Rex tenía pocos meses cuando vio la nieve por primera vez y muy pocas semanas cuando entró accidentalmente en mi vida. Ni yo era su humana ni él era mi compañero de cuatro patas. Su humana era mi vecina. Pero dio igual, al final nos queríamos y nos hicimos colegas, pasábamos el día juntos. Su calor me llenaba, su sola presencia era suficiente.
Tenía pocos meses cuando vio la nieve y yo tuve el privilegio de acercarme a su alma de lobo cuando él la descubrió por primera vez. La quería comer, recorrer, sentir en el lomo. No daba crédito, cómo podía disfrutar tanto con algo que jamás había visto. Pero ahí estaba, el instinto había aflorado.
Y hoy nieva aquí a muchos kilómetros y lo primero que he pensado al despertar es, si ya estará mayor para salir a jugar como aquel día.
La alegría tenía sus ojos y su energía. Él había estado esperando incluso antes de aquel momento, había esperado poder ser libre, porque toda la historia del ser humano no había logrado domesticar un fragmento de aquel instinto primitivo. Aquello me ponía en la situación de ahondar en el mío propio.
Ese día jugamos: yo a tirar bolas y él a revolcarse como un lobo pequeñito en la nieve.
Y hoy le echo tanto de menos, tanto… Que solo puedo pensar que mi tristeza es la cara necesaria de la alegría de aquel día. Hay que asumirlo, quizá sea el precio.
Algún día tuve una manada extraña con la que salía a correr: Rex, un labrador dorado; Toby, un chuchillo de orejas grandes y patas pequeñas y Perla, una mastín atigrada de amor infinito. Y nos queríamos. No hay vez que al ver nieve no piense en ellos.
Nos hace humanos aceptar esa parte indómita que solo piensa en jugar y en morderse suave, en correr y en meterse en todos los charcos, en correr por la nieve virgen como si el mundo se fuera a acabar en ese instante y nos quisiéramos llevar la felicidad en las manos.
Algún día tuve una manada extraña, era extraña porque ninguno nos pertenecíamos, y sin embargo nos elegimos. Pequeños, hoy os echo tanto de menos, que me parece mentira que un amor así pueda existir entre especies.
Nunca me lo hubiera creído. Pero el amor, amigos, ni entiende nada ni falta que le hace. El amor se ama y se abre camino en el tiempo, en el espacio e incluso entre la nieve.
¡Qué bonita y entrañable reflexión! Es verdad: hoy se extiende el ilusionismo de la omnipotencia como si eso es lo que nos hiciera ser humanos, cuando es del juego de lo que hay que aprender. Gracias por la entrada.
ResponderEliminarEs verdad, es lo que hay que aprender y sentir.
EliminarGracias por acercarte a esta ventana.
Un abrazo
Tu manada era un grupo de amigos sintientes, unidos por el afecto sin mediación de la razón, ni apenas de la cultura.
ResponderEliminarLas relaciones de afecto son sensoriales e inconscientes, nacen más de la amígdala, el hipocampo y el diencéfalo que del cortex (aunque estén mediadas siempre por la sociedad que nos ha hecho).
Blancas como la nieve, y envueltas en ella os veo a las cuatro.
Salud
Blancas éramos. Y ese afecto sin mediar era un tesoro.
Eliminarmuchas gracias pot tus palabras.
Un abrazo
Qué hermosa experiencia;eso sí que es vivir el momento, solo sintiendo y disfrutando el presente. Un beso
ResponderEliminarLO más fácil a veces es lo más difícil.
EliminarGracias por acercarte.
Un beso grande.