 de abril.
- Pero tía, en serio, necesitas un médico. ¿De qué coño de confinamiento me hablas? Se te ha ido del todo. Llama al psicólogo ese al que ibas, que se te ha ido la almendra.
- ¿Qué dices Antonia? ¿¡Qué mierda me estás diciendo?!. ¿No hemos estado todos confinados durante más de un mes por el Covid 19? ¿No nos hicieron a todos un despido temporal?
- Pero ¿qué Covi ni que Cova? ¿El muñeco de la expo? En serio tía, esto es muy preocupante. Llama ahora mismo al médico. Y sal de casa, que ya casi es verano.
Edward Hopper. Cape Cod Morning.