Al hilo de las ensoñaciones...

viernes, 28 de diciembre de 2018

Circunstancias obesogénicas


Mientras corría me he dado cuenta de que una persona obesa nunca deja de serlo a nivel identitario. Aunque se pierda peso e incluso nunca se vuelva a recuperar, la gordura es una parte inherente de la identidad, siempre que esta obesidad no fuera algo pasajero y anecdótico en la vida.
Los (escasos) kilómetros me hacen pensar en mi propia vida y necesito enenderla.
Por motivos que no vienen al caso venía pensando en Ortega y Gasset, concretamente en la circunstancia como constitutiva del yo y el yo constitutiva de la circunstancia. Es sencillo vincular esta cuestión al caso particular de los ambientes obesogénicos.
Una persona es obesa en gran medida por el ambiente en el que vive, este ambiente incluye: la situación socioeconómica, las costumbres (heredadas en gran medida de su familia), la presión publicitaria de la industria alimentaria, las manifestaciones culturales referidas a la gastronomía o el modo en que celebramos la alegría y la tristeza y la información de la que disponemos. Hay más, qué duda cabe, pero examinemos las más exteriores.
Ese ambiente ha configurado la forma particular de ser, de sentir y de expresarse, teniendo como un síntoma visible la obesidad, uno de muchos. A su vez, el hecho de pesar 20, 30, 40 ó 50 kilos de más marca la vida y las relaciones de las personas. Puede parecer una exageración, pero conviene recordar que hay hospitales que no tienen ni batas, ni camillas, ni aparatos de resonancia preparados para personas con obesidad. Sirva este ejemplo y extrapólese a cualquier situación, aviones, autobuses, comprar ropa, la silla de un bar, etc.

Como comentaba en este otro artículo, hay un prejuicio[1] muy sólido instalado en la sociedad acerca de las personas con obesidad, a saber: que ellas son culpables de su estado debido a cierta debilidad de voluntad. Se asocia a la pereza a la falta de higiene y a la falta de inteligencia. Este prejuicio hace que a veces estas personas no sean tratadas por el personal médico como debieran, ya que se enfocan los diagnósticos en la obesidad sin investigar otras causas. Hay prejuicios similares en torno a la depresión o a las adicciones.
Si pensamos en los cánones de belleza y en la presión estética, añadiremos otro ingrediente a la receta del malestar. Nadie es tan fuerte como para pasar por burlas y salir ileso. La agresión constante tanto propia como ajena hacia el cuerpo es, creedme, algo inenarrable. Se aprende a llevar, como se aprende a sobrevivir, pero la vida es otra cosa.
Todo eso ha configurado nuestra circunstancia, a veces durante años y a veces durante toda la vida. ¿Es posible dejar atrás lo que fuimos, lo que vivimos, el trato que nos dieron y que dimos? No lo creo. Forma parte de nosotros, ese hecho particular (30 kilos de más) ya forma parte de nuestra manera de sentir y dirigirnos al mundo, ha constituido nuestro propio mundo y como tal, enfoca al futuro en una serie de caminos que, si bien son variados en número, no son infinitos. No hablo de determinación, pero sí de influencia.
Nunca podremos borrar el pasado, porque pese a que ya no es más, ha cristalizado en nosotros y ha conformado nuestro existir, nuestro mundo. Podremos adelgazar o no y podremos estar sanos y fuertes; podemos gozar de un modo saludable de nuestra vida y de nuevos placeres hedonistas; podremos gustarnos más; pero somos en cierta medida gracias a lo que hemos sido.
No sé si cabe hablar de orgullo, pero sí de afecto por quienes hemos sido y por quienes aún seguimos siendo. Nos debemos ese afecto.

[1]Algunos estudios relativos al impacto de la estigmatización de la obesidad.
1.       Marieke ten Have, Agnes van der Heide, Johan P. Mackenbach, Inez D. de Beaufort. “An ethical framework for the prevention of overweight and obesity: a tool for thinking through a programme’s ethical aspects”. The European Journal of Public Health Advance Access published August 8, 2012
2.       M. ten Have, I. D. de Beaufort, P. J. Teixeira, J. P. Mackenbach and A. van der Heide. “Ethics and prevention of overweight and obesity: an inventory”. Obesity reviews, doi: 10.1111/j.1467-789X.2011.00880.x
3.       Roberta R. Friedman, ScM, Rebecca M. Puhl, PhD, “Weight bias. A social justice Issue. A policy brief”. Yale Rudd Centre for food policy and obesity. 2012. www.yaleruddcenter.org
4.       Rebecca M. Puhl, PhDcorresponding author and Chelsea A. Heuer, MPH. “Obesity Stigma” Am J Public Health. 2010 June; 100(6): 1019–1028. doi:  10.2105/AJPH.2009.159491
5.       “Impact of weight bias and stigma on quality of care and outcomes for patients with obesity”. Phelan SM1Burgess DJYeazel MWHellerstedt WLGriffin JMvan Ryn M.





lunes, 24 de diciembre de 2018

Whatsapp: un mar de mierda


Un día alguien abre el móvil y una persona conocida comparte un vídeo. La persona que lo recibe lo abre y en el vídeo se ve como un hombre maltrata a dos criaturas de no más de 5 años. En el vídeo no hay nombres, ni fechas, ni texto. Nada.
Otro día alguien a quien estimamos nos manda una fotografía con un chiste de mal gusto y humillante acerca de los refugiados sirios.
Ve el vídeo durante unos cinco segundos sin entender bien qué es lo que está viendo, le parece impensable que alguien pueda compartir un vídeo así, que alguien lo pudiera grabar y que alguien pueda hacer semejante brutalidad. Observa la fotografía con el chiste, lo borra.

¿Qué puede llevar a esa persona a compartirlo? quizá la necesidad de combatir la violencia haciéndola visible a todo el mundo. Quizá también es la incapacidad de distinguir que es un bulo ni una noticia falsa. La falta de empatía hacia todo un pueblo. ¿Cuál puede ser la causa?.
Durante mucho tiempo las noticias se contrastaban, los periodistas se documentaban y lo que llegaba de la prensa podía ser más o menos parcial, pero en cualquier caso había sido más o menos verificado aunque hubiera sido deformado. Hoy no solo se comparten noticias, se comparten “contenidos” y algunos medios como Whatsapp se han convertido en el imperio de la mentira, el bulo y los contenidos de ultraderecha enmascarada. ¿Cómo ha podido la inmundicia triunfar de un modo tan aplastante en las redes sociales?
Las redes nos han proporcionado el asilo de la comunidad del que nos ha despojado el capitalismo, la globalización y la nueva Weltanschauung. Podríamos decir que “es la falta de amor la que llena los bares”, la necesidad de unirnos, ser pueblo y el abrigo de los demás. Por ello, compartir porquerías que remueven los sentimientos más hondos nos acerca a los demás. Además es sencillo, a veces es tan sencillo como deslizar un dedo sobre una superficie lisa y suave. Mucho más sencillo que parase a reflexionar sobre las implicaciones de dicha acción. Es difícil asumir nuestra responsabilidad cuando ni siquiera somos conscientes de que un click es una acción o de que compartir algo sin contrastar o sin reflexionar es una acción, una acción que hace el mundo.
Navegando un poco más lejos o un poco más hondo, no lo sé, se me ocurre que, además de la falta de información, de la antigua fe en las noticias (poco operativa hoy en día) de la necesidad de unirnos, además, en el hecho de compartir vídeos como el que decía al principio, radica una especie de atracción a lo siniestro. Pensemos en película “Tesis”, al final de la película la periodista dice: “les avisamos de la dureza de las imágenes”, inmediatamente todo el mundo se queda mirando a la pantalla precisamente por la dureza de las imágenes.
En el primer capítulo de la primera temporada de “Black mirror” sucede algo similar: la performance como obra de arte solo es posible con la complicidad de los espectadores que critican lo que está sucediendo, mientras ellos mismos hacen posible que esté sucediendo eso terrible. Lo siniestro atrae.
Esta cuestión acerca de como las redes se han convertido en un vehículo de diseminar porquería, tiene tantos tentáculos que debería ser objeto de tesis. No obstante, me quedo como la pregunta, ¿cómo hemos llegado a convertir Whatsapp en la basura que es?
Decía mi amigo David aquí, que el límite posibilita nuevos caminos, yo diría que además posibilita la salud. La transgresión del límite ha sido históricamente el estímulo para ir más allá, hoy en este mundo deconstruido, creo que lo verdaderamente transgresor es redefinir los límites de nuevo porque nos hemos disuelto irremediablemente en un inmenso y fangoso mar de mierda.



sábado, 15 de diciembre de 2018

Árbol genealógico

Por el tema que estábamos dando y porque les gusta dibujar, pensé que podíamos acabar la clase haciendo un árbol genealógico.
Me enseñaron los dibujos una vez acabados.
Los de los niños que eran gitanos eran árboles frondosos con muchas ramas. De hecho, eran tantas ramas, que a uno le faltó hoja. Me explicó las ramas y flechas pero era imposible seguirle.
Los niños marroquíes tenían miedo de que no supiera leer el nombre de sus abuelos y se negaban a ponerlo.
El problema fue con los árboles genealógicos de las niñas y niños cuyas familias eran rumanas. Una rama y una sola bifurcación. Algunas me dijeron que había conocido a sus abuelos ese año. Otros decían que no preguntarían en casa el nombre de sus abuelos porque cada vez que se hablaba de eso en casa, sus madres se ponían a llorar.
Pensé en lo rápido que se entenderían ciertas cosas, si en lugar de ramas les hubiera pedido que dibujaran las raíces.
Hacer esa actividad ha sido un error que me ha enseñado bastante, no cabe duda.
Fuente: Wikipedia
Tejo.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Mentira podrida


Todo el mundo miente. La mentira, la trampa, el truco, la estafa, los embustes, las artimañas y las medias verdades pueblan y dibujan el gran teatro de la estafa en el que hemos convertido la cotidianeidad.
¿Carácter mediterráneo? ¿Un sistema corrupto que tolera las pequeñas corruptelas? ¿Una moral dormida en tiempos difíciles?
Vaya por donde vaya tengo la sensación de que la trampa nos acompaña. La honestidad, la sinceridad y la lealtad, no solo están en peligro de extinción, se consideran defectos poco adaptativos y a corregir. Esto hace que sea profundamente descorazonador mirar en los ángulos muertos de las personas. Cuanto más crezco más me decepciona el mundo adulto al cual aspira a llegar cualquier adolescente.
La norma en este país está hecha para saltársela. Podemos pensar en políticos, en tratos de favor, en colar a alguien, etc. Todo ello son diferentes formas de mentira: el instituto, en los trabajos, en el ámbito doméstico. Todos mienten, orgullosos de no ser pillados, encantados de haber estafado, cada uno en la medida de sus posibilidades.
¿En qué me convierto como profesora? En una policía de pillar chuletas, móviles y pinganillos inalámbricos. Vivo desconfiando de mi propia sombra y de paso desconfiando de la humanidad. ¿En qué hemos convertido la educación? ¿En qué nos hemos convertido como sociedad? En una panda mentirosos que están deteriorando la convivencia, haciendo del fraude un modo de vida, si es que se le puede llamar vida a esta farsa.
¿Qué sentido tiene este sistema en el que todas las horas de enseñanza y aprendizaje deben cristalizar en un examen y en una nota? Ninguno.  Sálvese quien pueda, todo el mundo a engañar.
¿Qué puede haber detrás de la mentira? Cobardía, una de las formas más rastreras de cobardía, la más asquerosa. El miedo a hacer frente a nuestras acciones o la ausencia de ellas lleva hacia el terreno cenagoso de la mentira, porque se miente cuando no se es capaz de enfrentar lo que el espejo devuelve. La debilidad del mentiroso es lo difícil de digerir. Su incapacidad para responsabilizarse de sus actos.
No hay blancos absolutos o negros absolutos, supongo que no todo el mundo miente pero hoy, justo hoy, otro ladrillo se me cae.

martes, 27 de noviembre de 2018

Escuchar y callar


A veces la música conecta con necesidades. Unas veces potencia sentimientos de tal modo que, una vez han sido amplificados,  no queda más remedio que enfrentarse a ellos. Otras veces es reparadora y alivia los grises.
Más allá de la terapéutica, la música deja al descubierto zonas desconocidas de la anatomía sentimental, partes que ni se sabían. Es capaz de arrojar luz sobre los angulosos  huecos de la identidad de quien la escucha. ¿Por qué esa pieza? ¿Qué contaba el compositor? ¿Qué necesitamos escuchar?. 
Un oboe se hace camino entre el resto de instrumentos, muy despacio. Y sin saber muy bien cómo, un extraño diálogo se establece entre quien escucha y quien interpreta. Así la soledad parece menor, a ratos hasta se olvida. Alguien ha leído por dentro y ha sabido traducirlo sobre una partitura.
Siempre he envidiado a quien podía expresarse con notas musicales o con la pintura y el dibujo. Las palabras, aún sin quererlo, obligan a dotar de orden lo que se quiere decir, hasta la poesía está encorsetada en ciertas formas de racionalidad. Nombrar es representar.
El río de luz de Frederic Edwin Church.
Fuente: Wikipedia 
No me extraña que Schopenhauer pusiera a la música en la cúspide de las artes. Su capacidad expresiva es infinitamente superior a la palabra, es capaz de atrapar la propia esencia de la Voluntad.
 Parafraseando a Wittgenstein, quizá debamos callar acerca de lo que no se puede hablar, pero ello no significa que no exista. De hecho, para Wittgenstein aquello de lo que no habló era lo más importante.
Es una suerte que exista la música para poder conectar de algún modo con ello.

(Escuchando la Sinfonía n.º 9 en mi menor, Op. 95 [Sinfonía del Nuevo Mundo] de Antonín Dvořák)

viernes, 23 de noviembre de 2018

Après la pluie. Un día de examen.


Me detengo en sus rostros concentrados, sin una mancha, sin una marca ni una arruga. La luz cae suavemente sobre sus cabezas inclinadas hacia el papel. Abstraídos del mundo. La lluvia continúa y todo es más triste, más tranquilo.
Parece que el porvenir brillase en sus rostros. 
Los observo con detenimiento. Disfruto de ese momento mágico de completo silencio. Los veo pelearse con las preguntas, con determinación. La vida fluye con tantísima energía que no sé cuándo y cómo se va la adolescencia. Sobre todo, cómo.
Son primavera imparable en mitad del otoño. Creo que aquí dentro ya no queda ni un eco de eso.
Fijo de nuevo la mirada en esa luz que los baña. El futuro es suyo, el presente está preñado de todas las vidas posibles, todas aún por vivir. Y guardados en el fondo de su inmadurez, aguardan sus proyectos a que las experiencias presentes los vayan perfilando. Imagino sus vidas venideras, imagino qué pensarán cuando pasen los años y todo esto sea un pequeño paso en un largo recorrido.
Nosotros, anclados en el día de la marmota, repetimos la tarea de Sísifo día tras día. Los días se diluyen. Ellos siempre tienen los mismos rostros, pero nuestro espejo dice otra cosa.
Quizá sea la ignorancia lo que echo de menos, esos días en los que no me interesaba entender a los poetas al hablar del carpe diem. Hoy estoy tan cansada que me encantarían que me extirpasen la conciencia. No resisto el sinsentido. 
Ha pasado, todo ha pasado, nada era verdaderamente tan importante. ¿Era necesario sufrir? Las metas, las emociones tan intensas, las angustias. Nada era  tan importante. Los relatos inventados ahora figuran como lo que son realmente, interpretaciones transitorias para poder andar. El ser humano es asombroso.
Vuelvo a sus rostros, esconden al yo que saldrá y que les irá profundizando la mirada, surcando la piel. Imaginan vidas. ¿Qué quedará de todo eso? Qué ha quedado de todo eso.
Buceo ante la imperiosa necesidad de seguir andando. Me vuelvo a preguntar qué queda de todo eso. Acuden a raudales sensaciones dormidas en la garganta. ¿Qué queda de todo eso? Vuelve la pregunta martilleante una y otra vez: ¿qué queda? Ante la nada, ante el vacío, ante el absurdo, ante la angustia, queda la intensidad de la pregunta y la persistente duda que aguijonea hoy de una manera diferente a como aguijoneaba entonces. Queda el asombro.
Necesito pensar que después de la fugaz primavera quizá habite en nosotros un “verano invencible”.
Levanto la mirada. Ha dejado de llover.

viernes, 16 de noviembre de 2018

El hastío y el día mundial de la Filosofía


Es posible que solo sea la rutina o quizá el cansancio, pero a veces agota el bregar con intentar comprender este mundo. Es tal la sensación de estar velada por varias capas de apariencia, que difícilmente se pueden soportar los discursos que se desarrollan en las capas más superficiales.  Hastío, esa es la palabra.
Si nada hay ya en el margen, si todo es un producto susceptible de venderse y comprarse, entonces vivimos en una especie de Hotel California, “podemos pagar la cuenta cuando queramos, pero nunca podremos escapar”. Nada tiene sentido. No sé muy bien desde donde pelear. Quizá buscando tras las palabras aquellos sitios desde donde se construyen los mensajes. Mirando con esmero detrás de varias manos de barniz. Es posible que hacer Filosofía hoy sea un trabajo similar al de acuchillar el parqué. Empeñarse con fuerza en levantar la capa brillante que cubre el piso.
Les raboteurs de parquet. Gustave Caillebotte 

La cuestión es que si no hay margen, entonces no hay crítica real. La crítica solo se puede establecer desde lejos. Pero es que no hay nadie con voz que viva fuera del mundo que hemos creado. Quien vive fuera, o muere pronto o no es escuchado. Una vez escuchado, se convierte en producto. Me parece aterrador y claustrofóbico. Nada es real y lo que lo es, no existe.
Los mensajes van perdiendo su fuerza transformadora a base de ser convertidos en un eslogan publicitario. Nosotros mismos perdemos autenticidad cuando nos convertimos en publicidad de lo que nos gustaría ser. La ideología se entremezcla con la más absoluta de las ignorancias en un mundo donde apenas hay tiempo para poder asimilar la enorme cantidad de información.  Ideología, interés e ignorancia, esa es la mezcla que combina nuestros actos.
Y así se acaba malgastando la energía en iniciativas que finalmente serán productos: el feminismo reducido a camisetas, la solidaridad a vídeos virales, la tolerancia al marketing, la política al ejercicio del poder.
Ayer fue el día mundial de la Filosofía, fui a un Café Filosófico organizado por la Sociedad Aragonesa de Filosofía donde se habló de un mundo sin Filosofía (acaso nuestro mundo hoy, decía uno de los invitados, Ismael Grasa).
El autor del blog Cajón de lo pensado hizo una pregunta interesante. Vino a decir que la razón ya no convence, quizá porque no mueve los afectos cuando son precisamente los afectos los únicos capaces de mover a las personas.  En este sentido ¿cuál debería ser el papel de la Filosofía en nuestro mundo?
De camino a casa fui pensando a ratos en la pregunta:  afecto ¿hacia quién? ¿hacia qué?, hacia una realidad que no asimilamos, hacia una sociedad que no percibimos? ¿hacia una comunidad que no tenemos?. Creo que en realidad somos individuos atomizados, agobiados, aislados, con vidas enajenadas. ¿Somos una sociedad? ¿Hasta qué punto nos pertenece nuestra vida? ¿Hasta qué punto nos pertenecemos? ¿Cómo vamos a convencer mediante el afecto en un mundo en el que la apariencia ha usurpado el puesto de la realidad? ¿Qué afecto sentir cuando hay gravísimos problemas de identidad, de compromiso? ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué necesito? ¿Cuál es mi comunidad? ¿Cuál es mi vínculo con ella?
Es difícil convencer mediante la razón porque solo el sentimiento convence y mueve, conmueve. Pero primero debe haber una percepción clara de cuál es nuestro puesto en el mundo y cuáles son nuestras capacidades. Es imprescindible tomar conciencia de nuestra valía como humanos, como sociedad, como comunidad, como vecindario. Desvelar.
No obstante es complicado tomar conciencia de nuestra valía como humanos una vez hemos llegado a percibir que nada de lo que podamos hacer vale la pena. Y no digo que no valga, no digo que no podamos, digo que somos una sociedad deprimida, con una enorme sensación de impotencia y sin conciencia de formar una sociedad (sociedad entendida como algo más que la mera suma de personas). Cómo hacer sentir cuando se vive en la apatía.
Una amiga me enseñó un término:  indefensión aprendida, es decir, la pasividad de un sujeto por evitar el dolor cuando ha aprendido que nada de lo que haga realmente vale la pena para evitarlo. Sea esto real o no, creo que como sociedad adolecemos de la conciencia de serlo y de la conciencia acerca de nuestra capacidad transformadora de la realidad.
La indefensión aprendida se extiende incluso a la sensación de no ser capaces de comprender por qué suceden las cosas y acaso, qué es lo que sucede. Sería como una especie de indefensión cognitiva. Es decir, la incapacidad para poder entender y por tanto la renuncia a intentarlo.
Sería bonito poder vencer juntos alguna vez. Destronar a la posverdad, creer en algo, aunque fuera pequeño. Ver con nuestros ojos  que hemos sido capaces de hacer algo juntos y que hay cosas que son verdad: que el respeto es imprescindible, que nos necesitamos.
No sé muy bien qué papel podría cumplir la Filosofía a ese respecto, quizá pudiera crear un margen o mantenerse en él. Quizá debiera ser un espejo, o acuchillar el parqué. Sin conciencia no hay afecto y sin afectos no hay cambio.
Lo único que sé es que hoy esta caverna me parece más oscura y más fría que nunca.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Destierro


Intimidad perdida, desterrada.
Un bosque talado al desamparo de la vertical luz del mediodía. Perdida entre mil luces artificiales, risas, humos, vaivenes de personas innominadas. Caos de caras ausentes y virtuales me desalojan de mí. Radicalmente. Me alejan del abrigo íntimo de mi silencio.
Vida expuesta. Cuerpos frágiles se anhelan desnudos en una tierra yerma de cercanía e hipertrofiada de proximidad. Qué paradoja, nunca nos había dejado tan solos el contacto. Nos buscamos tanto que apenas queda el espacio necesario para saber quiénes somos realmente. Nos herimos ciegos de soledad.
Poco a poco se nos olvida cuál era nuestro verdadero nombre. Dónde habitábamos hace no tanto tiempo. Cómo olía nuestro hogar.
Semillas diminutas a los pies buscan afanosamente el agua, la tierra. Una canción, un momento sin miedo, la recién descubierta sensación de frío, algo que preferimos callar.
Añoranza del bosque, el que daba asilo en mitad de la incertidumbre. Añoranza de su sonido uterino, la respiración cuando los oídos están sumergidos en agua. La soledad, la calma, el abrigo cálido del propio arrullo.
El bosque.


Fuente: Wikipedia
Autor: Basotxerri

viernes, 19 de octubre de 2018

Esperanza

Fuente: Wikimedia Commons
Illustration by John Bauer
Ignorar el hecho de no poseer alas. Un instante. El vuelo de las grullas.
 Niels Holgersson se esconde diminuto en algún momento de la infancia olvidada. La gratitud se abre paso a través de la garganta porque el sonido de las grullas lo ha despertado de su rincón.
Ahora parece posible atravesar Europa a lomos de un ganso. Es una efímera  píldora de luz que
sobrevive a la tristeza.
Las grullas atraviesan el cielo.
Poco a poco, como si se echara la noche más oscura, la luz se va apagando con los últimos sonidos.  Las grullas se han marchado y de nuevo no le han llevado con ellas.
Niels Holgersson vuelve a dormir cálido al abrigo de la desesperanza. 
Sabe que las grullas volverán a por él.


lunes, 10 de septiembre de 2018

La libertad de un pueblo

La necesidad escribe esto.

La libertad de un pueblo.  Así acababa la conversación  y ambos teníamos un nudo en la garganta. Asistir a la extinción de una comunidad y de una cultura no es algo que te enseñen en el colegio. No estamos preparados para desaparecer, sino para vivir eternamente.  Heidegger hablaba de la conciencia de la muerte como clave para la vida auténtica.  Pocas veces se tiene.
Cuando  leí Puerca tierra pensé que la cosa me pillaba como vecina acogida en mi nuevo pueblo, eso no es ni muy cerca ni muy lejos. La distinción etic-emic no deja de ser forzada, nunca se está del todo fuera o dentro al estudiar una cultura. Como antropóloga nómada y como ser humano que soy, he necesitado echar raíces. Las raíces y la ausencia de ellas  un tema recurrente en este blog. Si la tierra es favorable a la planta, aunque ésta venga de fuera, prenderá y crecerá. Yo he madurado en una tierra diferente a la mía. La quiero porque me ha acogido, me ha cuidado y me ha enseñado tal y como hacen las madres. Así que estoy lo suficientemente lejos para entender y lo suficientemente cerca para sufrir por su muerte. Esto de lo que escribo hoy es una cuestión personal (¿y qué no lo es?).
Cuando leía Puerca tierra lo veía con distancia, cuando hace años me leí La lluvia amarilla, lo veía a mil años luz de mi. Me gustaba su estilo poético, me gustaban sus frases cortas, la dureza de su prosa y la fragilidad que emanaba. Me cautivó, pero fuera de lo meramente literario, no tocó nada más dentro de mí. Hoy soy incapaz de volver a leerlo, no tengo arrestos para enfrentarme a la verdad que denuncia. El mundo rural desaparece.
En esos dos libros hay personajes que bien podrían ser gente que he conocido. Hombres y mujeres libres  de los que podré hablar dentro de algún tiempo. Aún estoy demasiado cerca.
Y es que hay seres libres por dentro. Hay personas que nunca se podrán dejar atar. Pienso en ellos y en ellas y  me conmueve en lo más hondo ese profundo arraigo de la libertad en ellos. Me conmueve como ninguna otra cosa en el mundo. Son tan libres, que este modo de producción capitalista de mierda no es más que un eco lejano en ellos.
Hay seres libres pero son una especie en extinción. Su existencia en el mundo es una bella rareza. Amo profundamente la libertad en ellos, amo la pertinaz resistencia de sus alas, amo su forma de vida y sé que nunca podré tocar la firmeza con la que viven. No soy ni capaz de escribir bien sobre ello.
¿Formas de vidas alternativas en este nuestro globalizado mundo occidental?. Las formas alternativas también pasan por caja. ¿Creíamos poder ser diferentes? La diferencia también se compra, también tiene marca de vaqueros y una palabra en inglés que la define. Las verdaderas formas de vida alternativas están siendo aniquiladas con la peor de las muertes posibles: la indiferencia, la humillación, la invisibilización.
No puedo entrar en detalles de lo que me lleva a esta reflexión porque pertenece a la vida privada de una persona.
Pero necesito escribir esto porque alguien hoy no se ha dejado atar a cuatro paredes y ha sido la expresión más bella y triste de esa necesidad ontológica de libertad. Aún quedan personas que no doblegan su alma a ninguna cadena y a ningún barrote. Un pueblo firme y resistente que siempre siguió adelante por muy pesada que fuera la carga.
Hay personas que prefieren morir antes de que las encierren  y les den de comer somníferos. Hay personas que entre la vida y la libertad tienen muy clara la elección. Personas que son espejismos de otro tiempo que ya no tiene cabida en este mundo de mierda.

Personas que son el reflejo efímero e inasible de la libertad de un pueblo.



domingo, 9 de septiembre de 2018

El Este

No me acostumbro a conducir dejando atrás el sol de poniente, entrar como de golpe en la noche más oscura.
No soporto no ver morir el día mientras sumo kilómetros en la carretera.
Voy buceando en la tristeza azul del atardecer en el Este e intento no mirar atrás, conformarme con la visión del sol crepuscular prendiendo el color intenso de esta nueva tierra.
Es casi apocalíptico: montañas rojas, más rojas aún por el reflejo del ocaso; montañas recortadas frente la tormenta y a la noche que va abriendo la boca.
Como Edith, la mujer de Lot, no logró contener la vista y no mirar atrás. La noche me pesa tanto, que temo que quizá sea tarde y algo dentro se haya convertido ya en estatua de sal para siempre.

jueves, 30 de agosto de 2018

Las Médulas y la Aletheia. Una pequeña reflexión filosófica sobre Las Médulas.

- Me pregunto qué opinaría sobre esto Heidegger- Dije cuando ya nos íbamos de mirador de Orellán.
- ¿Por qué lo dices?-preguntó C.
- Bueno, ayer estuve leyendo un libro, “Caminos de bosque”, donde hablaba del ser de la obra de arte y para ello comenzaba hablando de la diferencia con los utensilios- Comencé a explicar. Él decía que los utensilios se definen por su fiabilidad. Además, en los utensilios la materia desaparece hasta ser utensilio:

“El utensilio toma a su servicio aquello en lo que él consiste: la materia. A la hora de fabricar un utensilio, por ejemplo, un hacha, se usa y se gasta piedra. La piedra desaparece en la utilidad” [1]
Esto no sucede en las obras de arte, donde según dice Heidegger, la materia de la obra se hace patente.
“Por el contrario (…) la obra-templo  no permite que desaparezca el material  (…) Todo empieza a destacar desde el momento en que la obra se refugia en la masa y peso de la piedra, en la firmeza y flexibilidad de la madera, en la dureza y brillo del metal, en la luminosidad y oscuridad del color, en el timbre del sonido, en el poder nominal de la palabra.
Así que, a medio entender a Heidegger y embobada en la contemplación de las Médulas, me puse a pensar qué categoría estética sería ese paisaje terriblemente devastado por el ser humano.
Las médulas son los restos de montes que dejaron los romanos, tras demolerlos por el método del ruina montium (http://museovirtual.csic.es/salas/paisajes/medulas/ruina_med.htm) para extraer el oro. Ahora son un paisaje un tanto peculiar e impactante, entre otras cosas, por los colores rojos de la tierra y el verde brillante intenso de los castaños.
A lo largo del tiempo se calcula que pudieron extraer unos 4500 o 5000 kilos de oro.
Volviendo a Heidegger  la materia en este caso la constituía el ser del paisaje. No desaparecía en su utilidad. No ahora.
C., que es una persona mucho más reposada que yo en sus reflexiones, me preguntó:
- ¿Considerarías que esto es una obra de arte?
- Claramente no, porque el resultado, su belleza, no responde a una primera intención ni a un solo actor. Es un paisaje. Es bello quizá porque los árboles y plantas han ido creando una cicatriz bonita en una herida terrible. Pero si me lo preguntas es porque tu no lo consideras bello, ¿No?.
- Yo no pienso en la belleza, pienso en cómo lograron hacer semejante desastre en este entorno. También pienso en cómo los romanos les cambiaron la vida a las personas que vivían aquí.
En este punto hago un pequeño apunte. Las reflexiones de Celso siempre acaban en la vertiente social, política y más concreta, es decir, tocando tierra. Las mías comienzan a derivar hacia cuestiones cada vez más generales y abstractas, dicho de otro modo, levantando el vuelo.
Me quedé bastante sorprendida, porque lo único en lo que había reparado hasta el momento era en la extraña belleza de ese paisaje, en los colores, en la forma de montañas imposibles y frágiles, me parecían como montañas de encaje.
Celso siguió hablando de que, salvando las distancias, sería similar a lo que harían con nuestra comarca si decidieran hacer la mina de oro que tenían planeada.
Así que inmediatamente enlacé con el artículo de mi amigo David Porcel, que os recomiendo encarecidamente que leáis. https://papiro.unizar.es/ojs/index.php/analisis/article/view/1577
En él insta a un replanteamiento de las reflexiones que se han dado sobre la relación del ser humano y la técnica. Entendiendo que, en dicha reflexión, quizá también fuera necesario no solamente atender como hasta ahora a medios y fines, sino a una ética que comprendiera la capacidad transformadora de la técnica.
Así que, aquella soberbia visión de las Médulas, cobraba nuevas dimensiones por momentos.
Las médulas eran el resultado patentísimo de la acción de la técnica sobre el medio. Según Heidegger en su libro La pregunta por la técnica, se pregunta por el ser de la técnica. Por ello considera que, decir que ésta es un medio para unos fines es insuficiente. Hay que ir a la causa. La técnica –entendida ésta en el sentido tradicional- es un desocultamiento (para Heidegger la verdad es un desvelamiento, un desocultamiento). Me parecía que esas minas eran la metáfora perfecta del desocultamiento del que hablaba Heidegger.
Así que, algo empujada por las reflexiones de Celso y a la luz del artículo de David, reflexioné ya de camino al restaurante sobre dos cuestiones:
-          La primera, cómo la aplicación de una técnica pudo transformar el paisaje y la vida de las personas que habitaban allí. Hasta tal punto, que su mundo fue completamente otro. El “desocultamiento” del que hablaba  Heidegger ahora tenía un sentido nuevo para mí. ¿Qué desocultaba?, la importancia del oro, la insignificancia de la vida humana, lo efímero de nuestra existencia, la propia existencia como un estar arrojados y como un hacerse.
Me acordé de ese capítulo de Los viajes de Guilliver, en el que los hombres trabajaban sin descanso sacando diamantes, ante la mirada estupefacta de los caballos (seres más inteligentes) que no sabían muy bien de dónde procedía ese ansia humana. El oro era poder, poder ¿para? ¿por qué?. En cualquier caso, poder que tiene sentido en un cierto  universo de significados.
-          La segunda reflexión  trataba sobre una cuestión de antropología cultural, pero se sale mucho del tema.
Mi duda inicial seguía sin resolverse, supongo que en cierta manera porque nunca he terminado de comprender muy bien a Heidegger (mucho a mi pesar), ya que  me parece que escribe en “términos más bien poéticos”. ¿Qué opinaría Heidegger de las Médulas?
Por la noche, ya en casa, volví a abrir el libro en busca de respuestas. Leí:
“Pero el templo y su recinto no se pierden flotando en lo indefinido. Por el contrario, la obra-templo es la que articula y reúne a su alrededor la unidad de todas esas vías y relaciones en las que nacimiento y muerte, desgracia y dicha, victoria y derrota, permanencia y destrucción, conquistan para el ser humano la figura de su destino. La reinante amplitud de estas relaciones abiertas es el mundo de este pueblo histórico; sólo a partir de ella y en ella vuelve a encontrarse a sí mismo para cumplir su destino”.
¿No encerraban las Médulas acaso esas relaciones? ¿No desvelaban el ser?, ¿No era una especie de obra-tempo? Seguí leyendo:
“En eso que surge, la tierra se presenta como aquello que acoge. La obra templo, ahí alzada, abre un mundo y al mismo tiempo lo vuelve a situar sobre la tierra” (…) “La obra le permite a la tierra ser tierra”.
Por lo que me parece entender, Heidegger entiende que la obra de arte es un combate entre el  Mundo y la Tierra: “La verdad, en tanto que dicho combate entre mundo y tierra, quiere establecerse en la obra”.
 Por “mundo” parece entender el conjunto de relaciones y decisiones, de creaciones humanas: “un mundo es lo inobjetivo a lo que estamos sometidos mientras las vías del nacimiento y la muerte, la bendición y la maldición nos mantengan arrobados en el ser. Donde se toman las decisiones más esenciales de nuestra historia (…) La piedra carece de mundo. Las plantas y animales tampoco tienen mundo, pero forman parte del velado flujo de un entorno en el que tienen su lugar. Por el contrario, la campesina tiene un mundo, porque mora en la apertura de lo ente.”
Las Médulas me parecían una especie de epifenómeno de esa lucha entre Mundo y Tierra, precisamente por ser la huella de la mano del ser humano y su Mundo y reconquistado de nuevo por la vegetación.
¿Es obra?
Es la huella inequívoca del ser-ahí.






[1] HEIDEGGER, M., Caminos de bosque. Ed. Alianza. Madrid 2010.

lunes, 13 de agosto de 2018

ASÚN. EL PRIMER INVIERNO


Cada mañana de este verano va acompañada de una dolorosa rutina: me levanto y me asomo por la ventana para mirar como Asún sale a dar de comer a los gatos; pero cada mañana de este verano me doy contra la misma pared: Asún murió este año y con ella ha muerto una parte esencial de mi vida en San Martín. Da igual cuántas veces mire por la ventana, eso no va a cambiar.
El otro día apenas pude soportar ir al cementerio sin que se me hiciera un nudo inmenso en la garganta. Estaba allí pero ya se había marchado. Para siempre. La muerte como reflexión es sencilla; la muerte, como desaparición de un afecto recíproco, duele. A veces la racionalización es completamente inútil, hoy no necesito clases magistrales del señor Feuerbach sobre La muerte y la inmortalidad.
Asún ha muerto y es necesario que asuma que jamás nos volveremos a tomar juntas un café. Hace diez años me pidió encarecidamente que nunca me despidiera de ella para siempre. Me dijo que si alguna vez me iba de San Martín, no le dijera adiós  porque ya llevaba demasiadas despedidas en su vida y, sabiendo que nunca me despediría, se hacía la ficción de que jamás llegaría ese momento, el de la despedida.
Y sin embargo, ese momento ha llegado. Ambas mantuvimos la palabra, jamás nos despedimos, pero nunca volveremos a tomar café juntas. Nunca.
Para entender la importancia que tiene su muerte es preciso entender aquel primer invierno. La distancia que me da trabajar en Aragón hace posible que ya pueda escribir de este mi  pueblo blanco. Tengo que retrotraerme a Madrid, a Vallekas, a la Biblioteca de Miguel Hernández, donde las grandes cosas (las buenas y las malas) de mi vida han tenido su semillero.
Una llamada de teléfono al salir de la biblioteca. Una sustitución de cinco meses en Fonsagrada. “¿La aceptas?”.Venía el autobús, lo dejé pasar. “Sí, la acepto. Pero vivo en Madrid, ¿podría incorporarme el lunes?”. “¡En Madrid!, claro mujer, tienes un día más. Efectivamente, veo aquí una dirección de Madrid. Vale, te pongo para el lunes”.
Volví a la Biblioteca para mirar un mapa y saber dónde quedaba Fonsagrada (no, niños y niñas, no existía google maps) Después llamé a una amiga que hice en Chantada y le pregunté por mi nuevo destino. La conversación fue muy breve porque Isabel no podía hablar en ese momento, lo que sí hizo fue reírse: “Te lo pasarás bien, esa zona es de montaña. Recuerda llevar ropa de abrigo, en Fonsagrada nieva”.
Con esa información hice la maleta al llegar a casa y reservé una habitación en el Hotel  Cantábrico. Fue todo tan rápido que apenas dio tiempo a pensar. Ensillé el Peugeot y al día siguiente ya iba de camino.
El año anterior había trabajado en Padrón, en Chantada y en Vimianzo, fue mi primer año en Galicia. Hice una amiga en Padrón que era de un pueblo cercano a Fonsagrada, Baralla. A ella también le dio la risa al enterarse de que me mandaban a Fonsagrada. Yo iba con un mosqueo considerable, no sabía si me habían mandado a la montaña de Lugo o a Alaska en pleno invierno.
Mi amiga de Baralla me dijo que la gente de la montaña era bastante especial, en concreto la gente de Fonsagrada. Me habló de la Movida de Fonsagrada, algo que sucedió a principios de los años noventa. Verdaderamente eso sí que es una historia que merece ser contada en otra ocasión. Lo que pone en los periódicos es que fueron movilizaciones vecinales, pero María José me habló de una auténtica Revolución rusa. Me dijo que estaba de enhorabuena porque la carretera llevaba poco tiempo arreglada.
Con esos datos (literalmente era todo cuanto sabía) llegué a Fonsagrada después de ir imaginando cómo sería la antigua carretera de Fonsagrada y la gente bolchevique de mi nuevo destino. Para los que no lo sepan, Fonsagrada está en la cima de una montaña, en la mismísima cima; “a fin de cuentas”, pensé, “algo bolchevique hay que ser para encaramar un pueblo en la cima de una montaña”.
El paisaje y las vistas iban siendo cada vez más impresionantes y me tranquilizó pensar que, al margen de cómo fuera el trabajo, en un sitio tan bonito no podría estar mal. No obstante, gracias a la navegación mental fui abandonando la navegación material y al entrar en Fonsagrada o bien no vi el cartel con el nombre del pueblo o bien lo vi y no me pareció suficientemente grande como para ser Fonsagrada, estuve a punto de pasarlo de largo.
Paré el coche en una parte donde se ven los Ancares. Era una tarde despejada y soleada de octubre; me había perdido un concierto de Van Morrison por ir allí y las vistas le hacían sombra hasta a la voz de mi admirado Cowboy de Belfast. De nuevo pensé que sería difícil amargarme esos cinco meses con semejantes vistas.
Sé que antes he dicho que el pueblo me parecía pequeño, en efecto lo es, lo cual no impidió que me perdiera buscando el Hostal. Llegué al bar Galicia y allí me indicaron. Creo que estaban asombrados de que me hubiera perdido.
Llegué al hostal cansada, perdida, confusa y asustada, muy asustada. ¿Cómo sería el instituto? ¿Cómo sería la gente? ¿Cómo sería la chavalada? ¿Dónde puñetas iba a cenar? Al entrar al Cantábrico una corriente de paz me atravesó las dudas. Filo, la mujer más dulce del mundo, estaba haciendo encaje de bolillos y me acogió con una sonrisa. Luego me enseñó la habitación y me dijo que había más profesores en el hostal (Marta y Leandro), me tranquilizó y me trató tan bien, que de nuevo pensé que mucho se tendrían que torcer las cosas para estar mal allí.
Hay un sentimiento que acompaña siempre que se trabaja en una tierra que no es la propia y no se  tiene familia allí: una especie de desamparo radical, de destierro o exilio. Se está a la intemperie, con la alerta y los mecanismos de adaptación trabajando constantemente. Las primeras noches se pasan pensando qué pinta una tan lejos de casa y qué hace una chica como tú en un sitio como este. Esa sensación, al menos en mi caso, no ha solido ser nunca muy duradera, quizá no la he dejado germinar por pura supervivencia. No obstante, esa noche  algo lloré. El desamparo es frío.
Llegó el lunes, la hora de la verdad. Madrugué y de camino al instituto vi uno de los espectáculos que más me han sobrecogido siempre en Fonsagrada: al fondo los Ancares y extendiéndose a mi derecha una especie de lago de niebla bañado con una luz increíble. Fue entonces cuando conocí al que sería mi pueblo; buceaba bajo ese mar.
No entraré en detalles sobre el instituto (merece episodio aparte), del cual guardo el mejor de mis recuerdos. Solo decir que gracias a Raquel, una compañera de Marín, me enteré de que alquilaban una casa en San Martín y, por lo que me contó, era justo lo que había soñado: una casa en un pueblo. Después de ver la casa y el pueblo lo tenía tan claro que no hubo presión posible que evitara que viviera allí, y los aseguro que hubo unas cuantas. Bien mirado era joven, mujer y madrileña, un buen cóctel para que no les pareciera la persona más idónea para vivir sola allí.
Me fui a vivir a San Martín después de pasar el puente de Noviembre en Madrid. Llegué de noche a Fonsagrada y como la prudencia es una gran virtud (ya lo decía Aristóteles, la mejor de todas) me quedé a dormir en el Cantábrico porque me asustaba la carretera. Filo me ofreció la habitación más grande del hotel para que pasara allí los cinco meses. No os lo he contado, pero había sido la habitación de Ornella Muti, que estuvo allí rodando una película (“Tierra de Fuego”). Era tentador, la habitación era verdaderamente espectacular, pero la decisión estaba tomada de manera irrevocable.
Cuando llegué a San Martín llovía suavemente, era por la tarde y casi añochecía. No sabría decir qué tenía en mayor cantidad, si miedo o alegría o una mezcla explosiva de ambas. El caso es que el que primer habitante que vino a recibirme fue Miro, o can do Seco, una especie de pastor belga perezoso. Estaba tan asustada (ahora el sentimiento era claro) que creo recordar que le dije que me alegraba mucho la visita, pero tenía demasiado miedo. El perro me miró con incredulidad  y se fue. Así que, por motivos evidentes le bauticé Sirius Black.
Me encantaría decir que no tenía miedo, pero el caso es que sí. La casa donde iba a dormir estaba en una aldea de unos 30 habitantes, sin bar, sin tienda y la ¿calle? donde estaba no tenía luz. Dentro de la cocina la dueña de la casa me había dejado una cesta con leña, pastillas para encender el fuego y unas patatas. Honestamente, con las patatas tenía claro lo que iba a hacer, pero lo de encender el fuego no era tarea fácil. Lo logré encender después de gastar casi toda la caja de cerillas y pastillas.
Antes de seguir el relato, es importante hacer un pequeño paréntesis para hablar de la primera lección de protocolo que recibí. El sábado del primer fin de semana en Fonsagrada tuve que ir a dormir a Chantada porque el Cantábrico tenía todas las habitaciones ocupadas. Isabel, mi amiga de Chantada me aportó información valiosa para vivir en una aldea. Me dijo que era fundamental que saludara a todo el mundo y tuviera alguna palabra con los vecinos, por ejemplo, hablar del tiempo, de cuándo iba el pan o el pescado. También me dijo que probablemente alguna vecina fuera a visitarme para conocerme; en tal caso, sería interesante dejarle pasar hasta la cocina e invitarle a un café. Añadió que si veía a alguien del pueblo por la carretera lo normal era ofrecerle ir en coche, en caso de que yo fuera conduciendo (eso me trajo una anécdota graciosa con El Paisa alguna semana más tarde). Acepté los consejos de buen grado.
A eso de las nueve de la noche alguien llamó a mi puerta, era Asún. Una pequeñísima mujer de unos ochenta años, rubia y con mandil de cuadros. Un tiempo más tarde entendí que era algo excepcional, ella salía muy poco de casa y nunca a esas horas. Se presentó, me dijo su nombre y me regaló una docena de huevos y un bizcocho casero. Así que puse en marcha el protocolo de Isabel. La dejé pasar hasta la cocina, le ofrecí un café y le pregunté qué día iba el pan. Me dijo que había venido a quitarme el miedo y a darme la bienvenida y (esto lo digo yo) a darme las normas básicas de convivencia. Me explicó que San Martín era un pueblo tranquilo donde todos los vecinos eran una gran familia, con sus problemas pero unidos. El respeto y la ayuda mutua eran muy importantes. Me dijo esa noche y me demostró a lo largo de los años, que nadie se metía en la vida de nadie, pero había que entender que mantener la buena convivencia era fundamental.
No estuvo mucho rato, lo suficiente para dejarme claro el mensaje, que no tuviera miedo, que se alegraba enormemente de tener a alguien joven viviendo a su lado, que no rompiera la convivencia y que podía contar con ella. Me invitó a ir algún día a su casa a tomar café.
La decisión y la fuerza de esa diminuta mujer me dejaron casi sin palabras y lo más importante, me quitaron el miedo. Entendí que vivir en un pueblo quizá no era solo vivir en un pueblo, así como que el respeto a la vida privada no era el equivalente al anonimato urbano. Había pasado a formar parte de una familia de la que me tendría que ganar la confianza y el cariño.
La echo tanto de menos… Hasta ahora solo había llorado unas lágrimas cuando me enteré de su muerte, pero voy a romper el silencio escribiendo esto en un autocar, casualidades quieren que en la música del Alsa Supra tengan un disco de Van Morrison. El Moondance fue mi banda sonora esos cinco meses. Mientras escribo esto vuelve a sonar.
Mi vecina estaba en las antípodas respecto a mi pensamiento político, en cualquier otro contexto eso hubiera supuesto un problema. Pero yo conocí a la vecina, a la que me enseñó a hacer empanada y a hilar, a hacer jerseys con manga japonesa, a hacer bizcocho sin levadura. Una mujer inteligente y culta que vino esa noche y logró quitarme el miedo con palabras y bizcocho de yogur.
La leña crepitaba en medio de un silencio casi absoluto. No pegué ojo en toda la noche. Ahí comenzaba el primer invierno. Nada volvería a ser igual, pero poco o nada sabía yo aquella noche de hasta qué punto todo iba a cambiar.
Ahora miro a la acuarela que nos dejó como regalo este invierno Carmen, nuestra amiga farera. Lo dibujó en enero. En ella se ve la casa de Asún y el humo de la chimenea. Me gusta pensar que en esa acuarela aún está ella sentada en la cocina cerca del tiro probablemente tomando café.

lunes, 30 de julio de 2018

Mensaje en una botella


Comienza McLuhan su libro Understanding the Media con un capítulo titulado“el medio es el mensaje”, donde desarrolla esta idea de modo poco lineal, más bien con un estilo aforístico. Quizá el punto de más claro donde lo explica es en este fragmento:
“El cubismo, al rendir en dos dimensiones todo lo de dentro, fuera, arriba, abajo, delante, detrás y todo lo demás, abandona la ilusión de la perspectiva por una percepción sensorial instantánea del conjunto. El cubismo, al capturar la percepción instantánea y total, anunció de repente que el medio es el mensaje”

Con esto podemos pensar que McLuhan entiende como mensaje en sí mismo la forma en la que el propio mensaje se expresa.
En otro artículo Mith and Mass media (1959) dice que: el “lenguaje influye en el carácter de lo pensado, sentido o dicho” (tesis que recuerda mucho a la de Saphir- Worf acerca del relativismo lingüístico (1940)). Dicho de manera más clara: la lengua materna influye (o determina, según la interpretación que se haga) el modo en que pensamos, sentimos y conceptualizamos. A modo de ampliación  de la tesis anterior diríamos que la propia estructura en la que va inserta el mensaje, determina el mensaje. Por tanto, constituiría otra fuente de información. 
“El efecto y el mensaje de los medios es su forma”, es decir la forma en que se da el mensaje afecta tanto como el contenido del propio mensaje.
Según repensaba ejemplos para poder entender esta idea, me acordaba de lo que decía Umberto Eco acerca de la “máquina del fango”, en el contexto de la reflexión sobre de los medios de comunicación y su paulatino "enfangamiento".
Aquí están ods enlaces donde lo explica.

https://www.dailymotion.com/video/x3qv7l9 (Aquí el vídeo completo)

Por ejemplo, dos noticias diferentes contadas una después de la otra (pongamos un caso hipotético, una noticia sobre Podemos y acto seguido otra sobre Venezuela). Un pequeño detalle que se deja entrever, no tiene mayor importancia pero se formula con cierto aire de misterio.
En este sentido cabe pensar que  aquello que constituye el mensaje, no es lo que de hecho de dice, sino la forma de contarlo.
En  Understanding the media McLuhan hace un análisis de los medios de comunicación y a lo largo del libro se hace inevitable repensar el contexto tecnológico  en que lo escribió. Éste difiere tanto del actual, que de algún modo sorprenden sus consideraciones al respecto. No obstante, ese estilo que mencionaba antes puede influir en la percepción de la obra en términos proféticos.
En cualquier caso, ahora es muy sencillo repensar este libro al hilo de las redes sociales e Internet. Su tesis se hace mucho más comprensible y gracias a su lectura, podemos pensar en varias cuestiones ¿De qué modo se han modificado nuestros mensajes gracias a las redes sociales? ¿Qué queremos decir cuando publicamos algo en una red social? ¿Qué comunicamos en realidad? Por ejemplo, ¿Qué significa retwittear algo?, ¿Qué intención hay en ello además de compartir esa noticia? ¿Qué diferencia hay a la hora de compartir un mensaje en las diferentes redes sociales? ¿Varía en algo el mensaje si empleamos Facebook o Twitter o Instagram?
McLuhan habla de cómo la radio o la lengua escrita han modificado el propio mensaje, el medio moldea el mensaje. No es igual escuchar una noticia que leerla en prensa escrita, en un periódico digital, o en el móvil. De hecho, no es lo mismo escribir acerca de un tema que hablarlo. El reposo de la escritura influye tanto en el mensaje como en la forma como llega.
En este sentido, la capacidad de reflexión de un tema y el propio tema en sí, están supeditados tanto al medio en que lo recibamos como a la cantidad de información que recibamos simultáneamente y al tiempo disponible para leerla. 
Pensemos en el tiempo del que disponemos para leer una noticia en un periódico online mientras esperamos al autobús. A la vez nos llegan veinte mensajes de Whatsapp de un grupo, tres avisos de correo electrónico, dos notificaciones en Twitter y una de Facebook más una solicitud de amistad en Instagram. Pensemos que abrimos un periódico en papel una mañana de domingo sin prisas. La lectura no es ni de lejos la misma.
Quizá las redes sociales puedan considerarse hoy más que nunca el propio mensaje. Un mensaje de texto, un correo o una llamada de teléfono, son un mensaje en sí mismo. La distancia que queramos imponer con nuestro interlocutor la marca la voz en directo o el texto. 
No obstante, haría falta un análisis mucho más concienzudo y documentado y, dado que esto es un blog, quizá no sea el mejor medio para ese mensaje.
Fuente: pixabay
¿Náufragos?
Entiendo este blog como conversaciones que me gustaría tratar con amigos en una especie de cafetería virtual, sin más pretensiones que hablar. No obstante, en muchas ocasiones he visto que escribir un blog es lo más parecido a mandar mensajes en una botella. ¿Quién manda mensajes en botellas? El medio es el mensaje.

martes, 24 de julio de 2018

Fracaso y deseo


Leía el otro día la siguiente frase: “A veces se gana y a veces se aprende” y pensaba sobre como ese tipo de mensajes fáciles van abriéndose camino. No es aprender es perder lo que sucede a veces.
Reivindico el derecho a llamar a las cosas por su nombre. Insto al abandono definitivo de los eufemismos analgésicos que enmascaran la realidad. Aunque alguien me diga que se trata de un enfoque más positivo ante la pérdida, en realidad se trata de sedación, morfina lingüística.
Lo contrario de “ganar” es “perder”, decir que es aprender es ocultar un hecho. ¿Quién emprende una acción para lograr que la vida le de una lección que nunca olvide? Seamos realistas, por favor. Nuestro objetivo no es una lección magistral, sino lograr un objetivo diferente. Tener éxito en la empresa que se acomete. 
Es posible que a veces se pierda y que de ahí se saque una lección, el premio de consolación. Estupendo. No obstante, cuando alguien no logra su propósito, de esa persona se dice que fracasa, hablemos claro.

FRACASO
Según la RAE
1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano

Me gusta especialmente la tercera acepción, caída con estrépito y rompimiento.
Rompimiento.
Vuelve a salir el sol de entre las nubes y por un segundo me parece absurdo hablar de fracaso. Pero me he tirado días releyendo a Schopenhauer y me parece que es sintomático de un estado de ánimo. Necesito hablar sobre el fracaso, sobre la voluntad de vivir y de poder y hacerlo a mi manera. Las reflexiones nacen de sensaciones corporales en las que, a modo de magulladuras, se manifiestan las experiencias vitales que se van teniendo.
Rompimiento.
Comparo la sensación que deja el fracaso a la que deja un golpe en el estómago. Cuando era pequeña,  con unos 8 años, alguien me dio un golpe tan fuerte en la boca del estómago que durante unos segundos no fui capaz ni de respirar,  ni de llorar. Estaba completamente inmovilizada.
Rápidamente vino Cortés, mi profesor, y sonriendo levantó tres dedos de su mano. Me preguntó cuántos dedos tenía en la mano, le dije que tres y me respondió que tenía cinco. Debí sonreír, porque me dijo: “si puedes sonreír, puedes seguir corriendo”. Me levanté y seguí corriendo. Aún hoy me sigue dando congoja el recuerdo de aquel dolor, palabra. El hecho fue que seguí corriendo aunque desee parar por tiempo indefinido. 
A veces el fracaso se presenta de un modo tan descarnado que apenas nos deja un segundo para hacer el duelo por el “resultado adverso de nuestra empresa”. Dolor, solo dolor paralizante.
¿Qué duele tanto del fracaso?, probablemente el espejo distorsionado que nos pone de frente. En él se magnifican los defectos y se invisibilizan las virtudes. Pienso que esto es así porque necesitamos entender qué ha pasado. Para ello amplificamos sonoramente los aspectos que nos han llevado al “suceso lastimoso inopinado y funesto”. Es decir, los defectos.
Cabe destacar que pese a que en el fracaso intervienen varios factores, de entrada uno dirige la mirada hacia sí mismo porque eso nos hace sentir menos vulnerables ante las variables que no podemos controlar. Si yo soy la culpable, entonces hay solución y depende de mí.
Solo cuando pasa el tiempo somos capaces de llorar. Quiero pensar que Schopenhauer tiene razón cuando dice que “no lloramos por el dolor sentido, sino por su repetición en la reflexión”. Cuando lo objetivamos y sentimos ese dolor como ajeno, entonces somos capaces de compadecernos de nosotros mismos y de llorar. No sé si cura, pero relaja.
El caso es que Schopenhauer, bebiendo del budismo, considera que la voluntad engendra dolor. En el libro IV de su obra El mundo como voluntad y representación (429) dice: “la vehemencia del querer es una perpetua fuente de sufrimiento”.
Desear algo, no lograrlo, sufrir. Una incesante rueda.
Se dice que Buda expuso en el parque de los ciervos en Sarnath las cuatro nobles verdades:
1.    La verdad de que existe la infelicidad (Dukkha)
2.    La verdad de que hay una causa de la infelicidad.
3.    La verdad de que la infelicidad debe cesar.
4.    La verdad del camino que lleva al cese de esa infelicidad.
Para los budistas la raíz misma de la existencia es el sufrimiento. Este sufrimiento es comparado con una cadena con doce eslabones que explican de qué forma estamos los seres humanos atados a dicho sufrimiento (a esta cadena se le llama Paticcasamuppada).
¿Cuál es la raíz del sufrimiento?: ignorar que la realidad está en constante cambio. Lo real es tratado como estable cuando realmente no lo es. Además,  este flujo de lo real produce sensaciones en nosotros, emociones que generan deseos; en función de si las experiencias son agradables o no, se buscarán o se evitarán ignorando el constante cambio de lo real.
 Lo importante es destacar que la realidad es un flujo constante y que nuestro deseo se dirige a esa realidad en contante cambio como si fuera estática. Ello implica el sufrimiento.
El deseo genera el sufrimiento.
El cese del sufrimiento se logra mediante un camino de renuncia, no tan extremo como el de los ascetas, pero renuncia a fin de cuentas. En este sendero, la compasión y el desapego tienen un papel fundamental. Este es el llamado óctuple sendero (por cierto, el último, el Samma samadhi, la recta concentración, ya estaba teorizada antes del Mindfulnes).
Schopenhauer, siguiendo esta misma línea habla de cómo nos representamos el mundo intelectualmente gracias al principio de razón, generando la misma ficción de estabilidad (“El velo de maya”)[i]. Para él igual que para Kant, el sujeto accede al fenómeno, esto es: lo que las cosas son para nosotros. En Kant, la cosa en sí, el noúmeno, nos es inaccesible. Es decir, sabemos lo que algo es para nosotros, pero no lo que es en sí.
Pues bien, para Schopenhauer, el nóumeno se hace patente en el cuerpo como querer. Es decir, accedemos a parte del noúmeno en forma de deseo (no sabemos lo que algo es mediante la razón, pero lo deseamos mediante la voluntad).
El problema está en que ese deseo genera sufrimiento y es imprescindible (¿?) liberarse de él. No obstante en el libro dice claramente que “la vida es inseparable de la voluntad de vivir y su única forma es el ahora”).
En el Libro III dice que el arte, en tanto que nos hace salir de nuestra individualidad, es un paliativo temporal a este sufrimiento.
Me parece especialmente interesante el análisis que hace de la maldad en el libro IV. Viene a decir que la maldad parte de una violenta voluntad, de un deseo muy fuerte, que alimentado por lo que nuestra razón es capaz de representase, puede hacer desear aquello que está más allá de lo posible. Ello provoca un dolor también muy grande y lo único que puede mitigar este sufrimiento es hacer padecer y observar el sufrimiento ajeno.
La bondad por el contrario es la salida de sí mismo  por medio de la compasión. La maldad nos aísla en nosotros mismos. Es decir, nos individualizamos y nos consideramos algo diferente y separado de las demás personas. En cambio, en la bondad desaparece el principio de individuación y somos uno y lo mismo que los demás, por eso no toleramos su sufrimiento. Compadecer, padecer con.
Bien, ¿Y esto qué tiene que ver con el fracaso y con Nietzsche? Relataré la maraña de pensamientos. Deseo, fracaso, sufrimiento.
La experiencia del sufrimiento le llevó a Schopenhauer y antes al Budismo, a intentar eliminar la voluntad, el deseo. Seguramente lo pensaron de un modo mucho más matizado de cómo estoy diciendo.
En cualquier caso, lo que he estado pensando al hilo de estas lecturas es que la anulación de la voluntad es imposible porque es intrínseca a la propia vida. La voluntad mueve y la vida es principalmente movimiento. Ojalá el mundo se detuviera después de un estrepitoso fracaso. Ojalá la realidad de pronto parara y con él, nuestro dolor. Pero a la inmovilidad momentánea le nace un deseo nuevo.
Entramos en el ciclo eterno del devenir y quizá la vida es un flujo constante bajo el cual subyace un Logos (¿?). Si la vida fluye y nosotros somos un hacerse, ¿Por qué detenernos en una especie de trance narcótico? ¿Cuánto sufrimiento explica la necesidad de deshacerse del motor de nuestra propia vida?
Más allá de la voluntad de vivir, somos voluntad de poder, como dijo Nietzsche (este concepto está lejos de la interpretación que de ella hicieron los nazis). Es la voluntad de crear, de hacer y de afirmarse.
Toda la vida me he situado en la contradicción  de intentar conjugar el Budismo y Nietzsche:  la anulación del deseo y la afirmación de la voluntad de poder. Hoy el golpe de un fracaso me inmoviliza y automáticamente me abrazo a mi misma en un intento de aplacar el dolor.
¿Quisiera no haber deseado? ¿Quisiera olvidarme de mí? ¿Quisiera liberarme en la contemplación estática de la majestuosa belleza que hay a mi alrededor? Sí, pero la vida se mueve y yo con ella. Lo bello cercano a mi me hace salir temporalmente de mi yo para volver a afirmarlo rotundamente. Quiero estar viva, crecer, superarme. No creo que sea posible anular el deseo, no creo ni siquiera que sea deseable.
Ojalá hoy se parara el mundo y yo con él, pero:
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar al cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: no, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos en el camino.
                                                                                Walt Whitman, Canto a mi mismo

BIBLIOGRAFÍA
SCHOPENHAUER, A., El mundo como voluntad y representación. Ed. AKAL
NIETZSCHE, F., Voluntad de poder. Ed. Edaf
SADDHATISSA, H., Introducción al budismo. Ed. Alianza


[i] Maya en el Hinduísmo es una diosa que personifica la ilusión, el engaño para los sentidos.