Me vuelvo con la intuición (a
falta de una palabra que lo defina mejor) de la vida como un caminar en precario
equilibro. Todo se puede desmoronar rápidamente y sin avisar porque, aunque
parezca una vida sólida, estamos a merced de fuerzas más intensas que
cualquiera de nosotros. La muerte y la vida se abren camino al margen de
nuestra voluntad. Como decía la canción, somos “polvo en el viento”, aunque a
veces nos sintamos en la cima del universo.
Asomo la cabeza a esa intuición con
más miedo que valor. Ciertamente, sé que si tuviera la fortaleza necesaria para
enfrentarme a esa Verdad, quizá sería capaz de vivir de un modo más libre. Me
sobrecoge pensar en la fragilidad de nuestras vidas mecidas implacablemente por
el transcurso del tiempo. Un foto tomada ayer por la mañana anunciaba la
alegría, pocas horas más tarde todo ha quedado barrido sin piedad instante tras
instante. Ya solo queda la fotografía.
Y sin embargo nos quedamos
agazapados atemorizados como un animal deslumbrado por los faros de un coche en
mitad de la noche. En el mejor de los casos corremos de nuevo hacia la
oscuridad, en el peor la verdad nos pasa por encima. Pero ahora que lo pienso
bien, es mentira que nos pase y nos arrolle, porque tarde o temprano podremos
seguir andando como si nunca lo hubiéramos pensado. La verdad que remueve
cimientos se olvida pronto.
No es el paso del tiempo,
estrictamente hablando, lo que me asusta, sino la fragilidad de nuestros
castillos de naipes. Y ojalá fuera capaz de no aferrarme a su forma, ojalá
pudiera vivir sabiendo que igual que ahora camino sobre la cuerda, podría caer
en cualquier momento; que la más leve brisa se puede llevar el castillo que voy
construyendo. Si fuera capaz de vivir sabiendo que a veces caemos y a veces nos
levantamos y alguna vez nunca lo haremos, quizá le miraría de otra forma a la
vida. Pero amar es acariciar una imagen, es abrazar el calor aquí y ahora, es
desear más. Amar implica que el tiempo se detenga y dejar que nos ilumine igual
que la verdad, pero creyendo que nunca cesará. Luego la vida nos reposiciona de
nuevo en la fugacidad.
¿Cómo se puede seguir viviendo
sabiendo que nada tiene más sentido que lo que ahora hacemos, queremos y
pensamos? ¿Cómo seguir viviendo sabiendo que nada durará? Caminando en ese
precario equilibrio y con bastante miedo a saltar, no como lo hizo el
funambulista de Así habló Zaratustra. A
fin de cuentas somos “demasiado humanos”.