Una vida que empieza y acaba con cada modulación en la melodía: declina con los graves y nace con los agudos. Nos une una suerte de sintonía desplazada en el espacio y en el tiempo. Podría ser un instante o toda la vida. Pero es ahora sin fisuras. Ahora siempre en una sola canción.
Ella canta. Un vibrato llena el hueco que queda entre las ausencias y el pecho; se expande y calienta la piel, alivia la aridez que pudieron dejar las palabras sin nacer. Intimidad en la que somos dos encajadas. Hilos de filigrana sonora enredados en la tristeza de la ciudad pintando la tarde con el placer de su voz, placer en los ojos, en los oídos y en la piel.