El viernes pasado me disponía a
entrar en las hojas de Excel compartidas en Drive para rellenar los informes
individuales donde tenía que especificar qué había hecho yo como profesora y qué había hecho
cada alumno y alumna durante la semana. Se trataba de dejar constancia de que el
alumnado recibía clase y los docentes las impartíamos. Esta cuestión en sí es materia de
una profunda reflexión y cuanto menos, sintomático de una profesión
profundamente desprestigiada socialmente. No obstante, no es sobre lo que me
gustaría reflexionar ahora.
Abrí el documento y arriba a la
derecha ví que otra persona se conectaba a la vez. Lo que me chocó era que había entrado
en modo anónimo. No sabía que eso se podía hacer y no sabía muy bien el objeto
de entrar así, ya que lo que escribiéramos correspondería a nuestras
asignaturas.
Pues bien, esta persona en lugar
de escribir iba mirando asignatura por asignatura la casilla correspondiente a lo
que hacíamos en otras materias. De la sorpresa pasé al enfado y de ahí a la
empatía, el enfado no me lo quitaba nadie, esta situación nos ha llevado al
panóptico de Bentham y estamos todos tan felices.
Al verlo pensé (para aplacar mi enfado) que estamos
todos y todas tan perdidos con la docencia online, que necesitamos saber qué
están haciendo los demás, aunque sea usando este tipo de estrategias. Mucho más
sencillo sería preguntar con naturalidad, pero supongo que no a todo el mundo le
gusta dejar al descubierto que también dudan, como el resto de los mortales.
A los docentes en realidad nadie
nos ha enseñado a dar clase. Ni el CAP en su momento ni el máster ahora. Es algo que se aprende, en el mejor de los casos
con la experiencia, las ganas de enseñar, la humildad y el cariño hacia las personas a las que damos clase. En el peor de los casos ser profesor es solo ser pagado por ello.
No obstante, estas semanas
pasadas nos hemos visto en una situación completamente nueva, se nos mandó un
correo exhortándonos a garantizar que nuestro alumnado recibiera formación
durante la cuarentena. Se nos obligó a hacer informes personalizados para dejar
por escrito la tarea, dónde se encontraba dicha tarea, si la hacían y cómo se
hacía. Creo que muchos de nosotros y nosotras tuvimos un momento de pánico
porque, sabemos dar clase, pero en la mayoría de los casos nunca lo hemos hecho
a distancia.
No me voy a meter en cuestiones
sobre si, tanto docentes como alumnos teníamos conexión a internet y ordenador
con plena disponibilidad, porque me parece es un asunto como para desarrollar
en otro espacio. Lo que sí me parece importante a tener en cuenta es que en dos días tuvimos que pensar rápidamente qué hacíamos los
siguientes quince días para garantizar que los chicos y chicas recibieran
clase. Con algo de suerte algunos y algunas hemos estudiado en la UNED y
podíamos reprogramar el método adaptándolo a tipo de alumnado que tenemos. Y ni con esas era suficiente.
Desde entonces no he parado de
recibir mensajes contradictorios y todos ellos con una fuerte carga crítica.
Todos. Algunos nos decían que nos estábamos pasando con las tareas; otros, ante
la evidente falta de autonomía de nuestro alumnado, nos instaban a pautar las
sesiones; otros nos decían que no nos dábamos cuenta de que no podíamos seguir el mismo
ritmo que en la docencia presencial; otros que avanzáramos y algunos que no avanzáramos.
No es mi intención intentar
salvarme de la quema, seguro que he cometido errores y de hecho, respecto a los
primeros días, he cambiado la pauta. Voluntariamente les mandé un cuestionario
a mis alumnos y alumnas para que me dijeran cómo llevaban mi asignatura y qué
necesitaban. Me sorprendió que nadie se quejara. Algunas personas hicieron
sugerencias y en función de su respuesta, adapté mi método.Estoy segura de que muchas personas han operado igual. Hemos ido en base ensayo y error.
Muchos hemos pasado horas
pensando la forma más adecuada de garantizar su formación en la distancia:
otros materiales, otras actividades, métodos alternativos al método expositivo.
Vimos la oportunidad de trabajar de otra forma y aprovechamos para aprender.
Investigamos sobre plataformas alternativas para explicar (la mayor demanda que
me hicieron los tres primeros días eran vídeos con mis explicaciones o vídeo
conferencias), intentamos adecuar el ritmo.
Las críticas no cesan y lo mejor
de todo es que tengo la constante sensación de que todo este trabajo va a
quedar en nada. Que todo esto es una manera de justificar que no estamos de
brazos cruzados y que producimos, porque parece ser que de eso se trata, de
producir.
El caso es que, reflexionando
sobre nuestra situación, la de los docentes, veo el escasísimo aprecio que hay no solo
de la sociedad hacia nuestra profesión, sino también entre el cuerpo docente
mismo. Hay varios vectores que atraviesan la situación de nuestra profesión: el
desprestigio (ya de años) de la labor que llevamos a cabo; la progresiva
instauración de un modelo mercantil de la educación que tuvo su máxima
expresión con la LOMCE (donde queda recogido por escrito que una de las
competencias clave para las que tenemos que educar es “sentido de iniciativa y
espíritu emprendedor”); la escasa o nula intención de reformar integralmente la
educación desde el apremio y la profunda conciencia de ser el pilar de la
sociedad.
El nivel de agresividad y de
sarcasmo en las críticas ha ido aumentando estos días. La reflexión que me
planteo es mucho más básica, tengo pocas certezas y demasiadas dudas. Si todo estuviera tan claro, la persona que miraba
los informes a hurtadillas quizá no hubiera tenido la necesidad de hacerlo.Probablemente habría sabido a la primera que ese era el camino adecuado.
Aún
recuerdo cuando le pedí a un compañero meterme en una de sus clases para
aprender de él. Ese hombre emanaba una clara “vis docente” (yo ya llevaba algunos
años en la docencia). Estaba a punto de jubilarse y le hizo hasta gracia, me dijo que sí, que
con gusto me acogería en su clase. Estoy segura que si hoy estuviera en activo
habría hecho una magnífica labor, seguro. La pericia docente, la desidia, la
incapacidad, la abulia, la soberbia, el compromiso o la responsabilidad, han
cambiado de soporte, pero no de alma. Somos las mismas personas con la
responsabilidad que cada uno asuma para con su labor y el mismo afecto para con
las personas a las que dan clase.
No sé si esto que estoy
escribiendo es una llamada a la comprensión, una crítica o una reflexión sobre
nuestra situación como profesores y profesoras, honestamente no lo sé. Lo que
tengo claro es que hay que crear espacios constructivos, proponer alternativas
y quizá, solo quizás, aproximarnos siempre a estas cuestiones desde el diálogo,
que de todas, sigue siendo la mejor herramienta.