Pido perdón a los objetos, es una oración privada entre nosotros. Me responden mudos y atónitos ante mi contrición; se lo piensan dos veces mientras los cojo con la culpa en las manos. Su silencio me reconforta y me atormenta al mismo tiempo. Un rosario íntimo que expía mis pecados.
Símbolos de una narración pasada
que conviven con la alegría, la tristeza y la soledad de las páginas por
escribir. Los tengo presentes como memoria. Es bueno mirarse desde todos los
ángulos, incluso desde los más oscuros.
Nunca pensé en la utilidad de rezar.
A veces, desde el ateísmo congénito que padezco, echo tanto de menos a Dios…