Me gusta cuando el placer se abre paso desde el ombligo a
través de la garganta pese todo.
Me gusta cuando sale el gemido abriéndose camino sin
permiso, como por casualidad, como sin querer.
Imaginarlo como una perfecta bola de calor que asciende y va
erizando la piel hasta la última punta de las extremidades. Cargando de electricidad.
No es el escalofrío que eriza el vello de la espalda y nos
hace torcer el cuello y echarlo hacia atrás. No hablo de carne de gallina, sino de calor. Calor por dentro, subiendo
súbitamente y desplazándose a la vez hacia las piernas. El placer que nos abre
la boca aunque no queramos, que nos hace perder la mirada por segundos.
Me gusta cuando es tan intenso aunque breve, que no podemos
retenerlo y se transforma en ese sonido gutural y contenido que caracteriza un
gemido en un sitio inapropiado.
Somos tan humanos cuando gemimos, tan humanos y tan sin
dobleces… que parece que nos mostramos desde dentro en un solo sonido. Es como
si ese sonido fuera una expresión clara que nuestra existencia. Un ser aquí y
ahora, pura existencia sin más. Conectada al mundo, en el propio mundo.
Me gusta porque somos
reales cuando sentimos placer, no hay en ese momento recuerdo de identidades
fingidas, ni máscaras ni personajes. Cuerpo que siente y reacciona.
Gente tumbada al sol, un pensamiento turbio en un sitio
inapropiado, una vibración inesperada, un roce accidental, un simple estado de
calma en el que vaciamos el flujo de pensamiento y dejamos sentir la
circunstancia a nuestro cuerpo. Un solo de guitarra…
Gente perdida en su cuerpo fugazmente,
Inapropiadamente.
Respiraciones desacompasadas y
El laxo abandono de la piel
Una suerte de efímera de conexión con lo inmediato.
Calor súbito que recorre la garganta hasta salir
Un sonido
Placer.
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