(Esto pretende ser una charla de
cafetería. Sería de lo que me gustaría dialogar si hubiera tiempo
y espacio para ello. Ni pretendo sentar cátedra ni, como se verá,
aspira a ser una disertación muy elevada)
Dicen los nuevos guías espirituales
que hay que salir de la zona de confort para desarrollarnos a nivel
personal y emocional (a lo cual por cierto, llaman éxito). También
dicen que hay que alejarse de las personas tóxicas (Ojo, ojo, mueren
cuatro personas por intoxicación personal en un restaurante de
Málaga) y que hay que llenar la mochila vital de experiencias
positivas y estimulantes, como si las experiencias se pudieran
comprar y fueran objetos (¿o tal vez lo son?)
Según he leído en la Wikipedia, la
zona de confort es un estado el cual la persona actúa “en una
condición de ansiedad neutral, utilizando una serie de
comportamientos para conseguir un nivel constante de rendimiento sin
sentido del riesgo”. Además señala que en psicología es “un
estado mental en el que el individuo permanece pasivo ante los
sucesos que experimenta (…) desarrollando una rutina sin
sobresaltos ni riesgos, pero también sin incentivos(...)pudiendo
causar apatía y, en casos más graves, depresión”. Qué miedo da
la zona de confort.
Parece ser que la ansiedad neutral es
aquella que nos paraliza, pero de este término no he encontrado
demasiadas referencias.
Habitualmente esta arenga para salir de
la zona de confort viene acompañada de otra arenga para que
emprendamos y “hagamos realidad nuestros sueños”.
Hace mucho tiempo que le vengo oliendo
el tufo a podrido a estas nuevas oraciones, ya que, como casi todas
las oraciones, probablemente podría implicar una religión. Y para
la religión y otras superestructuras, me declaro abiertamente
marxista. Como superestructura, no dejaría de esconder la
legitimación de cierto orden de cosas no siempre (nunca) justo.
A nivel vital podría decirse que llevo
una vida exiliada de lo que mucha gente consideraría mi zona de
confort. Llevo mucho tiempo viviendo al año en al menos dos o más
sitios; cambiando de centro de trabajo periódicamente, de panadería,
de frutería y de cafetería. También cambio de registros
lingüísticos y de usos del lenguaje, conozco mucha gente nueva (e
interesante, por cierto). Hago actividades nuevas cada año e incluso
el año pasado me subí a un escenario con un grupo increíble y un
bajo eléctrico. Ahí es nada.
Ayer, hablando con una amiga que estaba
en la misma situación. Acompañadas de una copa de vino y algo
hartas de todo, comenzamos a añorar la tranquilidad, el sosiego y la
permanencia. Añorábamos la rutina, a fin de cuentas, algo de lo que
nos ha privado la precariedad laboral.
Y no es no querer ver lo que hay de
fantástico en todas las cosas que nos ofrece este “exilio”, es
agotamiento y hartazgo ante una idea absurda y perversa. Me intentaré
explicar.
En primer lugar dudo, honestamente de
la existencia de tal zona. Puede haber situaciones más o menos
cómodas, más o menos problemáticas, pero en sentido amplio, la
vida es problemática. La RAE define problema como: “conjunto de
hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún
fin”. Dudo que haya seres humanos que, incluso en la rutina más
tediosa, no se las tengan ver con la realidad o con los demás y, que
de algún modo, no encuentren obstáculo para la consecución de sus
fines.
Por otro lado y abundando en esta
primera duda, la crisis económica que ha vivido este país, ha
dejado a mucha gente en situaciones con diferentes grados de
dificultad. Desde el paro hasta los desahucios, estafas bancarias,
empezar de nuevo en un trabajo con un sueldo precario, volver a casa
de los padres o tener que emigrar como ya lo hicimos en los años 60.
Esto hablando solo de una ínfima parte de las situaciones
socioeconómicas.
¿De qué zona de confort hablamos?
Ahondando en la cuestión más
puramente individual, antropológica si se quiere, los seres humanos
estamos dotados de sentidos que nos comunican con el mundo y de
inteligencia para interpretarlo. Aristóteles decía en su
“Metafísica” que los seres humanos teníamos por naturaleza
deseo de saber. Incluso si nos vamos a un ejemplo extremo, una
persona sin las más mínimas inquietudes intelectuales o culturales,
tiene inquietudes. Esta viva, respira, siente y desea. Al margen de
cuáles sean esas aspiraciones, existen, por poco... enriquecedoras
que sean según un punto de vista “más elevado”.
El ser humano está diseñado para
vivir en el mundo y para ello ha de conocerlo aunque éste sea muy
pequeño.
Si analizamos la parte en la que la
definición nos dice que: los individuos en dicha zona operan de
modo que tengan un “nivel constante de rendimiento sin sentido del
riesgo”, me pregunto: ¿qué habría de malo en operar sin sentido
del riesgo? ¿Debemos vivir con “sentido del riesgo” constante?.
De nuevo vuelvo a la RAE, “riesgo”
es: “ contingencia o proximidad de un daño”. Interpreto que
sentido del riesgo quiere decir que hagamos cosas que pueden implicar
un peligro (real o no). Me pregunto qué riesgos son los deseables
para que los asumamos: ¿Beber agua sin potabilizar? ¿Jugar a la
ruleta rusa? ¿Ir desnudo al trabajo? ¿Insultar a los clientes
porque ya no los aguantas? ¿llevar una camiseta del Barça en la
bancada de los ultras del Madrid?.¿ O estos riesgos se refieren más
bien a dejarte todos los ahorros en un negocio incierto? ¿A
hipotecar tu vida y la de tu familia para cumplir tu sueño de
enseñar flamenco a las tortugas laúd?
El miedo, dejando a un lado
comportamientos patológicos, suele ser una poderosa arma de
reflexión acerca de los riesgos. No digo que haya que sentir miedo,
hay que saber de dónde viene y lidiar con él muchas veces. De hecho
las circunstancias nos empujan a actuar incluso con miedo. Pero antes
que ensalzar el “sentido del riesgo”, sería estupendo cultivar
la prudencia. Decía Aristóteles que : “El rasgo distintivo de la
persona prudente es al parecer el ser capaz de deliberar y de juzgar
de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser útiles y
buenas para ella” (Etica a Nicómaco, Libro
VI, Capítulo IV)
Desde
hace tiempo vengo pensando qué habría de malo en permanecer en esa
zona de confort si esta existiera. Me pregunto esto porque veo (vivo,
de hecho) que permanecer en un mismo estado de cosas permite conocer
bien y a fondo tanto las actividades que se realizan, como a las
personas que nos rodean.
Vivir
en sitios o trabajar en sitios que no se conocen previamente
significa que, hasta ir a comprar el pan o saber donde se guardan los
clips, es un descubrimiento que implica esfuerzo; reconocer el sitio
y ser capaz de adaptarse a él supone una ingente cantidad de
energía; conocer gente nueva o hacer nuevas relaciones conlleva
relacionarse indiscriminadamente con gran cantidad de personas hasta
poder encontrar (con suerte) alguien afín y eso, creedme, desgasta;
aprender idiomas o usos de lenguaje diferentes es un gran esfuerzo y
va asociado a cierta soledad lingüística que, ya por sí misma,
merecería un artículo.
Todo
esto es, en resumidas cuentas, un estado de alerta permanente para
algo tan básico como conocer la realidad y habitar en ella. Es
decir, una alerta constante para poder aprender rápido y desarrollar
estrategias que nos permitan adaptarnos al entorno.
Un
paso imprescindible para el crecimiento personal es conocer esa
realidad e interactuar con ella desde ese conocimiento, ya que solo
esto puede hacernos agentes transformadores del mundo en el que
vivimos.
Conocer
y transformar profundamente nuestra realidad implicaría por tanto,
permanecer tiempo en ella, examinarla y tener perfectamente
integradas todas esas estrategias adaptativas. Implica establecer
lazos sólidos y profundos con las personas y con los sitios y eso
implica estar, hábito, estabilidad.
Somos
con nuestra circunstancia, ya lo decía Ortega, y para salvarnos a
nosotros tendremos que salvarla a ella. Necesitamos raíces,
necesitamos estabilidad, necesitamos amar u odiar la circunstancia
que habitamos y para ello, necesitamos conocerla y eso implica
rutina.
La
ideología que subyace a “la zona de confort”, a “atreverse a
soñar” y a “no rendirse jamás” esconde un discurso neoliberal
atroz. Pero me temo que por la extensión de esta reflexión, es una
historia que merecerá ser desentrañada en otra ocasión.
Excelente artículo. Magnífico. Y estoy completamente de acuerdo con lo que dices. En el fondo de esa ideología de corte neoliberal (y sospechosamente fastizoide) subyacen formas y relaciones de poder, y hay que andarse con cuidado de no caer bajo su yugo (¿quién decide qué es "zona de confort"?, ¿y quién los riesgos que merecen la pena correrse?, etc) Pero como dices, para eso hay que tener los pies sobre la tierra, y que tú a pesar de tu exilio crónico los tienes. Serenidad, estabilidad, continuidad, no ya solo son las condiciones para pensar y decir, sino para ser. Pero no una serenidad dada (o comprable), que eso no existe, sino cultivada. Serenidad, incluso, en el padecer.
ResponderEliminarMuchas gracias, David. Me gusta mucho lo que dices sobre la serenidad incluso en el padecer. Encierra cierto eco estoico que siempre me ha parecido fascinante.
EliminarSon tiempos malos para la estabilidad, me temo. Tiempos donde lo efímero es lo valioso. Malos tiempos para el ser.
Gracias por acercarte al blog ;)
Y sin embargo siempre es posible irse al Bosque, lugar de reposo.
EliminarEnorme. Simple y llanamente ENORME.
ResponderEliminarEs curioso que la gente que suele pedirnos salir de nuestra zona de confort, es precisamente la que se ha anclado a ella, véase: políticos, cazadores de talentos,técnicos de rrhh, etc.
Muchas gracias, Álvaro. Efectivamente, esos que nos incitan a arriesgarnos, muchas veces (siempre) están anclados en sus posiciones y bien alejados de nuestras necesidades. La "zona de confort" de muchos políticos,siguen siendo los votos y el poder, por muy genérico que esto suene.
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