Un hecho simple te saca de bucle. Notas una sensación de
cierto escozor y calor en la garganta y en los pulmones, es como si abrasara un
poco, pero da igual; te cae el sudor por la frente y el cuello, cae en los
ojos, te notas arder, pero lo ignoras y sigues corriendo. Ese es el hecho.
Así que de pronto, sin más, caes en la cuenta de que pese a
esa sensación en los pulmones, sigues corriendo, y automáticamente la voz
residual se debilita, tus pisadas y la firme determinación de tu respiración
suenan por encima de los poltergeist que te chillan que pares.
Sigues corriendo,
puedes correr. La alegría inunda la frente, como el sudor. Te gusta correr,
corres. Y una sensación aérea y efímera se instala en la nuca y su electricidad
se expande por tus extremidades durante un tiempo brevísimo.
Las personas con sobrepeso, hemos desarrollado estrategias
en el pasado que nos han ayudado enormemente a sobrevivir en un mundo donde,
estar obeso está castigado con la humillación en todas sus formas ( y son
muchas).
Aprendes a hacerte fuerte, a defender tu identidad, esa
donde te han/has ido colocando. Si está asimilado que eres gordo, te defiendes
como gordo, con orgullo siempre que sea posible.
Aprendes qué tipo de miradas pueden ir seguidas de un
insulto o un bienintencionado “tienes que adelgazar”.
Llegas a asimilar que lo tuyo es más la literatura que el
fútbol, y más el cine que la montaña. Digamos que la imagen corporal va
acompañada de otros rasgos identitarios, y por asimilación los haces tuyos.
Hay que tener en cuenta, que no se disfruta del deporte
cuando sufres, que nadie quiere en su equipo a alguien si no es rápido, y mucho
menos para jugar a un rescate. Poco a poco creo que se va cambiando en ese
aspecto, pero es comprensible que alguien con sobrepeso rechace el deporte tal
y como se ha venido entendiendo hasta ahora.
Entonces, un buen día, poseída por el demonio y en plan niña
del exorcista, te calzas las zapatillas y decides salir de tu zona de confort.
Dejando una identidad y un buen puñado de prejuicios atrás. A ver qué pasa…
Vaya por delante que ya está asimilado de antemano que no
vas a ser la más rápida, ni la más elegante, ni la mejor vestida. Que no
compites con nadie, y que te la soplan todas las miradas. Sabes a lo que vas, a
correr porque sí y punto.
Pero cuando estas a punto de entrar en combustión
espontánea, una voz residual te dice con muy malas maneras que pares. Que ese
no es tu sitio, que leas a Simon de Beauvoir frente a una taza de café de Veracruz
y un cigarro de liar. Esa voz, fue operativa bastantes años, era funcional,
pero ya no. Es un eco reminiscente del pasado que pretende preservar tu
identidad.
De vez en cuando, cuando salgo a correr, Burning canta en estéreo dentro de mi
cabeza esa de: “qué hace una chica como
tú en un sitio como este. Los años te delatan nena, ¡ja! Qué has venido a
buscar…”. Su mueca burlona de tío duro pegada a mi cara… La sensación y la
vergüenza de ser la última y la más lenta, es algo que suele acompañar a una por
muchos años que pasen.
Te adelanta un flaquito una mañana de domingo, esas piernas bronceadas, ese cuerpo fibroso y aéreo, mientras tú y lo que percibes como “tu enorme culo”, vais a un ritmo trotador de la pradera. ¡Qué sensación señores, qué sensación!, por un segundo piensas “bueno y hasta aquí mi historia, me voy a pasar la aspiradora, que es domingo”, durante un par de minutos crees que se acaba el sueño, te despiertas y en realidad nunca has corrido más de un minuto seguido.
Te adelanta un flaquito una mañana de domingo, esas piernas bronceadas, ese cuerpo fibroso y aéreo, mientras tú y lo que percibes como “tu enorme culo”, vais a un ritmo trotador de la pradera. ¡Qué sensación señores, qué sensación!, por un segundo piensas “bueno y hasta aquí mi historia, me voy a pasar la aspiradora, que es domingo”, durante un par de minutos crees que se acaba el sueño, te despiertas y en realidad nunca has corrido más de un minuto seguido.
Pero de nuevo el hecho, como una sonrisa implacable, como
una epifanía, amordaza a Burning y a los poltergeist que le hacen los coros. Respondes, como en esa poesía de Walt Whitman,
“que estás aquí”, que es domingo, que el mar está precioso y que me siento de
puta madre y eso, ¡Ja!, eso, es lo que he venido a buscar.
Voces residuales que se colocan cual mosca cojonera detrás
de la oreja, instándonos a parar. Prejuicios como losas que se apartan a fuerza
de pulmón. Pero hay algo simple en correr, es algo elemental y primitivo, como
rascarse un grano, sacarse pelotillas de los dedos de los pies, mirar la luna o coger conchas marinas. Un hecho de pura
presencia, acción. Aquí y ahora, y ante el aquí y el ahora, las voces
residuales tienden a quedar amortiguadas con el sonido de las pisadas.
Chúpate esa Burning.