Leía el otro
día la siguiente frase: “A veces se gana y a veces se aprende” y pensaba sobre
como ese tipo de mensajes fáciles van abriéndose camino. No es aprender es perder
lo que sucede a veces.
Reivindico
el derecho a llamar a las cosas por su nombre. Insto al abandono definitivo de
los eufemismos analgésicos que enmascaran la realidad. Aunque alguien me diga
que se trata de un enfoque más positivo ante la pérdida, en realidad se trata
de sedación, morfina lingüística.
Lo contrario
de “ganar” es “perder”, decir que es aprender es ocultar un hecho. ¿Quién
emprende una acción para lograr que la vida le de una lección que nunca olvide?
Seamos realistas, por favor. Nuestro objetivo no es una lección magistral, sino
lograr un objetivo diferente. Tener éxito en la empresa que se acomete.
Es posible
que a veces se pierda y que de ahí se saque una lección, el premio de consolación.
Estupendo. No obstante, cuando alguien no logra su propósito, de esa persona se
dice que fracasa, hablemos claro.
FRACASO
Según la RAE
1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano
1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano
Me
gusta especialmente la tercera acepción, caída con estrépito y rompimiento.
Rompimiento.
Vuelve
a salir el sol de entre las nubes y por un segundo me parece absurdo hablar de
fracaso. Pero me he tirado días releyendo a Schopenhauer y me parece que es sintomático
de un estado de ánimo. Necesito hablar sobre el fracaso, sobre la voluntad de
vivir y de poder y hacerlo a mi manera. Las reflexiones nacen de sensaciones
corporales en las que, a modo de magulladuras, se manifiestan las experiencias
vitales que se van teniendo.
Rompimiento.
Comparo
la sensación que deja el fracaso a la que deja un golpe en el estómago. Cuando
era pequeña, con unos 8 años, alguien me
dio un golpe tan fuerte en la boca del estómago que durante unos segundos no
fui capaz ni de respirar, ni de llorar.
Estaba completamente inmovilizada.
Rápidamente
vino Cortés, mi profesor, y sonriendo levantó tres dedos de su mano. Me
preguntó cuántos dedos tenía en la mano, le dije que tres y me respondió que
tenía cinco. Debí sonreír, porque me dijo: “si puedes sonreír, puedes seguir
corriendo”. Me levanté y seguí corriendo. Aún hoy me sigue dando congoja el
recuerdo de aquel dolor, palabra. El hecho fue que seguí corriendo aunque desee parar por tiempo indefinido.
A
veces el fracaso se presenta de un modo tan descarnado que apenas nos deja un
segundo para hacer el duelo por el “resultado adverso de nuestra empresa”.
Dolor, solo dolor paralizante.
¿Qué
duele tanto del fracaso?, probablemente el espejo distorsionado que nos pone de
frente. En él se magnifican los defectos y se invisibilizan las virtudes.
Pienso que esto es así porque necesitamos entender qué ha pasado. Para ello
amplificamos sonoramente los aspectos que nos han llevado al “suceso lastimoso
inopinado y funesto”. Es decir, los defectos.
Cabe
destacar que pese a que en el fracaso intervienen varios factores, de entrada
uno dirige la mirada hacia sí mismo porque eso nos hace sentir menos
vulnerables ante las variables que no podemos controlar. Si yo soy la culpable, entonces hay solución y depende de mí.
Solo
cuando pasa el tiempo somos capaces de llorar. Quiero pensar que Schopenhauer
tiene razón cuando dice que “no lloramos por el dolor sentido, sino por su
repetición en la reflexión”. Cuando lo objetivamos y sentimos ese dolor como
ajeno, entonces somos capaces de compadecernos de nosotros mismos y de llorar.
No sé si cura, pero relaja.
El
caso es que Schopenhauer, bebiendo del budismo, considera que la voluntad
engendra dolor. En el libro IV de su obra El
mundo como voluntad y representación (429) dice: “la vehemencia del querer
es una perpetua fuente de sufrimiento”.
Desear
algo, no lograrlo, sufrir. Una incesante rueda.
Se
dice que Buda expuso en el parque de los ciervos en Sarnath las cuatro nobles
verdades:
1. La verdad de que existe la infelicidad
(Dukkha)
2. La verdad de que hay una causa de la
infelicidad.
3. La verdad de que la infelicidad debe
cesar.
4. La verdad del camino que lleva al cese
de esa infelicidad.
Para
los budistas la raíz misma de la existencia es el sufrimiento. Este sufrimiento
es comparado con una cadena con doce eslabones que explican de qué forma
estamos los seres humanos atados a dicho sufrimiento (a esta cadena se le llama
Paticcasamuppada).
¿Cuál
es la raíz del sufrimiento?: ignorar que la realidad está en constante cambio.
Lo real es tratado como estable cuando realmente no lo es. Además, este flujo de lo real produce sensaciones en
nosotros, emociones que generan deseos; en función de si las experiencias son
agradables o no, se buscarán o se evitarán ignorando el constante cambio de lo
real.
Lo importante es destacar que la realidad es
un flujo constante y que nuestro deseo se dirige a esa realidad en contante
cambio como si fuera estática. Ello implica el sufrimiento.
El deseo genera el
sufrimiento.
El
cese del sufrimiento se logra mediante un camino de renuncia, no tan extremo
como el de los ascetas, pero renuncia a fin de cuentas. En este sendero, la
compasión y el desapego tienen un papel fundamental. Este es el llamado óctuple
sendero (por cierto, el último, el Samma
samadhi, la recta concentración, ya
estaba teorizada antes del Mindfulnes).
Schopenhauer,
siguiendo esta misma línea habla de cómo nos representamos el mundo
intelectualmente gracias al principio de razón, generando la misma ficción de
estabilidad (“El velo de maya”)[i]. Para él igual que para
Kant, el sujeto accede al fenómeno, esto es: lo que las cosas son para
nosotros. En Kant, la cosa en sí, el noúmeno, nos es inaccesible. Es decir,
sabemos lo que algo es para nosotros, pero no lo que es en sí.
Pues
bien, para Schopenhauer, el nóumeno se hace patente en el cuerpo como querer.
Es decir, accedemos a parte del noúmeno en forma de deseo (no sabemos lo que
algo es mediante la razón, pero lo deseamos mediante la voluntad).
El
problema está en que ese deseo genera sufrimiento y es imprescindible (¿?)
liberarse de él. No obstante en el libro dice claramente que “la vida es inseparable
de la voluntad de vivir y su única forma es el ahora”).
En
el Libro III dice que el arte, en tanto que nos hace salir de nuestra
individualidad, es un paliativo temporal a este sufrimiento.
Me
parece especialmente interesante el análisis que hace de la maldad en el libro IV.
Viene a decir que la maldad parte de una violenta voluntad, de un deseo muy
fuerte, que alimentado por lo que nuestra razón es capaz de representase, puede
hacer desear aquello que está más allá de lo posible. Ello provoca un dolor
también muy grande y lo único que puede mitigar este sufrimiento es hacer
padecer y observar el sufrimiento ajeno.
La
bondad por el contrario es la salida de sí mismo por medio de la compasión. La maldad nos aísla
en nosotros mismos. Es decir, nos individualizamos y nos consideramos algo
diferente y separado de las demás personas. En cambio, en la bondad desaparece
el principio de individuación y somos uno y lo mismo que los demás, por eso no
toleramos su sufrimiento. Compadecer, padecer con.
Bien,
¿Y esto qué tiene que ver con el fracaso y con Nietzsche? Relataré la maraña de
pensamientos. Deseo, fracaso, sufrimiento.
La
experiencia del sufrimiento le llevó a Schopenhauer y antes al Budismo, a
intentar eliminar la voluntad, el deseo. Seguramente lo pensaron de un modo
mucho más matizado de cómo estoy diciendo.
En
cualquier caso, lo que he estado pensando al hilo de estas lecturas es que la
anulación de la voluntad es imposible porque es intrínseca a la propia vida. La
voluntad mueve y la vida es principalmente movimiento. Ojalá el mundo se
detuviera después de un estrepitoso fracaso. Ojalá la realidad de pronto parara
y con él, nuestro dolor. Pero a la inmovilidad momentánea le nace un deseo
nuevo.
Entramos
en el ciclo eterno del devenir y quizá la vida es un flujo constante bajo el
cual subyace un Logos (¿?). Si la vida fluye y nosotros somos un hacerse,
¿Por qué detenernos en una especie de trance narcótico? ¿Cuánto sufrimiento
explica la necesidad de deshacerse del motor de nuestra propia vida?
Más
allá de la voluntad de vivir, somos voluntad de poder, como dijo Nietzsche
(este concepto está lejos de la interpretación que de ella hicieron los nazis).
Es la voluntad de crear, de hacer y de afirmarse.
Toda
la vida me he situado en la contradicción de intentar conjugar el Budismo y Nietzsche: la anulación del deseo y la afirmación de la
voluntad de poder. Hoy el golpe de un fracaso me inmoviliza y automáticamente
me abrazo a mi misma en un intento de aplacar el dolor.
¿Quisiera
no haber deseado? ¿Quisiera olvidarme de mí? ¿Quisiera liberarme en la
contemplación estática de la majestuosa belleza que hay a mi alrededor? Sí, pero
la vida se mueve y yo con ella. Lo bello cercano a mi me hace salir temporalmente
de mi yo para volver a afirmarlo rotundamente. Quiero estar viva, crecer,
superarme. No creo que sea posible anular el deseo, no creo ni siquiera que sea
deseable.
Ojalá
hoy se parara el mundo y yo con él, pero:
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar al cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: no, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos en el camino.
Walt Whitman, Canto a mi mismo
BIBLIOGRAFÍA
SCHOPENHAUER, A., El mundo como voluntad y representación. Ed. AKAL
NIETZSCHE, F., Voluntad de poder. Ed. Edaf
SADDHATISSA, H., Introducción al budismo. Ed. Alianza
Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar al cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: no, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos en el camino.
Walt Whitman, Canto a mi mismo
BIBLIOGRAFÍA
SCHOPENHAUER, A., El mundo como voluntad y representación. Ed. AKAL
NIETZSCHE, F., Voluntad de poder. Ed. Edaf
SADDHATISSA, H., Introducción al budismo. Ed. Alianza
Muy oportunas tus reflexiones al hilo del fracaso como rompimiento. Efectivamente, el dolor es una de esas realidades a las que debemos hacer frente, y ya la manera de afrontarlo dice mucho de nosotros. Lo que veo en esto es que desde las esferas del poder se nos impone una manera determinada de afrontarlo (por ejemplo, en relación al fracaso, aprende de tus errores, no hagas aquello que puede hacerte fracasar, etc.), cuando el dolor es libre, intransferible, singular. Se habla del dolor, cuando lo que existe es mi dolor, mi forma de vivirlo. Lo contrario, el encorsetamiento conduce a formas de inhibición generadores de nuevas formas de sufrimiento. Excelente entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, David.
ResponderEliminarYo también creo que el fracaso y la experiencia del dolor que comporta es algo completamente personal, pero como muy bien apuntas, parece que se pretenda encauzar en formas productivas. Me viene a la cabeza "La sociedad del cansancio".
De nuevo, gracias.
Sí, esa es la idea, con la cosificación que ello supone. Si Kant levantara la cabeza diría: ¡por Dios, respetemos la forma de vivir el dolor de cada cual! En muchas ocasiones ni siquiera se da la oportunidad a la persona para que viva en sus carnes el conflicto (pienso en educación), cuando éste puede ser fuente inagotable de provecho. A ti por compartir tus reflexiones. Abrazo
ResponderEliminarLa verdad es que en educación creo que estamos errando bastante el tiro respecto a la forma de afrontar el conflicto, la frustración, y las consecuencias por no cumplir las normas. En este punto he de reconocer que igual estoy un poco cegada por mi experiencia laboral concreta, pero creo que la comunidad educativa en su conjunto tiene una tarea pendiente en este aspecto.
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