Es posible que solo sea la rutina
o quizá el cansancio, pero a veces agota el bregar con intentar comprender este
mundo. Es tal la sensación de estar velada por varias capas de apariencia, que
difícilmente se pueden soportar los discursos que se desarrollan en las capas
más superficiales. Hastío, esa es la
palabra.
Si nada hay ya en el margen, si
todo es un producto susceptible de venderse y comprarse, entonces vivimos en una
especie de Hotel California, “podemos pagar la cuenta cuando queramos, pero
nunca podremos escapar”. Nada tiene sentido. No sé muy bien desde donde pelear.
Quizá buscando tras las palabras aquellos sitios desde donde se construyen los
mensajes. Mirando con esmero detrás de varias manos de barniz. Es posible que
hacer Filosofía hoy sea un trabajo similar al de acuchillar el parqué.
Empeñarse con fuerza en levantar la capa brillante que cubre el piso.
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Les raboteurs de parquet. Gustave Caillebotte |
La cuestión es que si no hay
margen, entonces no hay crítica real. La crítica solo se puede establecer desde
lejos. Pero es que no hay nadie con voz que viva fuera del mundo que hemos
creado. Quien vive fuera, o muere pronto o no es escuchado. Una vez escuchado,
se convierte en producto. Me parece aterrador y claustrofóbico. Nada es real y
lo que lo es, no existe.
Los mensajes van perdiendo su fuerza
transformadora a base de ser convertidos en un eslogan publicitario. Nosotros
mismos perdemos autenticidad cuando nos convertimos en publicidad de lo que nos
gustaría ser. La ideología se entremezcla con la más absoluta de las
ignorancias en un mundo donde apenas hay tiempo para poder asimilar la enorme
cantidad de información. Ideología,
interés e ignorancia, esa es la mezcla que combina nuestros actos.
Y así se acaba
malgastando la energía en iniciativas que finalmente serán productos: el
feminismo reducido a camisetas, la solidaridad a vídeos virales, la tolerancia
al marketing, la política al ejercicio del poder.
Ayer fue el día mundial de la
Filosofía, fui a un Café Filosófico organizado por la Sociedad Aragonesa de
Filosofía donde se habló de un mundo sin Filosofía (acaso nuestro mundo hoy,
decía uno de los invitados, Ismael Grasa).
El autor del blog
Cajón de lo pensado hizo una pregunta
interesante. Vino a decir que la razón ya no convence, quizá porque no mueve
los afectos cuando son precisamente los afectos los únicos capaces de mover a
las personas.
En este sentido ¿cuál
debería ser el papel de la Filosofía en nuestro mundo?
De camino a casa fui pensando a
ratos en la pregunta: afecto ¿hacia
quién? ¿hacia qué?, hacia una realidad que no asimilamos, hacia una sociedad
que no percibimos? ¿hacia una comunidad que no tenemos?. Creo que en realidad
somos individuos atomizados, agobiados, aislados, con vidas enajenadas. ¿Somos
una sociedad? ¿Hasta qué punto nos pertenece nuestra vida? ¿Hasta qué punto nos
pertenecemos? ¿Cómo vamos a convencer mediante el afecto en un mundo en el que
la apariencia ha usurpado el puesto de la realidad? ¿Qué afecto sentir cuando
hay gravísimos problemas de identidad, de compromiso? ¿Quién soy? ¿Qué quiero?
¿Qué necesito? ¿Cuál es mi comunidad? ¿Cuál es mi vínculo con ella?
Es difícil convencer mediante la
razón porque solo el sentimiento convence y mueve, conmueve. Pero primero debe
haber una percepción clara de cuál es nuestro puesto en el mundo y cuáles son
nuestras capacidades. Es imprescindible tomar conciencia de nuestra valía como
humanos, como sociedad, como comunidad, como vecindario. Desvelar.
No obstante es complicado tomar
conciencia de nuestra valía como humanos una vez hemos llegado a percibir que
nada de lo que podamos hacer vale la pena. Y no digo que no valga, no digo que
no podamos, digo que somos una sociedad deprimida, con una enorme sensación de
impotencia y sin conciencia de formar una sociedad (sociedad entendida como algo
más que la mera suma de personas). Cómo hacer sentir cuando se vive en la
apatía.
Una amiga me enseñó un término: indefensión aprendida, es decir, la
pasividad de un sujeto por evitar el dolor cuando ha aprendido que nada de lo
que haga realmente vale la pena para evitarlo. Sea esto real o no, creo que
como sociedad adolecemos de la conciencia de serlo y de la conciencia acerca de
nuestra capacidad transformadora de la realidad.
La indefensión aprendida se
extiende incluso a la sensación de no ser capaces de comprender por qué suceden
las cosas y acaso, qué es lo que sucede. Sería como una especie de indefensión
cognitiva. Es decir, la incapacidad para poder entender y por tanto la renuncia
a intentarlo.
Sería bonito poder vencer juntos
alguna vez. Destronar a la posverdad, creer en algo, aunque fuera pequeño. Ver con
nuestros ojos que hemos sido capaces de
hacer algo juntos y que hay cosas que son verdad: que el respeto es
imprescindible, que nos necesitamos.
No sé muy bien qué papel podría
cumplir la Filosofía a ese respecto, quizá pudiera crear un margen o mantenerse
en él. Quizá debiera ser un espejo, o acuchillar el parqué. Sin conciencia no
hay afecto y sin afectos no hay cambio.
Lo único que sé es que hoy esta
caverna me parece más oscura y más fría que nunca.