Escrito en Facebook: ” ¿Austria? ¿Polonia? Eurovisión ya no
es lo que era”.
“Todos llevamos un homófobo dentro”, me decía esta mañana un
gran amigo. Gran verdad, pero creo que la principal homofobia la dirigimos
hacia nosotros mismos, no hacia los demás. Tendencias divergentes que se
sofocan muchas veces antes de expresarse en el mundo exterior.
Siempre creí, toda mi vida sostuve, que exceptuando pocos
casos, la mayoría de los seres humanos somos bisexuales por naturaleza. En una
proporción mayor o menor hacia la heterosexualidad o la homosexualidad.
Hay gente que nunca tendrá relaciones heterosexuales y gente
que nunca probará relaciones homosexuales, aunque en su interior se hubieran
desarrollado inclinaciones. Hay grandes resistencias a cambiar. Miedos que
afectan al núcleo duro de la identidad, pero por supuesto, lo que tiene un
enorme peso es la homofobia interiorizada.
Pienso en la homofobia interiorizada como un conjunto de
prejuicios y una concepción de la
homosexualidad como algo intrínsecamente malo y perverso (en el sentido literal
y en el sentido habitual), que está presente en la sociedad, y que hemos
asimilado en nuestro esquema de valores, sin percatarnos de que está presente
en nosotros.
De este modo, pese a que aceptemos y queramos a cualquier
persona gay del mundo, jamás veremos en nosotros inclinaciones homosexuales
como nuestras. ¿Por qué?, porque en el fondo, la homofobia que hemos asimilado
desde la infancia sigue siendo un valor que determina nuestras acciones. Es
algo malo y no queremos ser malos. Sencillo.
Lo sé, lo sé. Quizá algunos de vosotros estéis pensando que
tenéis muy clara vuestra perfecta y redonda (guiño parmenídeo) orientación
heterosexual. Y no seré yo quien lo ponga en duda. Lo que digo es que, esa valoración
profunda y silenciosa (de lo homosexual como algo malo moralmente hablando)
determina que no se sea libre para aceptar una vivencia de tipo homosexual.
Cuando hablo de vivencias, pueden ser cosas muy sencillas no
necesariamente un exacerbado y loco enamoramiento. Cualquiera de vosotros
podría reinterpretar capítulos de su vida de otra manera si no existiera esa
voz de pánico que nos alerta de alejarse del camino de la perdición. Una
relación de amistad diferente, una admiración excesiva por un profesor o
profesora, etc. Una inclinación, sólo eso.
La serie de Big bang Theory creo que tiene miles de ejemplos
acerca de esto. Se transgreden las líneas heterosexuales constantemente.
La homofobia interiorizada es hipócrita. Al exterior se
manifiesta con una suerte de tolerancia (¿¡ Tolerancia?!. Tiene un matiz tan
perverso esta palabra), con un “a mí me caen muy bien los gays”, con una
aceptación de lo homosexual en la casa del vecino pero no en la nuestra. Con
una parte del colectivo LGTB aún invisibilizado, lesbianas, bisexuales y
varones transexuales (de mujer a hombre).
Si pasa algo que se
salga de los márgenes establecidos para nuestra vida, se sofoca prontamente.
Homofobia interiorizada.
Pero no, no en absoluto. No se me puede tachar de homófoba
en el caso concreto de “Conchita Wurst”, la cantante austríaca de Eurovisión.
Como tampoco se me puede tachar de retrógrada por el comentario que hice hacia
las cantantes polacas del mismo festival.
En primer lugar me hizo mucha gracia ver cómo se pasó de un
festival glamousoso en los primeros años (dejo a un lado cuestiones políticas,
que si no, no acabo) a una especie de galería de frikis intentando llamar la
atención de cualquier manera. Me hizo gracia y le está bien merecido al
festival, de tan relamido que era, ha quedado como reducto kitsch . Y sé que
esta opinión si que me puede traer problemillas con mi amigo.
En segundo lugar y con ánimo de transmitir esta idea, me
referí a los dos conjuntos de artistas más representativos de este fenómeno.
Polonia y Austria. Las unas estimulando con suaves movimientos ascendentes y
descendentes una soberbia vara, y la otra con barba y un vestido de diva
burbuja freixenet.
¿Me asusta la emulación de las polacas?, ¿y ver a un hombre vestido de mujer?. No, estoy muy
de vuelta de esas historias. No me voy a justificar. Me reí con un comentario y
eso pudo herir alguna sensibilidad, por lo cual pedí perdón. Pero no, mi
comportamiento no ha tenido como fundamento ideas sobre la sexualidad de
cualquier miembro de la derecha más rancia.
Si esta mujer con barba u hombre vestido de mujer fuera por
la calle, merecería mi más sincera admiración y mi profundo respeto, porque
luchar contra toda la ignorancia hiriente de la sociedad es muy jodido. Pero de
igual modo me sorprendería, me quedaría mirando e incluso seguro que con cara
de asombro. Además necesitaría comentarlo con mis amigos.
En Eurovisión estoy segura que era parte de la campaña para
ganar. A quien respeto es a todo el mundo que se ha sentido agradecido por ver
en Conchita un apoyo.
¿Me convierte ello en homófoba? No. Rotundamente no. Si, lo
confieso, me sorprende ver a un señor pintado como una puerta y con barba y un
vestido de mujer hortera. Si, me da grima su enclenque cuerpecillo de niña. No
lo puedo evitar. Veo el mundo a través de unos esquemas que no siempre he
elegido, que no están bien y de los que no me siento orgullosa.
Pero señoras y señores míos, de sorprenderse, mirar y quedarse estupefacta, a insultar y denigrar, hay un salto muy grande
que no creo que haya dado.
Lo curioso es que nadie me ha reprobado que hiciera
exactamente la misma pregunta por Polonia. La misma. Nadie me ha tachado de
antigua o retrógrada. Pero si de homófoba.
Hay cositas políticamente incorrectas y cositas
políticamente invisibles (como todo el sexismo que destila el festival). Nadie
ha dicho nada de la letra de la canción de Polonia o de lo apropiado de cantar
festivamente una canción contra la violencia de género como Hungría.
Estoy casi segura de que Conchita quería sorprender, que se
hablara de ella, cosa que lleva haciéndose meses y por supuesto ganar. Yo he
entrado en el juego, un juego que me parece estúpido. Pero lo acepté y esto me está merecido por
entrar en estas gilipolleces horteras, por picar lo que sabía de antemano que
era un anzuelo.
Hay cositas que son como el cuento de “El traje del
emperador”, se ven, pero está mal decirlas. Se piensan pero no se dicen… La
primera vez que vi a dos hombres besarse me impactó profundamente, aún me asombro por el color de piel de las
personas negras, sigo flipando con la perilla de esa protagonista de “The L
Word”, y eso no me convierte ni en homófoba
ni en racista. Y hasta que no vea mil veces ejemplos de ese estilo
seguiré flipando y mi concepción del género es muy amplia, pero percibo a
través de unos esquemas, igual que todos. Y cuando la información se sale de
los márgenes, nos sorprendemos. Ante algo que hemos aprendido que era gracioso,
reímos.
Estoy teniendo más consideraciones de las que cabría
teniendo en cuenta que probablemente sea un hombre sin ninguna gana de ir así,
pero forzado por imperativos del concurso. Con el sólo propósito de llamar la
atención y ganar y ha conseguido ambas cosas.
Dentro del marco de una mente abierta, sorprenderse y reír
me parece natural y hasta sano, muestra de la humanidad y espontaneidad que
falta nos hace a los adultos. Herir es otro cantar, y esa delgada línea roja no
creo haberla cruzado.
El emperador va desnudo.