“¿A quién le diré ahora lo bonito
que está el cielo por la tarde y la luz tan hermosa sobre los nidos de las
cigüeñas? ¿A quién le diré esa chorrada que me cruza la mente y que me hace
gracia?”
La respuesta podría ser, “a todas
esas personas con las que ocupo el mismo tiempo y espacio”. Pero sabemos que ciertos
mensajes no tienen sentido en la comunicación oral y presencial física. No le
cantaríamos una canción a nuestro compañero de trabajo, no llevaríamos a una
amiga hasta el sitio donde estamos comiendo para que viera nuestra saludable
ensalada para luego mandarla a casa directamente, ni llamaríamos a nuestra
vecina para que viniera a ver nuestros pies en la playa mientras ella trabaja
en Madrid durante el mes de agosto.
La comunicación oral no mediada
por la tecnología quizá se diferencie de la comunicación en redes
sociales y aplicaciones de mensajería, en que la primera implica un diálogo
fluido, capacidad argumentación de las ideas de forma extensa y el interés en
transmitir un mensaje con una retroalimentación por parte del interlocutor
dentro de las mismas premisas, es decir, respuesta argumentada, escucha activa,
etc. En la comunicación oral tenemos en cuenta si a nuestro interlocutor le
puede interesar lo que decimos, si es pertinente por la hora del día que es, si
es verdaderamente importante o significativo como para decírselo. De hecho,
tenemos en cuenta si nuestro interlocutor es la persona indicada para hablar de
eso. Creo que pocas de estar instrucciones se tienen en cuenta en las redes
sociales.
Partiendo de la base de que no
sabemos a ciencia exacta a cuántas personas se lo estamos mandando, porque no
tenemos en mente a todos los contactos que tenemos agregados; que tampoco nos
importa la hora del día; ni tan siquiera es un mensaje a una persona es un
grito virtual a una multitud. Teniendo todo esto en cuenta, ¿es igual un
diálogo tú a tú, que gritar algo a un grupo innominado de personas?
Otra cosa que me parece curiosa
es que el vínculo entre el mensaje y la intención del mensaje está cada vez más
disociado es estas redes. No me parece que lo que se dice responda realmente a
lo que de hecho se dice, muchos mensajes en fb o twitter son una herramienta
para poder satisfacer el propio ego, para reclamar afecto, para captar
seguidores, etc. No son una herramienta para decir lo que de hecho se dice.
Es cierto que muchas veces surgen
debates en redes, debates interesantes y acalorados, ahora bien, la forma de
comunicar en estas plataformas está constreñido físicamente por una pequeña
pantalla y por la ausencia del reposo visual y cognitivo necesario para poder
pensar la respuesta. De hecho a veces estos diálogos adquieren la forma de
pequeños monólogos intercalados en los que la premisa es: “que gane el aforismo
más ingenioso”. Si nos comunicamos en redes es algo casi accidental, el diálogo
es tan complicado que hay que hacer hermenéutica del punto y coma y del emoticono
para saber las intenciones de nuestro interlocutor.
Regreso a las primeras preguntas.
Cuando decidí eliminar las redes sociales de mi vida lo hice porque necesitaba
vivir la comunicación de forma más intensa y más real. De igual forma que tenía
presente que este blog nació fruto del aislamiento y por la necesidad de comunicarme
con la gente a la que apreciaba, nunca tuve total claridad acerca de los
motivos que me llevaron a tener Facebook o Instagram. Cuando me paré a pensarlo,
las respuestas eran parciales, no falsas, pero sí respuestas a medias. Pensaba
que era por vivir lejos de mis amigos y amigas, pensaba que paliaba mi
necesidad de pertenencia a un grupo, que podría estar más informada sobre cosas
interesantes sobre el mundo, que contribuía a solucionar mi problema de timidez.
Todo ello es verdadero, pero una vez que he sondeando la carencia que ha dejado
en mí abandonar las redes sociales, he descubierto que las fuerzas más poderosas
son la soledad y el afecto. El mensaje es una excusa, las redes sociales han
encontrado un suelo fértil en esas necesidades que hoy adquieren tintes de
enfermedad en toda la sociedad. No somos una sociedad, no somos comunidad, pero
necesitamos serlo. Por este motivo buscamos cualquier campo donde poder plantar
esas semillas y florecer.
La necesidad de afecto es tan
grande y el vacío generado por esta sociedad, tan brutal, que el uso de redes
deviene con rapidez en algo compulsivo. Es un placebo afectivo para muchos que
lucra a unos pocos. La forma de hacer productiva una necesidad inherente a la condición
humana.
¿Por qué quedamos atrapados en la
red? Creo, y esta es mi tesis, que no es porque se logre una comunicación
efectiva, es más bien por la constante promesa de llegar a tenerla. Esa promesa
nos mantiene en movimiento, pero nunca se hace efectiva. Siempre quedamos con
ganas de más. Más notificaciones en rojo, más vídeos, más noticias, más
menciones, más amigos, más cosas nuevas. Todo ello en una espiral que nunca
cesa. Queremos que las redes nos den algo que nunca nos pueden dar pero que
tampoco nos niegan claramente. De esta forma, la escucha activa se transforma
en un comentario, pero no es escucha activa; la atención es un “me gusta”, y un
abrazo… ¿qué sería un abrazo?
Nos hemos convertido en mónadas
leibnizianas, contenemos un espejo del mundo pero estamos incomunicadas, sin
ventanas y todas nos movemos al son de la armonía preestablecida que marca el
modo de producción capitalista.
Releo lo escrito y sé que suena
como si hiciera apología para volver a las cavernas y abolir el uso de las
tecnologías. No es mi intención, sino la de recalcar la necesidad de tomar
conciencia de qué queremos y qué necesitamos y hacer un uso consciente de nuestras
facultades para lograrlo con los medios que estimemos convenientes. Hablo de
emplear la cabeza, de ser conscientes, de repensar los fines y los medios
adecuados.
No hablo de superar la “muerte de
Dios”, ni de la pérdida de fe en los metarrelatos, ni siquiera de una reflexión
axiológica con pretensiones universalistas. Hablo solo de la necesidad de tomar
consciencia de dónde están nuestras manos y nuestras cabezas y de lo que
queremos hacer con ellas, ya no como sociedad, sino primero como individuos. El
problema no es que la sociedad se haya extinguido, es que lo hemos hecho las
personas, nos hemos disuelto en un mar de ceros y unos por intentar anestesiar
el dolor que implica existir.