Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 25 de febrero de 2014

Azul

Azul desde la ventana.
El interior simula verano.
Dentro blanco y amarillo.
Cálido.
Pero desde la ventana el mar y el cielo, las montañas, despiden al día con un azul violeta propio de una película de Kiesloswski. El mundo ahí fuera es azul.
Azul efímero, azul como proemio de la noche. Un preludio vaporoso y gélido con el que la tarde viste a las horas por llegar.
Lo miro y, en cierta manera, ese azul por contraste casi me asusta. Es tan intenso aún el recuerdo de la película y tan cercano su parecido cromático, que es como volver hacia atrás en un solo parpadeo.
Me acerco al color con cautela, el tono es intenso y mis recuerdos también lo son…

El violeta va estampando estelas sobre el cielo invernal, se va la intensidad poco a poco pero azul permanece en mi retina.

jueves, 20 de febrero de 2014

Trío de cuerda

“Nada de lo humano me es ajeno”. Ojalá lo fuera.
Si me fuera ajeno el dolor, el padecimiento o el brillo intenso de la lucha. Las miradas…
Pero estamos aquí, decía el poeta, y estar es comunicar.
Hay veces, que ciertas obras maestras del cine, pintura, música o literatura no nos son ajenas. Muy al contrario parecen ser reflejo y luz de ciertas zonas oscuras de nuestra anatomía emocional e incluso física.
Hay obras que se me asemejan a la melodía en un trío de cuerda, donde el bajo continuo lo tocan el fondo propio de nuestras miserias y la melodía principal la lleva el violín, la obra frente a nosotros.
De tal modo que, todos interpretan una melodía a la que ya no podemos ignorar. El violín nos atrapa, ya éramos suyos antes, éramos las notas largas y continuas sobre las que ahora acopla su discurso. Suena tanto, tan propio y tan bello, que comunicación autor y espectador es completa.
Cuando pienso en cómo describirlo se me vienen a la cabeza términos fisiológicos. Un nervio fuerte que conectase a ambos y moviera la sensibilidad al son de los compases. Llega a ser algo físico.
¿Qué tienen en común las obras maestras? Me siento obligada a decir que está lejos de mi intención hacer disquisiciones sobre la estética, nunca fui más allá del asombro ante la pregunta. Reconozco que es una inquietud personal y por tanto su respuesta será subjetiva y sin pretensión de universalidad.
Veo en todas las obras maestras, un contacto tan real entre el ser humano que lo recibe y el que lo crea, que por instantes no hay distancia entre ambos. Así, la obra es un espejo en el que, sin ser directamente nosotros, sí que somos capaces de vernos con total claridad.
Sin miedo a caer, podemos sentir lástima o rabia de ese otro yo en la pantalla, porque no somos nosotros. Amar a ese otro yo, es más sencillo que amar los defectos propios. Ver con nitidez el guión de nuestra vida entrelazado y ordenadas las causas y sus efectos.

Miradas a diario que son complicadas de sostener. Historias que hieren tanto. Delitos y Faltas de otros que sabemos explicar, que podemos explicar. Todo ello configura la red sutil y empática de una dialéctica no verbal tan perfecta, que llegamos a saber con certeza que nada de lo humano nos es ajeno.

miércoles, 5 de febrero de 2014

"Canto al cuerpo..."

El otro día leyendo un libro, me llamaba la atención la enumeración que hacía de características ligadas al estereotipo del género masculino. Entre ellas estaban la actividad física, la salud, la fortaleza o el deporte.
Realmente no es nada nuevo, el deporte, el contacto con el cuerpo, su uso y disfrute, ha estado ligado a la esfera masculina. La fuerza, la salud y el vigor siempre se han escrito en masculino.
Nosotras en cambio, parece que nos hemos relacionado con nuestro cuerpo desde el dolor. El dolor de la menstruación, el dolor de parir, el dolor del sexo por primera vez, el dolor de ver que el cuerpo nunca se ajusta a los cánones sociales sean cuales sean. Dolor, odio y resentimiento hacia el vehículo que nos planta en la vida y nos otorga la gracia infinita de disfrutarla.
Me resulta curioso un estar-no-vital-en-el-mundo, parece un contrasentido vivir rechazando la propia vida, huyendo de ella. Pienso en Nietzsche.
Es por medio del cuerpo que nos llegan las sensaciones, por el cuerpo y a través de él, conocemos el mundo. Así, de pequeños nos lo comemos, de mayores lo vivimos y de viejitos, gracias a él filosofamos.
Materia y forma unidas al modo aristotélico han un sido privilegio exclusivo de varones. Y las mujeres reducidas al mundo de las ideas sui generis al que nos recluyó Platón y la Iglesia Católica, quizá nos hayamos visto forzadas a cultivar el alma y los sentimientos que se suponía, eran propios de nuestro sexo. Desgajando así, una parte de lo que somos y mutilando un ser que ha vagado amputado durante siglos.
Los Pitagóricos, Platón, el Cristianismo, el Racionalismo mecanicista y una larga lista de pensadores que extirparon al cuerpo de sus sistemas. En otro plano, la publicidad, los medios, el mercado que viven de enemistarnos con él. Soma sema, cuerpo cárcel. El enemigo a derrocar, “combate la celulitis”, “elimina las patas de gallo”, “acaba por siempre con el acné”, “fuera ese michelín”. No parece nuestra propia vida, sino una secuencia de Rambo… “Dios mío, esto es un infierno”.
Me asombro ante la fuerza de esas mujeres sin nombre en la historia que practicaron deporte en un mundo de hombres. De esa mujer que decidió correr un maratón cuando era algo sólo para hombres, Kathrine Switzer.  La de esas mujeres, cargadas de prejuicios que se deciden a mover un cuerpo que hasta el momento sólo les ha traído disgustos. Que un día tonto se miran al espejo y les gusta su tripa redondeada y el color de sus pezones que amamantan. ¿Qué fuerza poderosa hizo que corrieran más rápido que sus prejuicios y levaran el ancla?
Romper la maldición y la cuerda que nos ata al pasado y al presente más rancio y lanzarse al mundo a reencontrarse con lo que andaba disperso e ignoto, es la sorpresa encontrar que, nuestra media naranja es el propio cuerpo abandonado por el camino.
Sorpresa cuando la sensación es de afecto y de gratitud al descubrir un consejero y fuente inagotable de placer y de alertas veraces. Un amigo paciente ante los caprichos de una mente muchas veces confundida, sobreviviendo a los castigos que le inflige. Un luchador que tira hacia delante cuando parece que no quedan fuerzas. Una fuente inagotable de superación, de placer.
Sorpresa, soy un cuerpo que piensa, que corre y que ama.
Salir del odio al que nos obliga la historia y el mercado y mirarnos frente al espejo. Querer al cuerpo que somos. Vivir el cuerpo que somos. Decir si. Celebrarnos.
Ser cuerpo es hacer la revolución y empezarla en casa.

Señoras,  hagamos nuestra la proclama de Walt Whitman y cantemos al “cuerpo eléctrico”.