Al hilo de las ensoñaciones...

jueves, 12 de febrero de 2015

Aquello a lo que no teme el gato

Elegante, ágil, grácil, fiero, valiente, hedonista. Una criatura que sabe obtener placer de todo cuanto hay en su entorno, un tejado al sol, en el mejor sito del sofá, en un pajar escondido y cálido, a la sombra de una parra en verano, a los pies de la cama, sobre el cuello de su alimentadora. Come lo que quiere y cuando quiere.  Genios del chantaje emocional que nos controlan y lo sabemos.
Inquilina
Gatos, esos seres sin término medio, excesivos y voluptuosos.
Evalúan el peligro de manera bastante acertada, pelean o huyen, pero huyen enseñando los dientes. No se someten, como mucho te adoptarán como parte de su territorio, nunca por debajo. Puede que te hagan creer que mandas tú, pero sólo cuando necesitan que tu ego se sienta agradecido para conseguir algo para ellos.
Si saben que tú eres su alimentadora en la vida, que siempre que quieren tendrán una caricia garantizada o la puerta libre, serán animales felices y despreocupados.
A diferencia de un niño pequeño, los gatos aprenden mucho más rápidamente qué persona les va a proporcionar comida, refugio y amor. Es cuestión de vida o muerte para ellos. Las señales no son equívocas, o me cuidas o no, y en tal caso nada me une a ti, puedo buscarme la vida.

Un niño en cambio, es un ser mucho más dependiente y durante más tiempo. De que reciba atención cuando lo precisa, puede depender su propia supervivencia. 
Esta debilidad estructural es en lo que se basa nuestra sociabilidad y en cierta medida es nuestro talón de Aquiles. Quedamos a expensas de la pericia como padres de nuestros progenitores, y bajo el imperativo de sobrevivir, se irá modelando el carácter.
En cierto sentido, la infancia a veces se convierte en el largo trayecto de la domesticación y la sumisión. Por nuestro bien, claro está, pero sometimiento a fin de cuentas.  Hay un aprendizaje que atormenta a madres y niños, la comida. Una forma primitiva de relación, quizá la más básica que comienza con el amamantamiento y que se prolongará en algunos casos hasta el resto de la vida. Madres proveedoras.

La educación, salvando honrosas excepciones, acaba siendo una perversa forma de dominación. Aprendemos cuándo hay que tener hambre, qué comer y cuánto comer. Un hecho que podréis pensar que estoy sacando de quicio, pero no respetar[1] ciertas alertas como el hambre o el asco profundo a un alimento y obligar, es dominar no educar.

Turing y Hobbes
A fuerza de tener estándares externos acerca de cuándo parar de comer, averiamos el sencillo mecanismo interior que poseemos cada uno, la sensación de saciedad. En palabras más sencillas, por estándar externo entiendo (entre otros) que alguien desde fuera nos obligue a comer un poquito más o un poquito menos, a no comer aunque no tengamos hambre o a comer cuando no la tenemos.
 Ignorando sistemáticamente nuestras propias (y eficientes) alertas fisiológicas, las sensaciones corporales más básicas acaban siendo algo a lo que ignorar y una herramienta “inútil”.
La domesticación pasa por saber cuánta agua beber aunque no se tenga sed, cuándo hay que dormir aunque no se tenga sueño, cuándo ser fuertes aunque lo que queramos sea llorar y salir corriendo. Aprender a callar para no molestar, a decir si aunque queramos decir no, a taparnos porque el desnudo es feo, a no tocarnos porque eso no se hace, a tener vergüenza del cuerpo, a follar según los paradigmas dominantes y a decir “hacer el amor” en vez de follar; a  tener miedo, porque el miedo se aprende y si no, que se lo digan al pequeño Alberto.

Como todos estudiamos alguna vez, hay un tipo de aprendizaje que se basa en recompensar las conductas, de tal manera que tenderán a repetirse aquellas que van seguidas de un refuerzo positivo o evitadas las que van seguidas de uno negativo. También os sonará lo de “la letra con sangre entra”. “Vurro”, capón “vurro” capón, “Vurro”, capón. A la tercera, “Burro”. O “Te lo comes todo”, beso, “te lo comes todo”, beso, “te lo comes todo”, beso. A la tercera: revientas, pero te lo comes todo.[2]
El gato quiere comida, sabe hasta dónde comer y es libre de hacerlo, si es que le dan comida. Sabe que no le van a querer más o menos por lo que ingiera, y de ser así, probablemente le diera igual. Nuestro amor no es básico para su supervivencia, sólo nuestra comida.
Pero… ¡Ay amigo!, un niño eso no lo tiene tan claro, el amor de sus padres, durante un tiempo va a ser crucial para que sobreviva o no. Es un ser dependiente, frágil y va a perseverar en la existencia sea como sea, y si es mediante la sumisión, amén.
Pasa la vida y  aprendemos, a fin de cuentas, a ser adultos e ir olvidando cuanto de gato pueda haber en nosotros.  Saber porqué no tiene miedo el gato puede ser un punto de partida, ese o encontrar un buen motivo, un buen lugar, una buena compañía, una buena comida y ronronear…






[1] Por favor, no desearía que pensarais que estoy incitando o defendiendo que un niño coma lo que quiera, ya sea una cocacola a las 10 de la mañana o desayunar pizza. Sino el respeto a sus sensaciones de hambre y saciedad con amor, afecto, cuidado y dentro de una educación acerca de comer de un modo saludable adaptándose a gustos y motivando a probar nuevos sabores.
[2] Es simple lo sé, pero esto daría para un libro y hay que acotar. Un día si quieres lo hablamos tomando un café.