Aquí os dejo mis desvaríos.
"La gran risa liberadora de quien comprende que la alegría llama a la adhesión a la realidad, a la celebración del cuerpo, a lo vivo , inmanente y concreto"
Michel Onfray, Las sabidurías de la Antigüedad. Contrahistoria de la Filosofía I
Todo comienza, con un
poco de suerte, con la teta de mamá. Un sabor dulce y cálido que nos conecta.
Probablemente nuestro primer contacto con ella, con la vida.
Lo oral, fuente de placer gastronómico y sexual, quizá sea también un modo de acercarnos al mundo, ya que lo conocemos,
en parte, a través de lo que comemos. Una comida es un pequeño fragmento de
realidad, alguien que nos cuenta una historia, o nosotros mismos los que nos la
contamos.
La primera vez que pensé esto fue a raíz de convivir con una
chavala de unos 17 años con serios problemas para comer, para probar
cosas nuevas. Casi se diría que era miedo. ¿Qué había detrás de ese miedo a
comer una cereza, un trozo de calamar o un poco de zanahoria?
No salía de los sabores básicos de su casa. Sabores muy
claros, muy definidos y en cierta manera predominaba lo neutro entre los
alimentos que elegía. Las texturas secas, sin matices. Pollo, salchichas,
tomate frito de bote, espaguetis y arroz. Era como no querer salir de la zona
de confort, ese miedo a lo desconocido y un claro rechazo a lo diferente.
La negación tan rotunda me tenía francamente confundida y
cabreada. No me entraba en la cabeza que alguien no tuviera la más mínima
curiosidad por saber cómo sabía el tomate o la sandía. Pero la respuesta la fui
viendo a medida que me percataba de que esa negación por probar cosas
diferentes era en cierta manera paralela a una cierta timidez o miedo a salir
del mundo conocido.
No pretendo hacer una ley de esto, ni mucho menos. Sólo creo
que quien se niega a probar sabores diferentes por sistema, se niega a conocer
una parcela de la realidad. Los alimentos como tantas cosas, están ahí y de
nosotros depende disfrutarlo o hacer un problema de ello.
Por medio de la comida podemos ampliar horizontes, conocer
el modo de vivir de una determinada región (que esto da para otra entrada),
desarrollar la sensibilidad, el olfato, la vista y nuestra capacidad de goce.
Probar texturas nuevas, combinaciones, se me antoja un excitante viaje por el
mundo.
Un día en una comida monumental de estas que hay en Galicia,
me acordé que leí hace tiempo que el paraíso para los celtas era un banquete
donde la comida no se acababa nunca. No sé la veracidad de esto, porque venía
en un libro de 100 pesetas que me compré hace mil años.
El caso es que sin saber muy bien cómo, cristalizó en una
metáfora: y es que la vida, esta vida,
me parece un gran banquete.
Lo vi claro en esa fiesta. La comida en cuestión se prolongó
hasta la noche, entonces se sacó la cena, cachola (cabeza de cerdo salada y
cocida), lacón, chorizo, jamón, en fin, manjares. Por la noche tuve la suerte
de sentarme al lado de lo que me pareció que era el Gran Hedonista. Un hombre
que destilaba una gran capacidad de goce en todos los sentidos posibles. Cogió
la enorme cabeza de cerdo y fue cortando pequeños trocitos de carne de partes
poco accesibles, me fue dando a probar, decía “esta es la mejor parte”, partía
carne y la ponía en trozos de pan casero. La carne era jugosa, tierna, en su
punto de cocción y de sal. Él llenaba mi copa de vino y contaba chistes. Reía
con una gran proyección de voz. Era una de estas personas que no pasan
desapercibidas.
Cogía un poco de cada cosa, elegía el queso como un policía
tras una pista, miraba qué chorizo coger. Era una gozada verle comer y poder participar
de esa sabiduría.
Así que, lo vi claro, la vida me parecía un gran banquete.
Comerse la vida es un modo de conocerla y de estar en ella. Se puede disfrutar
de lo que nos ofrece o quedarnos en un rincón con un canapé de salchicha y
bacon. Elegir hablar con todo el mundo o
quedar en pequeño grupo. Catar todos los caldos o ir a lo seguro. Vivimos en
cierto modo de la misma manera que nos comportamos en un banquete.
En un banquete, hay pocas personas que saben cuando hacer
una parada. El arte de beber y comer con moderación pero sin renunciar a ese
puntillo alegre y probar todos los platos. Para poder hacerlo hay que saber qué sucede en
nuestras cuerpas (que dirían los CxC), poner sentido común y a veces fuerza de
voluntad para parar. Todos sabemos que la línea entre disfrutar y sufrir es muy
delgada y admiramos a quienes tienen la maestría de disfrutar all night long sin drogas.
De igual modo se me
figura una correspondencia en la vida que llevamos, pocos viven con conciencia del
momento y menos aún toman decisiones mirando de frente. Ahora le llaman
Mindfullness, pero desde el budismo siempre se ha hablado de este tema. Estar
en el aquí y ahora, sin huir.
La metáforas son difíciles de explicar.Quizá en este
banquete no se sabe muy bien qué pintamos y de haberlo sabido antes nos habríamos
depilado. Quizá no sea la mejor fiesta del mundo, pero ya que estamos aquí
habrá que divertirse.
Sólo veo claro que cuanto más pruebo de lo que hay más me
gusta y hay ahí un par de personas a las que aún no he saludado.
Ahora vuelvo.