Al hilo de las ensoñaciones...

sábado, 18 de mayo de 2013

UNA CUESTIÓN DE ORGULLO

A estas alturas de la película uno piensa que la diferencia entre el mundo rural y urbano ya casi ni existe. Mentira.
Podemos pensar que ya no hay prejuicios, que todos somos iguales y, que es un poco casposo, siquiera plantear la cuestión. Mentira.
No es lo mismo vivir en un pueblo que vivir en una ciudad, tremenda obviedad. Claro, el entorno no es el mismo, pero a lo que me refiero va un poco más allá. Tendría que reflexionar de un modo algo más sistemático acerca de ello y la verdad es que no me apetece. Pero así, a modo de boceto, me voy a aventurar a expresar ciertas sensaciones propias y ciertas impresiones de lo ajeno.
Tú eres una chica de ciudad, te consideras normal. Barrio obrero, familia de clase media baja, orgullo proletario. Niña de los ochenta y adolescente de los noventa, sexualmente has dado doscientos pasos por delante de la actitud rancia de tus padres. Culturalmente eres inquieta porque te criaste con el: “hija, tú que puedes, sé más lista que tus padres. Estudia”. Cuestión de orgullo proletario.
Te mueves en metro y en bus; vas a solucionar papeles al ministerio de no-sé-qué y confías en que ir a la universidad te lleve sólo una hora en metro; vas a ver libros a sitios donde están todos; si tuvieras dinero podrías ver todos los conciertos del mundo y comer en restaurantes de todas las nacionalidades, y si te aburres y no tienes pasta, pues al Reina Sofía el día que es gratis. Y todo esto sin ni siquiera plantearte que la vida no sea así en el resto del planeta. “Mi realidad se hace extensible a todo el país”. Pero todo esto, siempre por delante el orgullo proletario.
Bien, como has sido criada en una familia rural, desentonas. Tienes un acento raro. Y al orgullo proletario le añades el orgullo de pueblo pese a que no tienes ni idea de cómo será la vida de un pueblo en invierno. Y además en el pueblo se ríen de ti por ser de Madrid, se huele.
Vas conformando una identidad algo ecléctica, como la de la inmensa mayoría de la gente de Madrid. Nadie es de allí (en las casas de cada uno hay platos regionales que se hacen todos los días, comidas de pueblo) pero has nacido en Madrid, eres madrileño. No eres capaz de considerar que seas más guay que el resto de gente, porque tú eres de barrio obrero. En tu calle vienen a barrer cada quince días, hay un coche patrulla para todo Vallecas y la gente hace bromas acerca de la seguridad en tu zona. Claro no eres del barrio Salamanca. Pero tú con orgullo.
Siguiente paso, llegas a Galicia. Y de pronto eres la madrileña. El batiburrillo ecléctico de tu identidad se soluciona de un plumazo. Ahora sabes que eres madrileña. Entonces empiezas a ver comportamientos extraños y no, no son por parte del nacionalismo, que a rasgos generales se comportan de un modo bastante normal. “Hola, adiós, tes que conocer a Ribeira Sacra e probar o licor café. ¿Sabes o que significa enxebre?, Vente comelo pulpo”.
Es por parte de gente a la que de golpe le caes bien por ser de Madrid, ¡Toma ya!.  De entrada eres guay (jamás lo has sido), súper moderna (jamás lo has sido), sabes un montón de cosas europeas (jamás has salido de tu barrio) y estás como a la última (de hecho eres bastante hortera).
Luego claro, oyes críticas hacia la gente de Madrid, hablando de una realidad que no es la que tú conoces. Pero eso merece ser contado en otra ocasión.
Momento de… desconcierto. “¿Pero quién soy?, ¿qué somos?, ¿Tan arrogantes somos en Vallecas?”. ¿Y el orgullo proletario? ¿Y el orgullo de pueblo?.
Pasa el tiempo. Ahora llevas suficiente viviendo en un pueblo de Galicia como para decirte para tus adentros que eres una mujer de pueblo. Y digo para tus adentros porque he descubierto que de puertas para fuera cada uno ve a los demás proyectando su propia identidad sobre el otro, así que ya paso.
Persona de pueblo. Te pasas el día en vaqueros viejos y remendados. Jersey de estar por casa, zapatillas de goma para fuera (ojo, y digo fuera y no la calle) porque llueve. Y si no vas a la Vila o a la ciudad, te tiras con esa ropa una semana y tan agusto. Tienes barro en las botas y en los pantalones; tierra en las manos, trocitos de leña en el jersey, las uñas rotas. Una coleta de caballo y nada de maquillaje. La ropa de diario en Madrid pasa a ser la ropa de los domingos en un pueblo, así que casi ni la gastas. No compras ropa cada temporada porque está bastante bien, así que vas pasada de moda, pero total, para un rato te da lo mismo.
Además hueles a leña, si has sido tan incauta de tender la ropa cuando abonan, puedes oler a mierda de vaca (cosa que tiene a punta de pala las ruedas del coche). Como tendemos fuera, el olor del suavizante queda bastante diluido y la ropa limpia no huele a nada. Las cosas huelen a cosas.
Pero llega el gran día, vas a Madrid cargada de chorizos de la matanza y alguien te dice sin mala fe: “hueles a pueblo”. Y tú piensas, “no, huelo a chorizos”.  Vas a Lugo y ves un glamour propio de Serrano, pero algo más generalizado. La gente de la ciudad viste así. Tú no. Tienes barro en las botas, tu ropa está pasada de moda, tuviste la precaución de cortarte las uñas pero tienes las manos jodidas de la leña, los bajos del coche tienen mierda de vaca. No entiendes ciertas cosas que se compran y que se necesitan en la cuidad (eso es para otro artículo). Y no entiendes que las calefacciones estén tan altas. Pero es una ciudad desconocida, piensas “¿De verdad es necesario vestir de Adolfo Domínguez?. Esto no lo había en Vallecas”.
No sabes si avergonzarte por ser de pueblo o por ser de Madrid o pedir perdón por ser castellana después de lo que escribió Rosalía (Vaya aquí homenaje a los segadores gallegos y castellano manchegos que iban a Castilla León, entre ellos, mi abuelo). No sabes si cargarte en los muertos de alguien o mandalo a rañala. No sabes si lo tuyo es resistencia al capitalismo o adaptación al medio rural. No sabes si es síntoma de desidia (el ir con esa ropa) o más bien es que por fin te la pela y estás en plena forma mental.
Y el caso es que poco importa. Ahora estoy tranquila. Porque por fin sé lo que soy. Una mujer de pueblo gallego, madrileña, vallecana, castellano manchega y orgullosa.
La herencia de nuestros padres. Orgullo de pueblo y orgullo proletario.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado.

    Me trae e la memoria el Teatro Mágigo de "El lobo estepario" de Hesse. Aquel maestro de la personalidad que mostraba a Harry Heller la inocencia de pensar que "solamente" tenía dos identidades y no una completa legión de ellas.
    Tenemos mil identidades, quizá, pertenecemos a distintas manadas y en cada una tenemos un rol distinto... somos alfas o el animal solitario expulsado de la manada. Somos lo que nos gusta y lo que no nos gusta, lo que hemos elegido y lo que nos ha tocado en la lotería de la vida.

    Ay, Robbin... y tú escondiendo lo que escribes por ahí. Sal del bosque de Sherwood (tranqui, no te voy a hacer un outing) y enseña sin vergueza lo que escribes, que te aseguro que merece la pena.

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  2. ¡Por supuesto que merece la pena! Gracias por compartirlo con nosotros. Efectivamente, somos tantas tantas cosas, influencia de tantas y tantas historias, de tantas vidas... que definirse es bastante complicado y complejo. Ahi estamos, en danza con los ingredientes que nos configuran y nos enriquecen.

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