No es mi intención hacer de este artículo un análisis
académico, es más bien lanzar una pregunta que me asaltató después
de asistir a una charla sobre “Perspectivas feministas”, impartida por Elvira
Burgos el pasado viernes 8 de abril en Huesca.
Tras la charla y con pensamientos erráticos, desviándome
aparentemente de lo explicado, me percaté de que nunca un término
resultó más paradójico. Y es que las redes sociales están llenas de soledad.
Estamos tan solos, tan solos a diario, que nos volcamos a la
inalcanzable tarea de paliar la soledad con la soledad ajena, en los pequeños
espacios que deja el hacer. Necesitamos a los otros.
Allí había tantas mujeres físicamente, unidas,
hablando con palabras sonoras, riendo con más de cuatro sílabas, que no pude
eludir la toma de conciencia.
No es igual, el calor humano, el olor humano, las miserias del
cuerpo y sus grandezas. El sonido, las reacciones en los rostros, la
proximidad. No es comparable a la frialdad del teclado.
La interacción social física aporta las tres dimensiones. Las reacciones en tiempo real, sin tiempo que mida las palabras, sin pantallas que bloqueen y sin adornos. Las mujeres allí presentes necesitábamos estar, necesitábamos la presencia y el contacto.
La interacción social física aporta las tres dimensiones. Las reacciones en tiempo real, sin tiempo que mida las palabras, sin pantallas que bloqueen y sin adornos. Las mujeres allí presentes necesitábamos estar, necesitábamos la presencia y el contacto.
A fuerza de ver una cara de las personas que nos expresamos
en las redes, se puede llegar a creer que esas personas de yo virtual, tienen
dos dimensiones, que son blanco sobre negro. Una perspectiva tuerta de sus
vidas, rellenada con las inquietudes o anhelos del espectador. En una habitación,
con un ángulo parcial, llegamos a creer que eso que dicen es todo cuanto tienen
que decir. Que eso que les gusta es lo que realmente les gusta. Cuando en
realidad es la fragilidad lo que manifestamos, la necesidad del otro. Estamos ahí,
en ese cibermundo, porque necesitamos imperiosamente a los demás.
Decía Elvira, que Judith Butler habla de la vulnerabilidad
como nueva forma de repensar a las personas. En el hecho de ser interdependientes
radica precisamente nuestra fortaleza. Nos necesitamos, la sociabilidad
entendida desde el ser vulnerables. Seres frágiles que establecerían,
conscientes de su vulnerabilidad, redes
de apoyo y cooperación.
Sería, pues, imprescindible asumir la vulnerabilidad y
generar fortaleza ante las formas de discriminación y exclusión. Precisamente
por eso, porque como seres que se necesitan, la exclusión iría contra la propia
esencia de lo humano, que radica en el hacerse con los otros.
El principio de responsabilidad del que hablaba Hans Jonas
referido a la técnica y el medio ambiente, encuentra en esta idea, un
complemento, una apertura. El ser libres y vulnerables nos pone frente al inexorable hecho de tener que corresponsabilizarnos
de y por los demás.
Devolver a los hombres la parte de vulnerabilidad autoexpropiada
y proyectada hacia las mujeres sería la clave para una existencia auténtica al
hacernos cargo de ella.
Pensaba, al hilo de este concepto, ¿cómo sería una actividad
social física tan intensa como la que algún@s tenemos en las redes?
Me viene a la cabeza lo que decía Carlos Taibo sobre el
activismo de redes sociales, el modo en que palían el ansia de tomar la calle,
el modo en que sofocan la ira ante las injusticias (esto es mi libre interpretación de sus palabras)
¿Y si tomáramos las calles haciendo fuerza de nuestra
vulnerabilidad?
Webgrafía y Bibliografía
- Mónica Cano Abadía , “TRANSFORMACIONES PERFORMATIVAS:
AGENCIA Y VULNERABILIDAD EN JUDITH BUTLER” revistes.ub.edu/index.php/oximora/article/download/10869/14473
- JONAS, H., “El principio
de responsabilidad”. Ed. Herder
- http://www.eldiario.es/andalucia/Carlos-Taibo-Facebook-ebullicion-revolucionaria_0_236926413.html