Llegados a este punto, cabe ir
aceptando que da igual la cantidad de veces que nos caigamos, porque una vez que
pasa el dolor, el suelo es demasiado duro para permanecer durante mucho tiempo
tirados en él. Nos levantaremos siguiendo (aún no sé) un instinto de vida o un
instinto suicida. Da igual cuántas veces nos hayamos desollado las rodillas
por andar sin frenos en la bici, porque volveremos a andar sin ellos cuando la
sangre se haya cortado y la herida haya cicatrizado.
Miro por dentro y dudo que algo
haya cambiado realmente. Escucho “Shine on your crazy diamond” y observo
incrédula, que todo sigue igual aquí dentro. Los años hacen poca mella en los
anhelos y la experiencia del dolor solo sirve en algunos casos para retrasar o
demorar otra caída. La vida es la extenuante tarea de tropezar , desandar tres
pasos, andar uno y con un poco de suerte alcanzar la satisfacción del trabajo
bien hecho de nuevo con las rodillas heridas.
Envidio el optimismo de quien se
lo pueda permitir, envidio a quien se rinde y para, envidio la ataraxia y la apatheia, envidio el espíritu de la lucha de las guerreras, envidio la energía eléctrica de las tormentas que almacenan
ciertas personas. A mí me mueve un estúpido corazón que, por culpa de su
absurda esperanza, me está destrozando las rodillas.