Al hilo de las ensoñaciones...

martes, 9 de febrero de 2021

La llegada

 

La tarde bien podría ser de principios de mayo o incluso finales. Era cálida y tenía el empuje de la primavera. Un sol ardiente por la contaminación encendía el crepúsculo con tonos marcianos; cierto aroma de árboles en flor y el preludio de alguna historia: la libertad, como siempre, se ponía sobre el puente de los tres ojos.

Se volvió a sentar una tarde más esperando a que sucediera el milagro. En realidad, no sabía muy bien en qué momento había dejado de esperar, para sentarse sin más en el balcón a mirar los últimos rayos, de lo que imaginaba, sería el fin de la tierra. Se quedaba en un rincón minúsculo esperando también a que la cena estuviera hecha. A fuerza de esperar ni se había dado cuenta de lo silenciosa que había llegado a ser. Contenía la respiración para que sucediese.

No recordaba lo que esperaba, quizá hubiera pasado toda una vida y el olvido hubiera hecho mella. Como las coordenadas del espacio y del tiempo no regían de la misma manera allí donde ella estaba, los años transcurrían de un modo no lineal. Demasiados años tal vez. Pese al olvido, por las noches le asaltaba con furia la misma imagen, caía sin dolor en la acera desde el balcón. A veces se cruzaba con alguna vecina, otras, huía a toda prisa para que nadie la pudiera descubrir. En el sueño siempre acababa corriendo (y a veces se perdía) o bien cogiendo un coche, un coche blanco.

Una mujer se le quedó mirando desde el bar de la esquina. Llevaba pantalones blancos pirata, zapatos bajos y camiseta fina de algodón, también blanca; el pelo atado con un gran pañuelo fucsia y los labios pintados de un rosa intenso. Le sonreía con cierto aire familiar, al tiempo que señalaba a un punto que no atinaba a ver desde donde estaba. Mientras, le hacía señas con la otra mano para que se acercase a ella. Se levantó un poco para ver hacia donde señalaba, pero desde ahí no lo veía.

Miró con cautela la posición de los pies de la mujer, también su sonrisa, su pecho, la forma de sus caderas. Examinó con atención el gesto y la forma de mirar. Después se fue al espejo de la habitación. No cabía duda de quién era: quizá en un futuro había llegado a ser así. Echó un vistazo rápido para procurar no ser vista, no reparó en que la cena estaba casi hecha. Así que, salió por la puerta sin hacer demasiado ruido y sin mirar nada de lo que allí quedaba. Un Peugeot blanco mal aparcado petardeaba al lado del parque del “Cuatro vientos”. Al llegar y sin hablar, la mujer le colocó bien la trenza. Tendrían todo el viaje para ir conociéndose.

6 comentarios:

  1. Es verdad. La espera puede ser espera sin objeto, como las palabras, que pueden no referir a nada. Es la espera de quien busca lo indefinido, o de quien se ve sorprendido por lo insólito. Gracias y que continúe la historia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por acercarte. La búsqueda siempre hace el camino, quizá de eso se trate.
      Un abrazo grande.

      Eliminar
  2. Qué subgerente tu relato. Empecé imaginándote a tu sentada en tu balcón mirando el atardecer y me he ido transportando a una historia donde la promesa del enigma hace que muchas cosas sean posibles.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así empezó el relato, hasta que se fue escapando hacia todo lo posible.
      Muchas gracias por pasarte por aquí.
      Un abrazo grande :)

      Eliminar
  3. Tal vez estemos siempre esperando sin saber que no es a otro, sino a uno mismo a quien esperábamos.
    Lo difícil es atreverse a dejar la cena, con su apetitoso aroma, en el fuego y al fin bajar al encuentro, tan temido como deseado.

    ResponderEliminar
  4. Tú lo has dicho, lo complicado es dejar la cena y los aromas del hogar... Pero el camino está para ser recorrido.
    Gracias por acercarte.
    Un beso grande :)

    ResponderEliminar