Al hilo de las ensoñaciones...

jueves, 9 de abril de 2015

Otro ladrillo en el muro. Sobre pedagogía

A esta alturas de la película, creo que en lo que soy realmente profesional es en estudiar, en educación formal, me refiero.
Me licencié en Filosofía, Escuela oficial de Idiomas , un porrón de cursillos para formación del profesorado, charlas, ciclos de conferencias, cursos de cocina, de relato corto. En fin, he seguido una línea progresiva. Hace dos años hice un experto universitario en Nutrición Comunitaria y ese mismo año tomé la decisión que me devolvería al instituto y al otro lado de la pizarra, frente a ella. Decidí estudiar FP, dietética para más señas.
Desde la óptica más superficial de la situación, tengo que decir que el cambio de disciplina ha sido muy interesante. Ir de lo más abstracto a lo más concreto, de los "por qués" a los cómos y a los “para qués”, del ser en sí a la materia, ha sido una experiencia intelectual muy satisfactoria. 
No obstante, necesito ser sincera, necesito liberar este peso de lo políticamente correcto que he ido acarreando durante estos dos cursos. Disparo.
Estudiar sin confianza, eso quizá es la primera cuestión. Cuando comienzas Fp descubres una verdad terrible, terrible,  a saber, al menos en el ámbito sanitario, cualquier persona con una titulación universitaria del campo sanitario puede impartir clases de cualquier (cualquier) fp de esa misma familia.
Esto ¿En qué se traduce?, en que un podólogo puede dar clase de prótesis dental, una fisioterapeuta puede dar clase de microbiología, un farmacéutico puede dar clase de peluquería. Me preguntaréis ¿Y eso pasa?,  pasa, palabrita y me parece quizá una de las claves para entender lo que he vivido académicamente al menos durante una parte de la titulación.
De entrada ya desconfías cuando sabes esto, pero oye, también yo di clases de historia o de historia y cultura de las religiones y realmente mis conocimientos eran muy limitados. Así que conservas algo de fe. Sabes que lo normal es estudiar para saber al menos una clase más que los alumnos, ser honrada, no contestar lo que no sabes y estudiar.
Pero mira por donde, las cosas no siempre son así. Por lo que he podido averiguar, lo normal es que los profesores cambien de centro o de materia con cierta frecuencia, llegando a suponer un hastío vital y una desidia a la hora de comprometerse con el trabajo y por tanto preparar correctamente las clases.
Es una cuestión de suerte, si la que te da fisiología es médico o enfermera, pues mejor para ella  y para ti, pero si tienes la desgracia de tener profesores que aparte de no tener ni idea de la materia que imparten, encima tienen la… tendencia vital o la circunstancia existencial de no prepararse las clases, vas de culo.
Esto acaba en el mejor de los casos en una profunda inseguridad acerca de los contenido que estás recibiendo, y digo recibir y no aprender, porque si académicamente no tienen ni idea y no se preparan las clases, que sean buenos pedagógicamente hablando ya sería una señal de la existencia del Altísimo (Gasol no, el otro Altísimo)
-En este punto tuve que dejar de escribir porque me empecé a calentar yo sola y quiero ser clara y ordenada en esta catarsis pública-
Del mismo modo en que el alumno tiene cierta desconfianza, se va generando un clima de pérdida de respeto. Por un lado es muy difícil tener respeto por una persona que te falta al respeto a ti no preparándose las clases. En este punto me encantaría aclarar, que por preparar las clases me refiero al mínimo de leerse antes de salir de casa la presentación que se han bajado de Internet.
Bien, como decía, poco respeto te merece alguien para quien eres lo suficientemente insignificante como para no hacer bien su trabajo contigo. Además, no deja de recibirse como un insulto a la inteligencia humana el hecho de que piensen que los alumnos no se dan cuenta de esas cosas. Se dan cuenta, compañeros de profesión, se dan cuenta hasta los más jóvenes. De cuando no tienes ni idea e intentas salir del paso, de cuando no te apetece dar clase y traes ejercicios para hacer durante dos horas, que ni has hecho ni sirven para nada, mientras tú sales a cotillear con tu compañera de la clase de al lado. De todo eso se dan cuenta.
La falta de respeto y la inseguridad es por ambas partes, lo cual genera en el profesor una muy incómoda situación, porque no saben y el resto sabemos que no saben. Una persona que no domina la situación y que posee lo que ella piensa que es poder, gestiona esa debilidad habitualmente machacando a quien considera más débil o a quien le pueda suponer una amenaza.

Si ese profesor no tiene poder, su supervivencia en clase dependerá de la buena voluntad de los alumnos.
Esto en cuanto a las relaciones, en cuanto a lo puramente académico, esta inseguridad se traduce en perder el máximo tiempo posible evadiendo las cuestiones fundamentales de lo que se está aprendiendo. Perder el tiempo para no enfrentarse con la materia y por tanto con su propia ignorancia.
Esto ha sido un espoleo para aprender más, en mi caso una motivación para compensar carencias y sobre todo, una lección magistral de didáctica.
Desde el otro lado de la pizarra he visto:
-          Que la desgana y la desidia del profesor son palpables y poderosos motores para la pérdida de credibilidad y respeto. Ojo, no confundir con el cansancio, que eso los alumnos lo suelen respetar.
-          Que las clases preparadas con antelación, son percibidas como una señal de consideración, afecto y respeto, y viceversa. Y dan bastante buen resultado.
-          Que los profesores que verdaderamente quieren enseñar, aunque no lo hagan bien, son queridos y respetados.
-          No puedes exigir puntualidad si no la ofreces.
-          Tus alumnos no aprenden más si los exámenes son imposibles. Se enseña a diario, con lo que se dice y con lo que no, y principalmente con lo que no.
-          Imprescindible hacernos mirar lo de los favoritismos, los nombres que uno se aprende primero (aparte de los de la última fila), preguntar siempre al mismo, tratar de diferente manera dejando entrever las preferencias… Mal rollo. Y se ve, se ve más de lo que pensamos. Yo misma he reconocido a posteriori este error garrafal.
-          Prejuzgar a la gente de la última fila es un error poco ético que se suele pagar muy caro. Ha sido un privilegio, quizá uno de los mayores, poder acercarme a esa gente desde otra ángulo.  Y percibir con mis propios ojos el significado del efecto Pigmalión.
-          Nos pagan por enseñar, a los de la primera fila y a los de la última, y en nuestra mano debería estar saber acercarnos a la gente que no quiere o no puede hacer las cosas como nos da la gana.
-          Los alumnos oyen, prometido. Oyen los comentarios por los pasillos, oyen decir, “esa alumna es  muy cortita la pobre” o “es una clase malísima, han aprobado dos”. Oyen las risas y los insultos. Y luego querremos respeto. 
     Es imposible no retrotraerme a cuando hice el BUP y el COU, tuve grandísimos profesores y profesoras, gente que me motivó para querer saber, para crecer, que nos entregó técnicas para ser críticos, pero sobre todas esas cosas, eran personas a las que les importábamos, nos apreciaban, querían tirar de nosotros, sacar lo mejor de nosotros. Eran buenos en su materia y buenas personas, gente sin miedo.
      Afortunadamente, en este último año, he encontrado profesoras que me han quitado el mal sabor de boca y me han mostrado la cara más grata de la Fp, gente formada y con ganas de enseñar, gastando dioptrías corrigiendo y buscando el modo de hacernos llegar el mensaje.  He tenido este año muy grandes profesoras formadas, con ganas y con capacidad para enseñar, que me han devuelto la alegría y la fe.
     A todos y a mis nuevos compañeros a mis viejos compañeros de batalla del año pasado (porque era la guerra), a todos los profesores que me ayudaron a ser la persona que soy y al grupo de parásitos del estado que me ha dado una lección magistral sobre cómo no hacer las cosas, gracias, gracias y mil gracias.
      Pocas veces puede una persona viajar al pasado y muchas veces nos preguntamos cómo sería si volviéramos al instituto siendo el adulto que somos. Pues bien, he tenido la suerte de poder vivirlo, de conocer a gente excepcional y comprobar que hay asuntos que el tiempo no cierra, somos nosotros los que debemos hacerlo.

Donde la empatía no llegó, lo hizo la vida. Una gran lección.