Cinco minutos antes de entrar al segundo examen de la oposición al cuerpo de profesores de secundaria, se me ocurrió levantar la cabeza de los apuntes y mirar con ojos demasiado humanos a la gente que me rodeaba. Trescientas personas licenciadas en filosofía no se juntan todos los días.
Llámadlo cansancio, lo único que pude escribir fue lo siguiente.
"Lo mires por donde lo mire somos gente triste. Gente que nunca tuvo un lugar muy claro en la sociedad y que ahora lo tiene menos.
Muchos fuimos adolescentes extraños, gente introvertida. Pocos acabaron de entender por qué elegimos estudiar filosofía, incluso nosotros a veces no lo entendemos.
Como una sombra, la constante sensación de tener que justificar que no se extinga.
Desesperanzados, sin ánimo, sin futuro. Muchos sin haber desarrollado nunca nada de lo que estudiaron, otros tantos ya no recordamos cuando fue la última clase.
Me pregunto qué somos, qué pintamos. Quizá nada.
No somos nada, no valemos para nada. Aristóteles decía que la filosofía no tenía un para qué sino un porqué. Pero en realidad no hacemos barcos, no somos electricistas ni llevamos la contabilidad. Sabemos tirar de hilo de los pensamientos, desarticular un texto, recitar la tesis 11 sobre Feuerbach. Sabemos mirar en las palabras. Poco más que nada. Hoy hacen falta para qués.
Pese a todo algo nos llevo a estudiar filosofía. En algún momento creímos en ella, en nosotros. Para algunos fue refugio.
¿Qué queda de esa fe? Nada.
Esto no tiene sentido y aún así, perseveramos para no quedarnos absolutamente desterrados de la sociedad.
La urgencia por vivir nos aparta a muchos de la filosofía y quedamos nadando a la deriva, sin asidero y sin ubicación.
Somos náufragos peleando por llegar a una isla, peleando por que nos descubra un barco o por ser capaces de ser nuestro propio barco, porque la escalera la tiramos hace tiempo y siempre supimos que a veces es mejor callar"