Me acuerdo de esos días como si
hubieran sido un sueño evanescente. Fueron días que pasaron demasiado rápido. Aún no
estoy muy segura de que fueran reales, de que todo eso fuera real. Es
inevitable pensar cómo hubiera sido mi vida si no me hubiera ido nunca en
Enero. Mi vida allí todavía reposa en el futuro que nunca fue y que nunca será.
Me acuerdo de esos días con una
mezcla extraña de incandescencia, libertad y miedo. Picando la piedra de muros
que no acertaba a ver, dando martillazos a ciegas, con una sonrisa, con el
sabor de todos esos besos en la boca, los reales y los soñados.
Recuerdo esos días y acuden en la misma medida el llanto y la alegría, todo a un tiempo, una compleja mezcla que no sé digerir. Y
es que lo dejé aparcado, cerré la puerta de todas las tardes y noches, la cerré
de golpe sin mirar atrás. Me subí al coche, salí de mi ciudad y de mi vida
hacia la intemperie, sin posibilidad de retorno.
Allí quedó Madrid y mi vida entonces. Para siempre.
Recuerdo esos días libres. Nos
recuerdo a todas nosotras y mi fuerza ciega, sin control. Hacía las cosas
porque no sabía que eran imposibles. ¿Será esto una crisis de madurez? No lo sé,
pero pienso en mi vida entonces y el caso es que estoy llorando como hacía
tiempo que no lo hacía. Me echo de menos entonces. No sé que echo de menos, no
sé qué he perdido. Quizá he perdido la ignorancia, la suave inconsciencia.
Ahora me busco en esa libertad. Busco el camino de vuelta a casa.
Me acuerdo tanto de sus cuerpos,
de mi deseo, me acuerdo del amor que me quemaba, literalmente, me abrasaba: las horas ardían como papel entre nuestras pieles, se deshacían los
nudos que nos pudieran atar a lo convencional. Miro y no sé qué he perdido por
el camino. ¿Qué he perdido? ¿Por qué se me ha instalado esta color en la mirada? ¿Por
qué no soy capaz de vez la vida así, como la veía antes, rellenando de sueños
lo que desconocía? No soy capaz de engañarme más. Echo de menos mis mentiras,
echo de menos las calles, echo de menos lo imposible, echo de menos tirar muros, todos.
Por eso no soporto las lecciones
de libertad. No soporto más la superficialidad, no aguanto las mentiras de los
otros, porque yo ya viví las mías. Mis mentiras y mis verdades. Transgredí los límites mentales tantas veces
que no quiero más lecciones de librepensamiento. Quiero algo mucho más sencillo: mi camino, el camino que los años y yo misma hemos ido llenando de maleza.
La tarde es cálida, levanto la mirada y ahora con serenidad intuyo, que incluso con maleza, es muy probable que ese camino me haya llevado hasta aquí.
¿Puede haber caminos sin maleza?
ResponderEliminarAlgunos, de tan pisados parecen asfaltados, cubiertos por una fina y resistente membrana de puro artificio.
Los que llevan a uno mismo son siempre terreros, a merced de la lluvia y el barro que nos deja, cubiertos por maleza que engaña nuestra vista.
Salud y buen camino.
De tan manido que está el verso se nos olvida la verdad que encierra, y es que "se hace camino al andar".
EliminarTienes razón, los caminos siempre tienen maleza, pero menos maleza si se caminan con frecuencia, el problema es cuando se abandonan para transitar el asfalto.
Buen camino!